Opinión
Ver día anteriorMartes 8 de julio de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ante lo inevitable de las migraciones
A

lguien formuló la frase célebre: La historia de la humanidad es la historia de las migraciones. Es una verdad categórica desde las migraciones bíblicas hasta las que están irrumpiendo en Europa occidental que proceden de pueblos musulmanes de Medio Oriente o del Magreb o de África o de pueblos procedentes de Europa oriental o África negra.

En México, a partir de la década de 1940 se ha formado toda una cultura de transferencia poblacional hacia Estados Unidos (EU). Una cultura mexicana que produjo toda una subcultura en aquel país y que los reflujos económicos moderan, pero no paran.

A partir de 1970, por efecto de los torbellinos políticos centroamericanos, el país experimenta un flujo humano que, con las expectativas de alcanzar EU, intenta cruzar nuestro territorio. Muchos lo logran, muchos se quedan, pocos regresan a su patria.

Los movimientos guerrilleros en Guatemala desde los años 70; la revolución en Nicaragua, que culmina en 1979, y los que alcanzan su punto álgido en los años 80 con la guerra de El Salvador, generaron todo un éxodo que rumbo a EU debió pasar por México.

Ante esas experiencias, independientemente de otros movimientos inmigratorios, chilenos, argentinos o uruguayos, México exteriorizó una actitud humanista, protectora, fraterna. Un caso muy intenso por su naturaleza, muy compacto, fue el asilo salvadoreño que se produjo en pocos años y con un porcentaje terrible de población respecto de su original en su terruño. Hoy viven en la zona metropolitana del DF, en Monterrey y Puebla principalmente. Son muy laboriosos, toda una contribución.

El Salvador se desangró y la nobilísima actitud mexicana se hizo internacionalmente evidente con la decisión de las partes de distinguir a México para firmar la paz mediante los llamados Acuerdos de Chapultepec, el 9 de enero de 1992.

Ante estos esbozos sobre las migraciones pasadas, que son científicamente comprobables, se abren escenarios a futuro verdaderamente preocupantes porque en ellos se reflejan actitudes claramente represivas y hasta homofóbicas. Ejemplos actuales: España, Francia, Italia, Inglaterra. Paradójicamente países que por siglos fueron líderes en la expulsión de migrantes.

México se comprometió junto a Estados Unidos y Canadá y los integrantes del Triángulo del Norte (Honduras, Guatemala y El Salvador) a proteger los derechos humanos de los niños en su recorrido hacia EU, desmantelar las mafias de traficantes de personas y desplegar campañas mediáticas para acabar con el rumor que desató el éxodo de los más pobres con la falsa promesa de ser legalizados al llegar a suelo estadunidense.

Estaremos más vigilantes en la frontera sur, señaló Mercedes Guillén, subsecretaria de Migración de México, en la conferencia celebrada en Managua. Preocupa mucho la ambigüedad de la declaración. Estar vigilantes es el antecedente de una acción y la señora no la especifica.

Preocupa mucho que ella como vocera de su gobierno no aluda a la brutal criminalidad que azota al área más al sur de su país, campo fértil e impune para todo delito contra migrantes, sean éstos viajeros hacia EU o como son miles, trabajadores agrícolas indocumentados, explotados por cafetaleros; trabajadores en servicios turísticos; comerciantes in situ o compradores para vender en su país; prostitución infantil, femenina y masculina, más todo lo que queramos imaginar.

Esa es, a grandes rasgos, la magnitud y complejidad del problema, junto con el más absoluto contubernio de autoridades municipales, estatales y federales. Todos están en la sopa. Anunciar que estaremos más vigilantes preocupa más que alienta.

El problema es universal y complejísimo. No se ve solución pronta por ello, por mil razones humanitarias el gobierno mexicano debería aplicar la ley contra el crimen, cosa que no hace, y anunciar una amnistía relativa en todos sus métodos xenófobos de control.

Menos controles migratorios y aduanales; más laxitud en el marco de la ley al ejercicio del derecho de tránsito sobre las corrientes migratorias; menos acoso extralegal; menos extorsión.

No hay respuesta a la preguntas de ¿por qué debemos hacer el trabajo de los estadunidenses?, ¿por qué el canciller Meade viaja lloroso a McAllen, mientras el embajador Wayne, de EU, nos inspecciona en Tapachula?