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Guillermo Osorno presentará hoy Tengo que morir todas las noches en el Museo del Chopo

El Nueve contribuyó a gestar un movimiento cultural en el DF

El primer bar gay puesto en forma fue precursor de la democratización de las costumbres del país, las hizo más plurales, más tolerantes, entre travestis, alcohol, drogas y rock, afirma el escritor y periodista

Nos dio muchas respuestas sobre nuestra identidad

Foto
El artífice del lugar, Henri Donnadieu, con Las Kitsch CompanyFoto tomada del libro
 
Periódico La Jornada
Miércoles 2 de julio de 2014, p. a17

A principios de los años 80, el veinteañero Guillermo Osorno regresaba a la ciudad de México luego de una inesperada salida del clóset en Los Ángeles.

Durante tres años buscó lugares similares a los que vio en la ciudad californiana, donde la cultura gay estaba en plena efervescencia.

En el Distrito Federal trabajaba como inspector de licencias de bares y restaurantes. Un día, llegó a un pequeño local en la Zona Rosa. Su nombre: El Nueve. El sitio le gustó y decidió regresar como comensal y parroquiano esa misma noche. Ahí, luego de conocer a alguien, se abrieron las puertas de un mundo que para mí fue inesperado: resultó decisivo porque fue en un momento de educación sentimental. El Nueve nos dio muchas respuestas sobre nuestra identidad, dice a La Jornada Guillermo Osorno, editor, escritor y periodista, que estuvo al frente de la revista Gatopardo ocho años.

Osorno es el autor de Tengo que morir todas las noches (editorial Debate), relato enmarcado en la cultura gay y los movimientos artísticos, literarios y musicales en los años 80 en la ciudad de México.

El libro, que será presentado este miércoles a las 20 horas en el Museo del Chopo, cuenta la historia de Henri Donnadieu, un aventurero francés que huía de la justicia de su país y que a finales de los años 70 llegó a México, donde fundó El Nueve, emblemático bar gay y sitio subterráneo en el que comenzaron a circular las ideas y los sonidos de una globalización cultural de México.

Entre travestis, gays, alcohol, drogas y rock, el bar contribuyó a la democratización de la cultura y las costumbres del país, lo hizo más plural, más tolerante, apunta en el prólogo.

“El Nueve –dice Osorno– fue el primer bar gay puesto en forma en la ciudad de México; un lugar en el que no era vergonzoso estar y en el que se gestó un movimiento cultural. En sus últimos años podías disfrutar de performances, conciertos, exposiciones... todo un hervidero de ideas”.

Abunda: Henri es un personaje que llegó a mediados de los años 70. Nació muy pobre. Era hijo de unos campesinos del sur de Francia. Por su esfuerzo pudo estudiar en la Sorbona, en la que realizó una tesis sobre una casa de cultura en una provincia de su país. Ya en México, cuando sus socios van a la cárcel en 1980, él se queda solo frente al bar, pero puede poner en práctica algunas ideas que tenía desde sus años en Francia: cómo hacer que la cultura y la vida nocturna confluyeran. Comienza a tener una vida propia como promotor, no sólo como dueño de un bar. Esa ambición hizo que El Nueve llegara a ser uno de los focos de la contracultura y la cultura gay en la ciudad de México.

El hilo conductor de su narración es el mítico bar y sus 15 años de vida, entre 1974 y 1989, tiempo del despertar de la sociedad civil. En El Nueve confluyeron personajes de la vida artística, incluso política, de México. Ahí se reunieron María Félix y Lola Flores, entre otros personajes.

Egresado de relaciones internacionales de El Colegio de México y maestro en periodismo por la Universidad de Columbia, Osorno cuenta: Cuando comencé a reportear la historia me di cuenta de que las personas (que ahí confluían) tenían una vida extraordinaria. Al encontrar a esos personajes gigantescos, fue como si Alicia entrara al país de las maravillas. La obra está llena de esas personas, como Xóchitl, uno de los travestis que más poder ha tenido en México (Carlos Monsiváis la menciona en algunas de sus crónicas), y quien era un líder informal de los gays de la época. También manejaba los hilos de un prostíbulo; un personaje muy complejo.

Agrega: “El Papa (otra de las personas mencionados en el libro) es uno de esos personajes que me pidieron no mencionar su nombre. Incluso Henri me pidió que no apareciera, pero no era posible explicar algunos de los episodios de la historia si no hubiera un personaje como él. Era un hombre con mucho poder económico, con una posición social prominente, pero que no podía vivir presencialmente la vida de esos creadores de El Nueve. Vivía a través de ellos”.

El backstage de la narración lo forman los cambios políticos y sociales de México, la decadencia priísta, la crisis económica, el temblor de 1985, la contaminación de la ciudad. Tengo que morir todas las noches es un testimonio generacional que habla sobre lo que se sembró y luego germinó como nuevas ideas sobre la diversidad y la apertura de una ciudad cosmopolita.

–¿Es como un lado b de la historia oficial?

–Así es. Hemos contado la historia de los años 80 como una manera de ver el pináculo del presidencialismo imperial, la nacionalización de la banca, la consolidación del neoliberalismo. Me interesó contar la historia desde otro punto de vista, del de la vida de estos cuates metidos en un bar pequeño en la Zona Rosa y, de cómo ellos crearon su propia escena que luego fue influyente en la forma de cómo concebimos la cultura y a la ciudad como un ente cosmopolita y diverso.

–¿Qué ha cambiado?

–La homofobia siempre está ahí, no se puede erradicar, pero hoy hay muchas más herramientas, más discurso público. Hemos caminado hacia la normalización, en la que no sea un escándalo salir del clóset o ir a un bar gay.

Tengo que morir todas las noches es la crónica de un sentimiento individual y colectivo. Todos sus personajes son los herederos de un glamur y una decadencia.

La presentación es en el Museo Universitario del Chopo, localizada en Enrique González Martínez 10, en la colonia Santa María la Rivera, a las 20 horas. El teléfono es 5546-8490.