Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 6 de julio de 2014 Num: 1009

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La balada de
Gary Cooper

Guillermo García Oropeza

El cuento español actual
Antonio Rodríguez Jiménez

Vista de la Plaza
Río de Janeiro

Leandro Arellano

Querido Prometeo
Fabrizio Andreella

El Canal de Panamá:
una historia literaria

Luis Pulido Ritter

Borges y Pacheco
Marco Antonio Campos

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
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De huecos y modos de llenarlos

Que me perdonen mediomundo y Lamayoría cuando sostienen que su intención al ver una película es “olvidarse un rato de la realidad” y, por esa razón, el último de sus deseos es ver reproducida en la pantalla precisamente esa realidad, pues les guste o no les guste, y no únicamente a ellos sino también al cine que prefieren, lo cierto es que cualquier película, sin importar que se trate de una adaptación histórica, un relato de ciencia ficción, o que su tiempo presente corresponda al del contexto cronológico metacinematográfico; sin importar que pueda encuadrársele en cualquiera de los innúmeros casilleros fílmico-conceptuales habidos y por haber, tales como realismo, neorrealismo, hiperrealismo, cine fantástico, no-narrativo, más todo lo que cabe en un dilatado etcétera; sin importar, en fin, de qué tipo de película se trate, todas son un reflejo, una interpretación del momento en que fueron hechas. Ya sea crasa, elocuente, manifiesta, extrapolada, insinuada, poco o apenas evidente; ya sea literal, metafórica o alegórica, la realidad nunca deja de estar ahí: es tan inexorable como el tiempo mismo y, al igual que de éste, resulta imposible escapar de ella.

A menos que Uno se conforme con el epitelio de considerar al cine como una mera y, por lo tanto, pobrísima fuente de la que sólo es posible obtener aquello que Tantosotros conoce como “entretenimiento” –concepto que este sumaverbos es incapaz de no asociar a la imagen de un perro royendo concienzudamente un hueso–; a menos que ese Uno ignore, o sepa pero se niegue a reconocer, que hasta el cine producido con la intención más elocuente y deliberada de sólo “entretener” guarda en su entraña más de un elemento susceptible de ser analizado, entendido, relativizado, contextualizado, historiado, en suma, aprehendido, vale decir no sólo y simplemente visto y consumido; a menos que, por lo tanto, se renuncie a la posibilidad de vivir una experiencia cinematográfica integral, infinitamente más gozosa y enriquecedora que aquella otra consistente nada más que en mirar y casi de inmediato olvidar… A menos que todo lo anterior, para ver cine bastaría con ir al cine. Es decir, para verlo nada más por encima, sólo para entretenerse, no hace falta más que comprar el boleto y entrar a la sala, o presionar el botón Play en el reproductor.

A leer cine

Todo lo antedicho es cosa bien sabida por ese infalible llamado Perogrullo, pero como suele hacérsele poco caso no está de más recordarlo, y viene a cuento para calcular las dimensiones de la que todavía es una gran escasez de literatura cinematográfica generada localmente. Dicho en otras palabras: sin contar la cada vez más abundante generación mediática de discursos relativos al cine, sean escritos o no, cuya mayoría no sólo abrumadora sino por desgracia desoladora consiste en recomendaciones mercachifles, sinopsis infrapueriles y reseñas preñadas con el veneno de la opinionitis; descontada esa faramalla producida y regurgitada nada más que para vender –o para vender/se–, es demasiado poco de lo que se dispone, textualmente hablando, para que la experiencia cinematográfica sea algo más que un modo de ocupar los ojos mientras se manducan palomitas de maíz.

Anémicos como nos encontramos en México de textos que no estén sometidos a la temporalidad y la fugacidad de la publicación periódica, la edición de libros que se propongan lo que se apunta líneas arriba –analizar, entender, relativizar, contextualizar, historiar, en suma, aprehender el cine–  es una tarea pendiente y urgente, máxime ahora que la producción fílmica nacional ha vuelto a alcanzar niveles históricos, al menos cuantitativamente. La reflexión teórica sobre ese cine que ahora producimos, pero también sobre todo el que se exhibe, es condición indispensable para no permanecer en la minoría de edad consistente en el escueto consumo de un producto.

En ese sentido, bienvenida sea la aparición del volumen Paisajes de la Muestra, editado por la Cineteca Nacional y concebido para dar cuenta, desde diez diferentes puntos de vista, de lo que ha sido y cómo, de qué se ha compuesto, qué ha tenido y qué le ha faltado, lo que ha significado y significa la Muestra Internacional de Cine, que ya rebasa las cincuenta ediciones. Salvo quizá el capítulo que los editores tuvieron la gentileza enorme de pedirle a este juntapalabras, el libro no tiene desperdicio; pero como decía un clásico: no me crea, mejor compruébelo por usted mismo, hágase con un ejemplar y, con él, de una herramienta utilísima para robustecer su ya de por sí robusta cinefilia.