Política
Ver día anteriorLunes 7 de julio de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Nosotros ya no somos los mismos

La contextura moral de Arnaldo Córdova como ser humano

Foto
“¿De qué están hechos estos hombres que sin creerse la ridícula añagaza ni caer en el garlito de que fueron creados a ‘imagen y semejanza’ de un dios, viven su mortal existencia creadores, generosos, ejemplares, convidando a sus semejantes de los dones de que fueron dotados y que ellos supieron acrecentar?”Foto Carlos Cisneros
E

l respeto es un valor moral exigente que la política no puede imponer.

La verdad, eso de que es un valor exigente que la política no puede imponer, seguramente por lerdo, no lo entiendo. ¿Quién podría, entonces? Opino diferente. La política es el esfuerzo máximo que los hombres han realizado para lograr la con-vivencia, la vida en común, o sea, la posibilidad única de supervivir.

La misión primera de la política es concebir, diseñar y construir los acuerdos básicos que convoquen a los individuos a convertir sus diferencias, múltiples sin duda alguna, en elementos de integración, fortaleza y enriquecimiento común. Los consensos alcanzados comprometen a las personas que los aceptaron y, a la autoridad, elegida entre todos, la obligan a proveer lo necesario para que ese cumplimiento se lleve a cabo.

Viada y Vilaseca, distinguidísimo jurista (cubano/español), considera que la injuria es un agravio, ultraje de obra o de palabra, que lesiona la dignidad de persona diferente al que la hace. La injuria es, pues, en síntesis, todo acto que, dirigido a una persona, perjudica su reputación o atenta contra su propia estima o heteroestima y que es conocido por terceros, es decir, un acto lesivo de derechos y con publicidad en un determinado ámbito social. Formalmente puede consistir en la atribución de unos hechos, en la expresión de palabras soeces, en la ejecución de acciones de menosprecio, en una comparación denigrante, en la burla injustificada, en formular juicios de minusvaloración sobre otro... Con esta formulación tan amplia se puede manifestar que los actos injuriosos son, básicamente, heterogéneos, circunstanciales y de definición cuasi-subjetiva.

Si esta opinión es válida, no es posible que “la Constitución proteja la expresión libre de las ideas –por absurdas e hirientes que nos parezcan”. Tampoco que la libertad de expresión implica, simultáneamente, el derecho a equivocarse y el derecho de ofender.

En verdad entiendo el animus libérrimo que subyace en las afirmaciones citadas. En ellas se evidencia un espíritu permisivo y de extrema tolerancia. Se coincide en el rechazo, en la repulsa a la homofobia y la estupidez, pero se considera que la única respuesta eficaz que merece es crítica, exhibición y burla.

Coincido plenamente con don José Woldenberg cuando afirma: No es cierto que la violencia verbal sea anodina: hace daño. Agrede. Tan es así que según datos de Amnistía Internacional a principios del presente siglo una persona murió asesinada en el mundo, cada 48 horas, por razones homofóbicas. En la actualidad, más de 70 países persiguen a los homosexuales y en ocho los condenan a muerte. El investigador de la UNAM, Julio Muñoz Rubio, nos recuerda un hecho escalofriante de hasta dónde nos puede llevar la aceptación de las conductas homofóbicas: “La violencia sexual fascista (…) produjo un cuarto de millón de homosexuales asesinados en los campos de concentración”. Me queda claro que el calificativo que la porra mexicana (espero que haya honorables excepciones) les endilgó a Itanjde (Camerún), Julio César (Brasil), Pletikasa (Croacia) y Cillessen (Holanda), no era de carácter personal ( it’s not personal thing, it’s strictly business, diría el maestro Brando), puesto que seguramente nada saben de la vida de cada uno de ellos. La ofensa era contra un terrícola que durante unas dos horas encarnaba a un enemigo mortal pues, ¡qué ocurrencias! estaba dedicado a impedir que la patria ciñera sus sienes de oliva y recibiera un laurel de victoria. Por cierto, me han surgido algunas dudas: por ejemplo, ¿Habrá alguno entre los afiebrados gordinflones (mis compañeros) que en estadios, bares o salas familiares increpan a los jugadores contrarios, que se atreva a cuestionarle, frente a frente, al más desmedrado y enclenque de los guardametas sobre su sexualidad? Ni de cuatro en cuatro, como lo nazipanistas agresores de un ciudadano brasileño, podrían aguantar una respuesta compuesta por chilenas, túneles, escorpiones, chanfles, hojas secas y demás artilugios pedestres en los que esos putines son expertos. Y esto me lleva directamente a la otra duda. ¿Sabrán los ignaros porristas en la que se meterán en Moscú dentro de cuatro años si insisten en su estúpido grito de guerra? Si a los guardametas contrarios insisten en gritarles: ¡Putin, Putin! ¿Cómo va a tomarlo don Vladímir? ¿Apoyo a su relección o una inaceptable intervención extranjera? Mejor ensayen, desde ahora, esta palabrita: gomoseksualist, tendrán menos problemas.

Se me quedan algunas otras cositas que decir sobre las barras, porras, gamberros, hooligans y nazipanistas. Ofrezco todo mi empeño para terminar la semana próxima.

Desde los años insurgentes mantuve con Arnaldo, pese a las enormes asimetrías entre su inteligencia, saberes, experiencias y mis balbuceos, una amistad horizontal, un trato de pares, sólo explicable porque era tan gruñón como parejo, cordial y buenísima onda. Lamento a destiempo no haberme disciplinado y convertido en un pupilo formal: sabría más y sería mejor. La última vez que comimos en casa de Pérez Gay y Lilia nos hicimos mil promesas incumplidas, básicamente por sus problemas de salud: me iba a dedicar unos libros para mis hijas, y a comentar mis películas sobre Allende y Neruda. Le dio mucha risa cuando al entregarle Llámenme Mike, le dije “ésta no te la pierdas, es una cinta única: Sasha Montenegro dura vestida desde el título hasta el the end”. Los tiempos recientes con regularidad le llamaba a Israel, su asistente, y por su conducto le reclamaba que no podíamos seguir así: si él no escribía, ¿a quién iba yo a fusilarme para hacer leíble mi columneta? Me contestaba cosas bellas. Escribo estas notas muy, muy triste porque, sin desmerecer un ápice el valor del intelecto, el talento, lo que más me cimbra de los seres humanos como Arnaldo, es su contextura moral, su espíritu, su estructura anímica (nada que ver con la concepción cristiana del alma), que los hace singulares, que los diferencia y condiciona a asumir la vida de una manera inusitada. Helena acaba de publicar la nómina desoladora de los mexicanos de excepción que en un lapso muy breve nos han abandonado: Monsi, Pacheco, Pérez, Villoro, el antipristo Garrido. ¿De qué están hechos estos hombres que sin creerse la ridícula añagaza ni caer en el garlito de que fueron creados a imagen y semejanza de un dios, viven su mortal existencia creadores, generosos, ejemplares, convidando a sus semejantes de los dones de que fueron dotados y que ellos supieron acrecentar? Tal vez por obvio, porque está a la vista, no hemos resaltado un hecho que cuando lo pienso me cimbra y emociona: ¿Se dan cuenta que si comparamos las biografías de los mencionados es inevitable hablar de vidas paralelas? Las familias de las que surgen, las que forman. De clase modesta a media acomodada, pero no más. La fidelidad a su vocación: las humanidades, la cultura, el arte. Ni un parpadeo los alejó jamás de su llamado interior. Aprender, investigar, trasmitir conocimientos, divulgar la cultura, compartir con la gente el placer de las manifestaciones artísticas. Asumir que la dimensión de sus saberes y su talento implicaba el tamaño de su compromiso social. Insisto en la cotidianidad de su existencia, de su hábitat. No mansiones, residencias, exultantes penthouses. No joyas, ni piedras preciosas que tienen el valor que refleja la insania y estupidez de los propietarios. Nada de artículos suntuarios pero sí, otros tesoros: libros, pinturas, grabados, discos, dvd, fotografías, y tequilas, mezcales, whiskys, caldos de uvas mexicanas y, por supuesto, más y más libros. Sus casas eran bibliotecas en las que sus familias apenas se incrustaban. Varios de ellos no tenían auto, porque ni siquiera sabían manejar. Su vestimenta, relojes, calzado, horrendas corbatas y la ausencia de celulares, los hacían inmunes a cualquier asalto callejero. Estos hombres parecían obreros del Ánfora o trabajadores de la vulcanizadora de la esquina. Todos ellos eran liberales, juaristas, orgullosos de vivir en la digna medianía. Hombres de honor, incorruptibles. Militantes aguerridos en las trincheras de la soberanía de la nación, la vida democrática, la equidad y las libertades, o sea intransigentes defensores de la laicidad y la vida secular. Antimperialistas, es decir, patriotas. Mexicanos, nomás.

Una vez más, no doy con buen fin. Si no lo olvido, continuemos con el tema la semana entrante, siempre y cuando Dios nos dé vida y razón.

Twitter: @ortiztejeda