Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 29 de junio de 2014 Num: 1008

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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La seriedad del
cronopio Cortázar

Vilma Fuentes

Chico Buarque entre
El arco y la lira

Jorge Luis Casar

La sociedad del futbol
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Futbol antídoto
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Futbol: todos los
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Antonio Valle

El gol, nuevo paraíso
Honorio Robledo

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Ricardo Guzmán Wolffer

El molesto Bashford

Henry Howarth Bashford (Inglaterra, 1880-1961) fue un notable doctor; incluso llegó a serlo del rey Jorge VI. Escritor prolífico sobre temas militares y literarios, la ironía de su obra estriba en ser recordado por un texto anónimo en su momento (1924): Augustus Carp. Hasta después de su muerte, gracias a la intervención del admirador del texto, Anthony Burgess, se estableció la autoría de esta divertida crítica contra los hipócritas y contra un sistema donde los buenos modales pretenden encubrir abusos y desdén.

Educado por un padre pagado de sí mismo, el niño no tarda en ver la vida con una superioridad inexistente: desde el principio ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Augustus Carp es una autobiografía contada en retrospectiva con una elegancia narrativa que llama al humor, primero por su sintaxis y luego por evidenciar las pocas luces de su arrogancia y permitirnos saborear por anticipado el castigo ineludible. En el título original se añadía: escrita por él mismo: la historia de un verdadero buen hombre.

Augustus hereda la certeza paterna de que las demandas legales resuelven todo. Cuando el párroco suelta a Augustus en el bautizo, el padre no lo lleva a juicio por la falta de daños. Cuando Augustus no puede entrar a la escuela al quedarse calvo temporalmente por el uso de cierto ungüento, demanda (y gana). En uno de sus muchos pleitos en las parroquias, demanda (y pierde). Los molestos Carp son muestra de la necedad legalista, y al perder quedan inconformes. Escondida en esa intención en buscar la vía legal para desacuerdos intrascendentes, está la certeza de tener la razón en todo, especialmente en la superioridad moral.

Su primer trabajo lo consigue extorsionando a la esposa de un editor a la que Augustus sorprende con el hermano del marido. Después asciende en la editorial al evidenciar el alcoholismo del gerente. Al ser despedido por sus fechorías, la busca para intentar extorsionarla de nuevo, infructuosamente. Sin embargo, está cierto de ser un paladín de la justicia cristiana. Se pelea a golpes con el director de la Liga Anti-Dramática y Saltatoria –los saltos de la danza– (Augustus es subdirector) para tener el derecho a “rescatar” a una “jugosa” actriz mediante el matrimonio; después ella lo emborrachará y exhibirá en venganza por el despido del padre: el gerente bebedor.

Cretino al extremo, gusta de denunciar a sus compañeros estudiantes cuando copian y también a los maestros incapaces de apreciar sus respuestas floridas o de imponer los castigos por él estimados; por supuesto, jamás tiene amigos en la escuela. Importuna como miembro de la Liga de No Fumadores y de la Sociedad para la Prohibición del Tráfico de Licores de Alta Graduación, al sermonear y repartir folletos como ¿Caballero o chimenea?, ¿Su alma o su cigarro?, De la cerveza a la tumba, Virtud contra Vértigo, Pásame el veneno, y otros. Ruin como el padre, reclama a su madre viuda haber ahorrado durante toda una vida de penurias para dejarlo cuando quiere llevársela de cocinera (sin sueldo, por supuesto) a su hogar conyugal, donde vive con sus cuatro cuñadas como parte del trato para recibir una dote miserable. A ratos con mucha claridad, a veces indirectamente, muestra una misoginia tan asumida que, a la distancia, resulta divertida por absurda.

Lo molesto de sus acciones se vuelve divertido por el propio discurso ya triunfalista, ya de autoconmiseración, contrastado con sus incontrolables lágrimas ante casi cualquier situación contraria a sus deseos: al ser despedido, al caerse en el transporte público, al ser exhibido borracho, tras ser pateado en “la parte baja de la espalda” por un niño menor a él, al ser reprendido por sus maestros por impertinente, entre muchos; emparenta así con el Roderick Random (1748), de Tobias Smollett.

Entre sus fechorías, muestra el valor social de las congregaciones, las corruptelas regulares (el trato carnal de los sacerdotes, las intrigas y sobornos para subir en el escalafón de los auxiliares, las preferencias, etcétera) y los propios párrocos (quienes disfrutan los infortunios públicos de padre e hijo) no quedan muy bien parados al formar parte de esa hipocresía general de la que Augustus es un notable ejemplo, pues muestra el doble discurso por contraposición. Cierra el libro, entre llantos y tras ver nacer a su primogénito, con la certeza de sumarse a la doxología. Como si con ello pudiera borrar una corta vida de hipocresía.

Bashford logra con esta obra, por la que no obtuvo reconocimiento en vida, un clásico del humor burlesco.