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Revueltas y la libertad
H

ace un siglo nació José Revueltas. Desde muy joven fue un activista y militante que al mismo tiempo estudiaba por su cuenta en donde podía, incluso en la cárcel. Escribía muy bien, igual se tratara de ensayos políticos y teóricos que de novelas, cuentos, obras de teatro y guiones de cine. Por encima de su compromiso militante siempre luchó por su libertad para pensar y decir, y esta vocación libertaria (que no anarquista) le produjo muchos sinsabores, incluso en las organizaciones en que militó.

Siempre fue pobre, pero al parecer nunca le importó. En ocasiones tuvo algunos trabajos por los que recibía un salario, pero siempre estuvo dispuesto a renunciar si esas labores coartaban su muy apreciada libertad de pensamiento y expresión. Sólo una vez, que yo sepa, fue presionado (en 1950) a renegar de su estupenda novela Los días terrenales (1949) y de su obra de teatro, que recién se había estrenado, El cuadrante de la soledad. Eran los tiempos del estalinismo, que en México fue adoptado tanto por los comunistas como por los lombardistas, una pinza que apretaba irracionalmente a todo aquel que se decía o era de izquierda en esos años, y que pensaba libremente.

El antiestalinismo de Revueltas no fue gratuito. Fue una de sus víctimas en México, pese a no haber sido asesinado como Trotski. Sin embargo, fue un firme defensor de Lenin y tal vez por esto insistió casi toda su vida en la necesidad de que existiera un partido leninista, vanguardia de la clase obrera. Para él, después de décadas de militancia y de varias expulsiones, el Partido Comunista Mexicano, fundado en 1919, no sólo no fue la conciencia organizada o dirección de la clase obrera, sino que tampoco fue el partido de ésta. De ahí su importantísimo libro Ensayo sobre un proletariado sin cabeza (1962) y su compleja novela Los errores (1964), llena de puertas que se cierran y se abren para dar vida a sus personajes reales a la vez que ficticios. En esta novela está presente su crítica al estalinismo, pero también al sistema, que en esos años parecía muy fuerte y estable. Para algunos fue un ajuste de cuentas con el PCM y con el gobierno, en dos dimensiones cruzadas con otras, incluso el amor.

Tal vez su única concesión a sus críticos, que él pensaba como camaradas, fue la de 1950. A saber qué momentos atormentados estaba viviendo en esos años, pues hizo referencia al insoportable mundo en que vivimos, el asco absoluto, para añadir que “todos nuestros actos están impregnados… de esa soledad indigna y maldita”. Se refería a El cuadrante de la soledad, obra que su coetáneo Efraín Huerta, quien se preciaba orgullosamente de conocer a Revueltas, vio en su totalidad y escribió el vapuleado Cuadrante el 27 de mayo de 1950 (reproducido en Nexos en marzo de 1993).

Pero, que yo sepa, no volvió a hacer concesión alguna, ni a las izquierdas en que militó ni al poder institucional, que tampoco lo trató bien. La paradoja fue, me parece, que aunque era respetado y temido por su pluma entre las izquierdas, a éstas les resultaba incómodo por su defensa de la libertad y su pensamiento heterodoxo (que no ecléctico). Un espíritu indomable, podría decir, y un ejemplo a seguir (en ese terreno), pues no hay nada más castrante que no poder opinar con libertad de los asuntos que nos interesan. Otra cosa fue su vida privada, que respeto pero no hubiera intentado imitar.

No fuimos amigos, aunque lo traté en breves ocasiones. Tampoco he leído su obra completa, que en 26 tomos publicó la editorial Era, pero sí algunos de sus libros que más me han interesado por razones profesionales y porque disfruto la novela. Fue sin duda un escritor prolífico e incansable, discutible y debatido incluso en medios no izquierdistas. Fue una personalidad que, en general, se rebeló al silencio que le quisieron imponer tanto las izquierdas estalinistas como los gobiernos priístas, y sufrió por ello.

Se puede coincidir con él y su pensamiento, o no, pero tendrá que reconocerse que fue un luchador por el socialismo, consecuente hasta su muerte a los 62 años. Más que sus escritos políticos, los literarios lograron traspasar nuestras fronteras, a veces mucho después de su fallecimiento; quizá porque sus novelas tuvieron un trasfondo político y de denuncia. En Cuba, por ejemplo, donde estuvo por segunda vez en 1968 como jurado del Premio Casa de las Américas, su novela Los días terrenales no fue publicada sino hasta 2010, cuando se dio una cierta apertura que incluso permitió que parte de la obra del proscrito Heberto Padilla fuera dada a conocer en 2013. Revueltas, se dice, fue uno de los que protestaron por el encarcelamiento del poeta Padilla por actividades subversivas contra el gobierno (1971). Entre los intelectuales que también protestaron figuraban Sartre, Cortázar, Paz, Rulfo, De Beauvoir y muchos más. Para Revueltas, conocedor de prisiones por intolerancia gubernamental, la detención de Padilla significó el fin de su apoyo al régimen de Fidel Castro. Así era Revueltas, poco preocupado de lo políticamente correcto y un hombre de convicciones.

rodriguezaraujo.unam.mx