Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 6 de julio de 2014 Num: 1009

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Guillermo García Oropeza

El cuento español actual
Antonio Rodríguez Jiménez

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Querido Prometeo
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El Canal de Panamá:
una historia literaria

Luis Pulido Ritter

Borges y Pacheco
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El Prometeo Quetzalcóatl,
Facultad de Ciencias, UNAM

Querido Prometeo

Fabrizio Andreella
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Querido Prometeo:

¿Cómo estás? Ya casi no se nota el costurón en tu costado y espero que tu hígado se haya recompuesto del todo. A pesar de tres mil años de picotazos por el águila de Zeus, te veo muy bien. ¿Acaso te aplicaste inyecciones de bótox o te hiciste una cirugía estética? Ah no, claro, ahora recuerdo: después de tu liberación por mano de Heracles, el centauro Quirón –¡que buena onda!– te cedió su inmortalidad. Por eso se te ve tan bien.

Tal vez no sabes que en Occidente, tú y Adán (otro señor que vivió en un tiempo mítico) son los fundadores de la raza humana y responsables de esta civilización. ¡Y tienen en común el hecho de ser ladrones! De fuego y de manzanas. ¿Será por eso que en el mundo hay tanto rateros?

En todo caso, la civilización occidental se funda sobre tu culpa y la de Adán: dos insubordinaciones han dado vida a la historia. Una historia que se parece a un largo castigo, pero déjame comentarte que ya estamos cansados de sufrir las consecuencias de las culpas de ustedes dos. Te lo digo con humildad y admiración, porque no olvido que, antes de donarnos el fuego, fuiste tú, y no Zeus, quien moldeó el barro para crear el hombre (tal vez porque ese dios griego, un señor más refinado de su colega judío, no quería ensuciarse las manos).

Sin embargo, Prometeo, con todo el respeto, no creo que sepas todo lo que nos ha pasado después de tu donación ígnea. De hecho, debo decirte que seguimos pagando muy caro tu robo del fuego. Pero vayamos en orden. Antes que nada los hechos. (Sí, yo sé que en el mito no hay distinción entre hechos y opiniones, y menos entre verdad e invención, pero aquí en mi época es la dualidad que rige todo).

Cuando Zeus te pidió diferenciar la suerte humana de la divina, tú mataste un buey sacrificial y lo dividiste en dos partes. Una no tenía más que los huesos del animal, pero los envolviste en un mantel de grasa suculenta y era muy atrayente. La otra era espantosa, porque la envoltura era el asqueroso estómago del buey, pero adentro escondiste todas las partes buenas y comestibles. Luego invitaste a Zeus a escoger. Él entendió la treta pero fingió no darse cuenta y eligió los huesos encubiertos.

Zeus no se encabronó por los huesos, sino porque quisiste pasar por más listo que él. Trataste de favorecer al hombre con tu astucia y eso no te lo perdonó.

Bueno, mi estimado Prometeo, es justo que sepas que la carne hizo del hombre un animal mortal y los dioses siguen siendo inmortales. El alimento mantiene con vida al hombre y al mismo tiempo lo conduce a la muerte. Los banquetes de los dioses son placeres; la comida del hombre, una necesidad.

A pesar de esa donación dañina que quitó la inmortalidad a los hombres, Zeus, para vengarse de tu engaño, nos quitó el fuego divino. ¡Qué venganza sutil! Sin fuego, la carne que nos reservaste no se podía cocinar y comer. Entonces fuiste tan valiente que robaste el fuego. Pero ya no era el fuego celeste que estaba a disposición de todos en los árboles de fresno, sino un fuego que, por un lado, es vida porque calienta, cocina y moldea los metales, pero, por el otro, es muerte porque quema y destruye. Es un fuego de dos caras, reflejo de la civilización humana que tú inauguraste.

El fuego que nos entregaste es entonces la técnica y el trabajo, es decir la fatiga y el esfuerzo necesarios para adaptar el mundo a las necesidades de los mortales.

Claro, nos permitiste no ser animales (cocinando el alimento y moldeando los metales), pero nos impediste ser dioses (porque estamos obligados a transformar la materia, hecho que siempre termina en la muerte).

Tu fuego, el arte de convertir la naturaleza bruta en una ventaja, ha transformado el mundo en un jardín de atracciones para los dioses y en un yacimiento de recursos para el hombre. ¿Por eso se enojaron tanto los habitantes del Olimpo? ¿Por eso sus desaires hacia los humanos ya no son burlas juguetonas sino violencias en muy mala onda? Fíjate que, hasta la fecha, los que siguen creyendo en un dios no entienden por qué existe el mal. Han olvidado las enseñanzas del mito y, cegados por la dualidad, creen que el logos se recluye en el bien. Ni modo.

Regresando a tu fuego, ahora le llamamos tecnología y, a pesar de ser fatuo, ha tomado el lugar de lo divino. Todo mundo lo venera y, cuando sale un aparatito nuevo de su invención, hay quien hace cola para comprar uno antes que los demás. Eso te puede enorgullecer, lo entiendo, pero no sabes cuántas habilidades nos quitan esas maquinitas. Ya casi somos incapaces de reconocer el olor del viento y de enamorarnos de un atardecer. Tal vez porque la técnica nació con tu violación del orden divino y, por consiguiente, tiene el estigma de esa culpa originaria.

En fin. Quería comentarte algo sobre tu condena al picotazo. A ver qué opinas.

El hígado es el órgano de la depuración y la transformación. Nos sirve para eliminar sustancias contaminantes que no podemos asimilar y, participando en el metabolismo, convierte la materia bruta en energía nutritiva. El hígado es el órgano que elabora los elementos externos para las necesidades internas. Además, representa el valor, la valentía.

Creo que te picaron el hígado tan cruelmente para que entendiéramos que ir contra el orden divino (ahora le llamamos destino, suerte, hado, karma, pero es lo mismo) es un error que nos lleva al sufrimiento. También para que, mientras seguimos creyendo ser individuos aislados de la otredad, sigamos lejos de todo lo divino que se puede alcanzar con la fe, la imaginación, el amor, la poesía, y que puede transformarse en vida realmente vivida. Creo que con tu pena nos quisieron decir que lo divino no se puede traducir del todo a lo humano, hasta que no dejemos de creernos humanos.

Esos tres mil años de picaduras en el hígado deben haber sido tremendos. Pero Zeus autorizó tu liberación y ahora eres inmortal. Nosotros, al contrario, seguimos echándole ganas, como decimos aquí, para poder comer lo que nos hace vivir y nos hace, al mismo tiempo, morir.

Atentamente,
Un legatario de tu robo y de tu culpa