Opinión
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La Cruzada de los niños
D

esde principios de 2014, las comunidades garífuna de Honduras comenzaron a notar que los niños se estaban yendo con sus madres, o solos, rumbo a Estados Unidos, con un arrojo cercano a la desesperación y las ganas de creer en promesas de una vida mejor. Como si el trayecto no existiera y cruzar México no fuera infierno garantizado para los caminantes del ensueño, siguieron una mezcla de urgencia vital y leyenda urbana que remite cruelmente a La Cruzada de los niños, de Marcel Schwob, sobre aquel olvidado episodio medieval en 1212 según lo relata un imaginario coro de testigos: el goliardo, el papa Inocencio III, el leproso, tres niños optimistas, el clérigo, el jefe árabe, la desgarradora pequeña Allys (ya no puedo caminar bien, porque estamos en un país ardiente, donde los hombres mentecatos de Marsella nos trajeron).

Así le reporta el papa a Dios el asunto, en la memorable traducción de Rafael Cabrera: Se han visto correr por las ciudades mujeres desnudas que no hablan. Estas mudas impúdicas señalan el cielo. Varios locos han predicado la ruina en las plazas... Y no sé por qué sortilegio más de 7 mil niños fueron sacados de sus casas... No tienen nada que comer; no tienen armas ningunas; son ineptos y nos avergüenzan. Son ignorantes de toda verdadera religión. Mis servidores los han interrogado. Responden que van a Jerusalén para conquistar la Tierra Santa. Mis servidores les dijeron que no podrían atravesar el mar. Respondieron que el mar se separaría y se desecaría para dejarlos pasar.

En su prólogo al libro, Jorge Luis Borges resume: A principios del siglo XIII, partieron de Alemania y de Francia dos expediciones de niños. Creían poder atravesar a pie enjuto los mares. ¿No los autorizaban y protegían las palabras del Evangelio?... Esperanzados, ignorantes, felices, se encaminaron a los puertos del Sur. El previsto milagro no aconteció. Dios permitió que la columna francesa fuera secuestrada por traficantes de esclavos y vendida en Egipto; la alemana se perdió y desapareció, devorada por una bárbara geografía y (se conjetura) por pestilencias. Y todavía agrega: Dicen que un eco ha perdurado en la tradición del Gaitero de Hamelin.

Nueve siglos después, y semanas antes de que el tema de los niños saltara a los medios, la Organización Fraternal Negra Hondureña (OFRANEH) reportaba desde Sambo Creek: A partir de diciembre tuvo lugar un notorio incremento de la migración de madres jóvenes acompañados por sus hijos, engrosando el éxodo masivo hacia Estados Unidos que se viene dando hace décadas. A inicios de este año, los reportes indicaban que la estampida incluía un singular número de menores, los cuales en algunos casos optaron por tomar solos el peligroso camino hacia el norte, controlado por el crimen organizado.

A pesar de las historias de extorsión, violaciones y asesinatos cometidos por maras, zetas y las mismas autoridades mexicanas, los menores aseguraban con toda certeza la existencia de una ley que los protege tan pronto son arrestados por los servicios de migración y entregados a sus parientes en las urbes estadunidenses. Al estilo de las leyendas urbanas, entre el pueblo garífuna se propagó la versión de la existencia de una ley destinada a impedir a las autoridades estadunidenses deportar a los menores y sus madres. Ello generó un palpable drenaje en las comunidades, y la estampida de autobuses llenos de menores y mujeres.

El rumor se alimentaba de que el gobierno de Barack Obama cumplió finalmente con una acción diferida para jóvenes indocumentados que llegaron niños y han estudiado allá o hecho el servicio militar. La acción, válida durante dos años, surgió al calor de los Dreamers y ha facilitado en cierta medida la estadía de cientos de mujeres garífuna y sus hijos. Por lo demás, Washington también ha admitido que la horda de menores es motivada por la violencia y la pobreza en Centroamérica, corroborando el fracaso de las políticas neoliberales, la militarización y la intervención directa de Estados Unidos en el istmo.

Desmintiendo el maquillaje del gobierno de Honduras, OFRANEH afirma que es alto el índice de homicidios, el ambiente de terror se respira en el país, la guerra no declarada contra la juventud y la niñez ha dejado enormes cicatrices sociales que no se subsanan con la militarización, resultado de una sospechosamente tardía e hipócrita guerra al narcotráfico. Los garífuna han logrado mantenerse al margen del baño de sangre. Las estadísticas demuestran cómo en nuestras comunidades existe enorme respeto a la vida, consagrado en la cosmovisión Garinagu. Sin embargo hay un 90 por ciento de desempleo entre la juventud, una de las razones para emigrar que se suma a la usurpación de tierras, la destrucción industrial de los bancos de pesca y el Estado fallido inducido que permite a grupos del crimen organizado apoderarse de franjas donde han impuesto sus códigos de guerra.