jornada


letraese

Número 216
Jueves 3 de Julio
de 2014



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate




Alejandro Brito

La fuerza del insulto

Casi no hay homosexual mexicano que no haya sido insultado en su vida por serlo. Las estadísticas son contundentes. Muchos homosexuales se percatan de su diferencia por vez primera a través de la injuria. Experiencia que, de acuerdo con el filósofo Didier Eribon, se vive de manera traumática, como una herida incrustada en la conciencia que tarda en cicatrizar y provoca daños a la personalidad del sujeto ofendido.

A diferencia de otros insultos, el agravio homofóbico se profiere no a partir de una acción aislada sino motivado por la preexistencia de un estigma ampliamente arraigado y legitimado, de tal manera que un hombre identificado como homosexual se convierte de inmediato en blanco propicio al insulto.

Puto es de los insultos más ofensivos para muchos hombres porque pone en duda lo que más valoran: su hombría. No son fortuitos, cumplen una función disciplinaria, son dispositivos del género destinados a resguardar normas y comportamientos masculinos dominantes.
La injuria homofóbica asigna a su destinatario un lugar inferior en el mundo, lo despoja de su personalidad, le resta humanidad y, una vez desvalorizado, lo vuelve objeto susceptible de abuso. Es una forma de someter y dominar al otro a través de la violencia verbal. Por esa razón, con frecuencia el grito de puto desemboca en violencia física.

“Pinches putos”, les gritaron a Roberto Zamudio y a su pareja desde un auto en marcha afuera de una cantina gay del centro del DF en enero del año pasado. Roberto respondió a la ofensa, motivo suficiente para que los del auto detuvieran la marcha y lo balearan. Varios de los asesinatos contra homosexuales han seguido este mismo patrón.

La palabra puto resulta ofensiva para muchos hombres porque denota lo que más desprecian: el deseo de ser penetrado. De ahí que en el futbol mexicano se le grite puto al guardameta del equipo contrario. Se trata del jugador encargado de impedir que el balón penetre la portería. Y ya se sabe: según las normas del machismo, puto sólo es quien se deja penetrar y no así el que penetra. Por eso, decir que puto ha dejado de significar homosexual es una falacia. Si no tuviera esa connotación, no tendría sentido gritarla en los estadios.

Se argumenta que el significado actual de puto es cobarde, pero el prejuicio homofóbico siempre ha asociado a la homosexualidad con la cobardía porque, de acuerdo con su lógica, el homosexual no se comporta como hombre. El homosexual es cobarde porque se arredra fácilmente ante los puños levantados, porque no sabe responder a los madrazos, porque se deja putear en un mundo donde la violencia es una prerrogativa de la hombría. Un hombre se hace a madrazos.

Llegados a este punto, es necesario matizar. La carga ofensiva del insulto depende del contexto y del destinatario. Gritado en un estadio por una multitud que no alude directamente a las preferencias sexuales del portero diluye la ofensa homofóbica y no provoca daño. Pero si un grupo de niños imita el gesto y el famoso grito para acosar a uno de sus compañeros, entonces sí estamos ante una ofensa seria.

Por otro lado, debemos apuntar que la creciente visibilidad de la identidad gay en clara oposición a la identidad homosexual está teniendo un impacto favorable en la desactivación del prejuicio homofóbico. La primera es una identidad positiva, surgida desde las propias comunidades, que empodera; la segunda es una identidad peyorativa, impuesta desde el prejuicio, que desacredita. De tal manera que un vocablo peyorativo ya no se asocia tan fácilmente con otro de connotaciones positivas. Así lo sienten muchos gays que ya no se llaman a ofensa cuando escuchan y aún celebran el famoso grito en los estadios o en las canciones populares.

Estamos ante un cambio de paradigma en el que la homosexualidad está cediendo el banquillo de los acusados a la homofobia. En esa línea, debemos celebrar la reflexión colectiva y sin precedentes desencadenada por la FIFA. De tanto repetir el vocablo puto, puede que termine disminuyendo su carga peyorativa y homofóbica. Y en ese proceso es preferible apostar al cambio cultural por la vía de las acciones pedagógicas por encima de las medidas punitivas.

 

 


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