Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 6 de julio de 2014 Num: 1009

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La balada de
Gary Cooper

Guillermo García Oropeza

El cuento español actual
Antonio Rodríguez Jiménez

Vista de la Plaza
Río de Janeiro

Leandro Arellano

Querido Prometeo
Fabrizio Andreella

El Canal de Panamá:
una historia literaria

Luis Pulido Ritter

Borges y Pacheco
Marco Antonio Campos

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Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
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Francisco Torres Córdova
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Alba propicia

Mucho antes de las fibras que convergen en la letra, son mirada abierta y pensamiento a la deriva las palabras del poema, un desorden de ideas, sensaciones y sonidos, y una sed vaga y sin embargo minuciosa que perturba vísceras y sueño. Mucho antes de los labios o las manos que las ponen en el aire; de la incierta voluntad que cristalizan o al menos eso perseveran con su antigua inocencia inquebrantable, apenas son aliento y tacto de las cosas en el mundo, rumor de uno mismo o de los otros que a veces nos aturde o acaricia en una tibia y larga duermevela o en el suave temblor que nos dejan en el alma los golpes del dolor o de la risa. Porque a eso expone su silencio y lo guarda y lo cultiva, aunque parezca en otra parte imprecisa y desmedida, distraído o soñoliento, ocioso o aturdido, absorto en una lejanía sin motivo ni horizonte o a la orilla de las duras exigencias de la vida y sus muchas obediencias sin remedio, para que el poema sea, el poeta se concentra en esa íntima intemperie y se arriesga a sus encuentros y extravíos. En rigor, si es genuino, no hay poema sin peligro. La palabra que toca al mundo, si en realidad lo toca, el mundo la toca, la ciñe y la desmaya, la desarma, la seca y la vacía, y si resiste la devuelve reciente a la garganta de las cosas que conceden al fin su resonancia. “Los hombres nunca saben/ cuánta dulzura y cuánto/ quebradizo silencio/ hay en una palabra”, dice Efraín  Huerta. (“Verano”). De ahí la ternura y la violencia que afloran en los roces de la voz con el sentido, y también, en el esfuerzo de sangre y pensamiento que pulsa en el poema, a veces un atisbo de verdad y de justicia ante los muros del horror y del absurdo que tanto nos hacemos. Sólo así en la palabra emerge el calor de la persona, no la lisura congelada de su estatua; la textura de un rostro cruzado con las sombras y destellos de la duda y el acierto si lo fuera, no la máscara perfecta de su mueca de fama y suficiencia. De inasible y contemplada a la distancia, el alba por ejemplo se desdobla entonces en un recinto propicio para hombres locos y valientes, “caídos de sueño y esperanza”. Cómo si no de esa manera hacer la voz que dice el cuerpo amado y ebrio, vulnerable en su belleza y apenas contenida su miseria en el amparo de un abrazo; cómo sin esa valentía tallar los goznes y peldaños que articulan y elevan la rabia o la plegaria para que no sean en la boca sólo ruido o sumisión, o la esperanza lúcida y rebelde que denuncia y participa, o el juego, el sarcasmo y la ironía que atrapan por el pelo a la conciencia y sus tantas cobardías. Porque hay voces que se atreven y otra cosa no esperan de sí mismas, y aun si desfallecen así se buscan y se piensan: “Si mi voz fuese nube, ira o silencio/ crecido con el llanto y el amor;/ si fuese luz, o solamente ave/ con las alas cargadas de tristeza;/ si el silencio viniese, si la muerte…// ¿Adónde ir con ella, iluminada/ con fuego de gemidos y caricias/ y gérmenes de mustias esperanzas?// Y una voz humana:/ –Donde no existan lágrimas de odio,/ ni pantanos con rosas y claveles.// Mi voz es la saliva del olvido,/ como pez en un agua de naufragio.” (“Primer canto del abandono”, Efraín Huerta.)