Opinión
Ver día anteriorViernes 11 de julio de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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In goal we trust
L

a imagen se la debemos a Juan Villoro: Dios es redondo (título de uno de sus libros, donde el tema, por supuesto, es el futbol). Con mayor precisión: Dios es esférico. Un diosete, en el mismo sentido, que hace lo contrario de iluminar. Pergeño de violaciones tumultuarias a la muchedumbre desprevenida, embobecida por políticos desde el más alto puesto hasta el jefe del personal de limpieza; por unos medios ilimitados en su voluntad de mentir y obnubilar; por unos empresarios cuyos líderes predicen la caída de Holanda pero no le apuestan un clavo a México (a la inversa, mantienen encogido el mercado interno mientras sus inversiones empresariales y personales las vuelcan al exterior); por unos intelectuales que hacen cabriolas literarias para no perder la sintonía con quienes sacan provecho de un deporte convertido en ese big business de 200 mil millones de dólares para un sector de la plutocracia que gobierna el mundo.

Las aclaraciones son necesarias. Como deporte, el futbol soccer es tan inocente como cualquiera otro que signifique salud y emoción. En su práctica puede haber individuos virtuosos y equipos eficaces en el nivel que juegan. Y sí, ese dios tan redondo como redundante, puede tener muy diversos tamaños: el de básquet o el de futbol, los más grandes, y en una gradación menor las pelotas de softbol, beisbol, de tenis y así hasta llegar a la de golf, la de ping-pong o las canicas. Ya que la tierra es redonda y se mueve constantemente, quizá haya una atracción natural, kinestésica, entre los humanos que la habitamos y los cuerpos esféricos en movimiento.

De ahí, acaso, ese tono sacramental que se desprende de todos los deportes que implican balones y pelotas. El futbol profesional, en tanto que permite con agilidad el consumo masivo, desde mitos y proyecciones vicarias hasta imágenes televisivas y una vasta periferia de artículos (boletos sobrepreciados en el mercado negro, camisetas, cerveza, gaseosas, y un largo etcétera), se presta más a que la manipulación de las conciencias, desde la dimensión del espectáculo, reditúe a sus promotores y beneficiarios en capital político y/o financiero. Concretamente, en poder. Un poder que ellos incrementan mientras a sociedades como la nuestra se lo quitan. Un ejemplo que Enrique Peña Nieto quiso magnificar: horas después de la cobarde aprehen­sión del doctor José Manuel Mireles, a quien nuestros cuerpos de seguridad dieron trato de enemigo público número uno al que había que vejar y encarcelar mediante medidas de seguridad que no le fueron aplicadas con igual rigor a don Chapo, emitió un solemne mensaje nacional para justificar la derrota de la selección mexicana.

Al futbol y los demás deportes hay que verlos y juzgarlos en el contexto social de lo que México es hoy: un país tan mal alimentado que nos hemos convertido, por una cara, en uno de los que tienen mayor porcentaje de pobres, y por la contracara, en el reino de la obesidad. Y tan poco ejercitado en el deporte que damos pena, por el decimotercer lugar que ocupamos en la economía mundial (cálcu­lo de 2010). Veamos las cifras del Inegi: de cada 10 mexicanos, sólo cuatro hacen deporte y sólo dos de manera sistemática; y luego comparemos esta pobreza física con la que dejamos ver en la captación de medallas olímpicas frente a países que tienen una menor economía, pero un índice de desarrollo humano alto del que no se puede jactar México en relación con el tamaño de su PIB (no pondré de ejemplo a Cuba, para evitar el recelo ideológico).

A la FIFA no le interesan ese tipo de menudencias; tampoco a las federaciones nacionales ni a los gobiernos y los empresarios, que coinciden en un gran punto de intersección donde ambos buscan mayor poder de sumisión y de negocios. El futbol catapulta hacia ese umbral mayúsculo. Ahora, empresas como Soccer City, Plannet Gol y Fut-Center han creado un modelo franquiciable para impulsar el negocio de canchas de soccer ( El Financiero, 27/6/14). Pionero en este sentido fue uno de los gobiernos panistas que ha padecido Monterrey. Privatizó las canchas populares en el lecho del río Santa Catarina y pronto aparecieron en las calles de la ciudad, al lado del crimen organizado, numerosos jóvenes a los que les cancelaron las condiciones para practicar su antiguo llanero.

Así que para los negociantes y políticos aparentemente futboleros, lo mejor es que todos se metan si no a jugar, sí a ver y a pensar en futbol mientras ellos se ocupan de hacer política y negocios con nosotros. El pensamiento único ha encontrado en el futbol a uno de sus mejores aliados. De hecho lo ha reducido a una fácil expresión monosilábica (y polidecibélica): gol.

En cuanto al futbol visual, hay por lo menos una alternativa: es –para terminar refiriéndome como empecé, a Juan Villoro– echarse una cascarita.