Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 6 de julio de 2014 Num: 1009

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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La balada de
Gary Cooper

Guillermo García Oropeza

El cuento español actual
Antonio Rodríguez Jiménez

Vista de la Plaza
Río de Janeiro

Leandro Arellano

Querido Prometeo
Fabrizio Andreella

El Canal de Panamá:
una historia literaria

Luis Pulido Ritter

Borges y Pacheco
Marco Antonio Campos

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Columnas:
Bitácora bifronte
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Enrique López Aguilar

La risa literaria

Para Alicia

En una novela poco humorística, El nombre de la rosa, Umberto Eco propone la existencia de un manuscrito aristotélico dedicado a la comedia, simétrico al ensayo conocido como Poética, dedicado a la tragedia. Como se sabe, el eje de la trama es que Jorge de Burgos pretende escamotear la existencia de ese libro para que la supuesta exaltación de la risa expresada por El Filósofo no devenga en una actitud burlona y blasfema respecto a Dios y su obra: los lectores se sentirían facultados para asumir una conducta irrespetuosa, considerando la autoridad de Aristóteles (todavía, en el siglo XXI, hay quien sostiene con temeridad escolástica que “filósofos son Aristóteles y Tomás de Aquino; los demás sólo son pensadores”).

Es imposible deducir el contenido del hipotético libro aristotélico dedicado a la comedia, salvo por la elaboración de simetrías previsibles respecto al dedicado a la tragedia. Inteligentemente, Eco eludió abordar los contenidos de esa otra “poética”. Tal vez, la única especulación sostenible sería la de considerar que la risa está dotada de una condición catártica semejante a la del horror y la compasión, emociones con las que se produce la purificación trágica. Debe recordarse que, para Aristóteles, la catarsis se produce porque el espectador no se identifica con los personajes trágicos, casi siempre héroes y dioses pero nunca personas comunes. La comedia clásica (y la que vino después), en cambio, aunque podía introducir a personajes de origen divino (como en Anfitrión, de Plauto), siempre se circunscribió a los seres comunes y corrientes (como en Lisístrata, de Aristófanes): mediante los mecanismos de la parodia, la burla, el escarnio, el albur, los trazos de brocha gorda y las situaciones excesivas, la comedia permitía la crítica política, social e intelectual (Las nubes, también de Aristófanes), o la ridiculización tanto de los defectos personales como de los usos sociales (El gorgojo, también de Plauto).

Las diferencias señaladas indican que la comedia nació con una vocación más “realista”, en tanto que ubicaba problemas personales y sociales como materia de lo que pudiera ridiculizarse, e incluso a personajes contemporáneos para lo mismo. Baste recordar la manera como Sócrates es caricaturizado en Las nubes. Si esta vertiente realista fuera correcta, si toda situación fársica propiciara la risa por los defectos del otro, ¿existiría la posibilidad de que la comedia pudiera devolver esa risa hacia el espectador? Es decir, ¿al burlarme de los vicios de quien es como yo podría estarme burlando de mí mismo? Y si me burlara de mí mismo en el espejo de los personajes cómicos, ¿eso equivaldría a la purificación derivada de la catarsis producida por la tragedia?

Las máscaras de las personas teatrales donde se expresan la risa y el llanto (emociones que, se supone, sintetizan lo producido por la comedia y la tragedia, respectivamente) indican la finalidad de ambos géneros dramáticos en la Antigüedad. Aceptando el hecho de que ambas emociones son purificadoras, debería suponerse una catarsis simultáneamente individual y colectiva: el teatro, como la misa y las celebraciones religiosas, suponen una ecumene, una sociedad donde se comparten ciertos misterios (en el caso de la misa cristiana, esto ocurre durante el mysterium tremendum: la consagración eucarística, que es la transubstanciación del pan y del vino en la carne y la sangre de Jesús). Debería aceptarse, entonces, que ciertas actividades colectivas, como las religiosas, el teatro y el cine, tienen un sentido ritual que no me atrevo a comparar con las de los estadios y las arenas de box y lucha libre. Las primeras parecen purificadoras y las segundas, enajenantes. No se supone que al cabo de una catarsis cada individuo salga a la calle con ganas de madrear a otros que no opinen como él.

(¿Jesús se reía? Los episodios de las bodas de Caná y el de los niños que se quieren acercar a él, no obstante el mal humor de los apóstoles, indican que sí. De acuerdo con la tradición recogida por Umberto Eco, la persona de Jesús aparece recargada con un hieratismo inhumano por la tradición occidental, lo cual contradice la idea de una persona trinitaria que pretende ser Dios y hombre, simultáneamente. Algo de esto se debate en La última tentación de Cristo, en las versiones de Kazantzakis y Scorsese, donde la humanidad de Jesús implica asuntos humanos como los de la risa y la sexualidad).

Se dice que la risa volteriana –dieciochesca e ilustrada– acompañará a la humanidad durante el resto de los siglos. ¿Qué es, entonces, la risa literaria?