Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 13 de julio de 2014 Num: 1010

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La palabra de
Yásnaya, activista mixe

Ana Paula Pintado

Antropología, contracultura y rock
Miguel Ángel Adame Cerón

La música, el oído
y el silencio

Armando G. Tejeda entrevista
con Ramón Andrés

Rock, literatura
y experiencia

Xabier F. Coronado

Arnaldo Córdova y
La ideología de la Revolución mexicana

Carlos Martínez Assad

Cien mujeres contra
la violencia de género

Esther Andradi

Columnas:
Galería
Ricardo Guzmán Wolffer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
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Carlos Martínez Assad

Arnaldo Córdova y La ideología de la Revolución mexicana Arnaldo Córdova y La ideología de la Revolución mexicana

Cuando publicó La ideología de la Revolución mexicana, el nombre de Arnaldo Córdova ya era sinónimo de alguien inteligente que había trabajado en Italia con Humberto Cerroni, muy familiar para los estudiantes de entonces de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Se hablaba entonces de las crisis de los paradigmas y 1973 fue un año de intensas búsquedas y de discusiones notables en un amplio espectro que iba de Adolfo Sánchez Vázquez a Enrique González Pedrero. No habían transcurrido cinco años del movimiento de 1968 ni dos de la agresión del Jueves de Corpus de 1971. Había surgido el gobierno de la Unidad Popular en Chile y pronto esa utopía caería.

Desde febrero de 1973, los interesados pudimos adquirir La ideología...; unos meses después (parece que en junio) fue la presentación en la Librería Gandhi, que apenas hacía dos años se había convertido en lugar de encuentro de los universitarios atraídos por varias actividades culturales. Me impresionaron varios asuntos: la forma como fue discutido el libro por Carlos Monsiváis, la imposibilidad de darle la voz a todos los que querían hablar entre el público y, por supuesto, la respuesta de Arnaldo.

Él se consideraba ante todo politicólogo y jurista, aunque para muchos se trataba de un historiador y el gremio consideró esa obra como “estrictamente histórica” e incluso como “una aportación de relieve a los estudios históricos”. Para el autor, la historia es parte fundamental de su metodología para el análisis político, y él mismo lo dice: “mi principal herramienta de investigación ha sido siempre la historia, a la que alguna vez llamé, con la mayor convicción, maestra de la política”.

En efecto, Arnaldo se acercaba con su libro a los debates que tenían lugar entonces tanto en las ciencias sociales como en la filosofía política. Se debatía siguiendo los escritos de Marx y Engels, en particular esgrimiendo La ideología alemana. Luis Villoro iniciaba un artículo al respecto: “La palabra ‘ideología’ es usada actualmente en los más diversos sentidos. Estos pueden variar desde una acepción tan amplia y vaga como ‘un conjunto de creencias generales sobre el mundo y la sociedad’, hasta otra más estrecha pero igualmente vaga como ‘conciencia falsa’. Sin embargo, Carlos Pereyra consideraba a la ideología como un concepto sociológico perteneciente a la teoría de la sociedad y agregaba: “carece de sentido preguntar si una ideología es verdadera o falsa”. La discusión tenía lugar durante el auge del estructuralismo althusseriano.

Con un bagaje teórico marxista, Córdova avanzaba y definía “la ideología de la clase dominante como un movimiento colectivo de ideas y valores o creencias, que de alguna manera inspira, define o dirige la conducta y la acción de esa clase social en la realidad política, económica y social y que se plantea la promoción, la defensa, la explicación general y la justificación del sistema social imperante”. Y así encontraba la pauta para dar cuenta del liberalismo y el positivismo mexicanos.

El punto de partida de Córdova fue el análisis teórico y, como él mismo afirma, no buscaba el relato cronológico de la historia tradicional, ni la reconstrucción de los hechos; así se distanciaba de los historiadores tradicionales descriptivos en su forma de aproximación reflexiva. El libro, pese a la propia apreciación del autor, se inscribió en la historia de las ideas, un campo poco frecuentado entonces en la historia de México, aunque coincidía con las obras de Charles Hale, El liberalismo mexicano en la época de Mora (1821-1853) (Siglo XXI, 1972) o la de James D. Cockroft, Los precursores intelectuales de la revolución mexicana (Siglo XXI, 1968). De su lectura logro desprender varios puntos:

• Córdova vio entre el porfiriato y la Revolución una continuidad vinculada al proyecto capitalista. Para ello debía romperse con la idea difundida durante varios años de igualar ese período con una “edad media” de la historia mexicana. Fue años después, en 1982 con Francois-Xavier Guerra, en Del antiguo régimen a la Revolución (fce, 1988), cuando se reforzó la idea de las continuidades. La coincidencia se dio aunque los objetivos buscados fueron diferentes.

•Arnaldo inició su capítulo “Del Liberalismo al Populismo” un poco en los mismos términos que el Zapata y la Revolución mexicana de John Womack Jr. (Siglo XXI, 1969). Decía: “En México, la Revolución nace acompañada de una candente defensa del pasado”, pero da un sesgo cuando completa la idea porque “el pasado no es el porfirismo, sino la tradición libertaria que se da a partir de la independencia”. Ese pasado no era el porfirismo sino la tradición de los valores de la Constitución de 1857. Tal como se pondrá de manifiesto con los clubes liberales y la acción, por ejemplo, de los hermanos Flores Magón y todas las ideas que cristaliza el movimiento de Francisco I. Madero.

• Para él, Madero es, como afirma Stanley Ross, no el creador de la Revolución porque ésta contaba ya con sus cimientos; más bien la proveyó de una bandera y de un caudillo que simbolizó el deseo de cambio de los descontentos. Veía a Madero como el eslabón entre el elogio y la crítica a Porfirio Díaz, pero el ideólogo capaz de luchar por “el grandioso ideal democrático, consistente en la reivindicación de nuestros derechos, a fin de dignificar al mexicano, de elevarlo de nivel, de hacerle ascender de la categoría de súbdito, a la que prácticamente está reducido, a la de hombre libre.”

• Al diferenciar las luchas de Zapata y de Villa, Córdova se deslindaba de la historia oficial que ya mostraba su agotamiento. “Los diferencia netamente el arraigo profundo y casi atávico del primero y sus seguidores, a su tierra, frente a la movilidad y desarraigo de lumpenproletario rural del segundo”. Dicho de otra forma, donde abundaban las comunidades agrarias despojadas había que devolver la tierra, y donde prevalecían los más grandes latifundios, lo básico era dividirlos. Posteriormente Friedrich Katz, en Pancho Villa (ERA, 1998), dio la dimensión exacta del significado de esa lucha como ya lo había hecho Womack para Zapata. El ideal individualista de la pequeña propiedad de Villa no tenía que ver con el problema de pueblos y comunidades del segundo; la diferenciación estaba claramente marcada.

• Con lo que designó “la otra revolución”, Arnaldo rescató el impacto que sobre las masas populares tuvo lo que Luis Cabrera llamó la “clase media intelectual”, categoría a la que consideró “el núcleo del resurgimiento democrático en 1909”. Bajo ese parámetro consideraba que el movimiento zapatista no puede entenderse como una revolución porque “una revolución, política o social, nunca es local, ni mira a restablecer el pasado; una revolución es nacional, y por ello mismo se plantea como primer objetivo la toma del poder político”. La utopía revolucionaria era entonces algo que no se había cumplido.

• En la asunción del populismo, Córdova dice: “En el breve periodo durante el cual don Francisco i. Madero ocupó la Presidencia de la República, México conoció el régimen de mayor libertad y de más efectiva democracia en toda su historia”. Con esta afirmación también se adelantó a otros historiadores que revaloraron más adelante el maderismo, aunque tal argumentación fue puesta en duda por nuevos archivos antes desconocidos. Lo importante es que Madero tuvo claridad sobre los problemas sociales, como la necesidad de crear la pequeña propiedad; sin embargo, no pudo dejar de lado al personal político del antiguo régimen.

• Venustiano Carranza no pensaba en forma tan diferente de Madero y no hay que olvidar que éste veía con desconfianza a quien había sido un gobernador postulado por Porfirio Díaz. Pero fue precisamente Carranza quien inició la respuesta contra el golpe y asesinato de Madero activada por la acción de Victoriano Huerta por medio del Plan de Guadalupe. Además contribuyó a la reforma que desde la Ley del 6 de enero de 1915 inauguró lo que el autor llamó “estilo populista”. Con la Constitución de 1917 afianzó su idea de un Estado fuerte, sin dejar de lado su idea de conciliación de clases; sin embargo, según el autor no fue tan audaz para llevar adelante todas sus reformas. Privó la concepción liberal individualista, pero aún así se redactó el artículo 27 para dirimir todo lo concerniente al problema agrario y las facultades del Estado sobre las tierras.

• Respecto a los personajes, sin Carranza es difícil entender a Obregón y sus capacidades como caudillo para organizar al Estado. Desligado de la personalidad autoritaria de Carranza, Obregón –con su prestigio militar– logró hacer del populismo su práctica política. Con Calles prevalecerá la política del hombre fuerte gracias a sus cualidades administrativas y su particular capacidad para crear instituciones.

Además del lúcido libro de Arnaldo Córdova, la nueva historiografía ha mostrado el México diverso en el cual la Revolución tuvo motivos y desarrollos muy diferentes, como lo atestigua la investigación empírica cuando nuestro enfoque se concentra en espacios más específicos. Los casos de Chihuahua y aun de Morelos explican las profundas causas de los levantamientos vinculados a cuestiones agrarias, pero otros estudios como el de Gilbert Joseph en Yucatán explican “la revolución desde fuera”, el proceso por medio del cual, de manera consciente, los jefes revolucionarios buscaron extender el movimiento político e ideológico a todas las regiones del país, incluso en aquellas menos revolucionadas. La historiografía, con énfasis en los procesos regionales, ha demostrado que la Revolución fue llevada también a Tabasco y a Veracruz, así como que nunca logró implantarse en Chiapas, que aún espera una interpretación desligada de prejuicios.

También se ha establecido que los intereses de los revolucionarios no coincidían necesariamente, y esto se puede ver con el ejemplo de la concepción capitalista y provinciana de Francisco I. Madero, que puede resumirse en el choque de intereses de clase entre lo que su padre consideró “nuestros 18 partidarios millonarios” y los mineros norteños, rancheros, campesinos y agraristas.

Desde luego, ningún proceso es puro, por lo que no puede negarse la presencia de antecedentes y situaciones que influyeron en las prácticas que dieron sentido a las acciones revolucionarias, de acuerdo con los idearios que se aplicaron en los diferentes lugares. Unos están más próximos a las generalidades y otros ponen el acento en las particularidades, según sus propias tradiciones y antecedentes históricos. Así, algunas regiones fueron más revolucionarias al comienzo, otras se aletargaron y, finalmente, las demás se radicalizaron e incluso mantuvieron un fuerte activismo ya en el período revolucionario.

La ideología de la Revolución Mexicana, de Arnaldo Córdova, queda como uno de los análisis más lúcidos y avanzados de la historia de la ideas, con un arsenal del pensamiento y de la inteligencia que se ha desarrollado en el país. Su influencia en la actividad docente ha sido definitiva y acaso sus argumentos fueron de los que más dieron en qué pensar; tal sucede con su disyuntiva conceptual de la revolución política y la revolución social, que orientó muchas de las investigaciones que luego se produjeron.

En lo personal, su reflexión histórica, para la cual se apoya en la ciencia política, amplió mis perspectivas; es decir, le perdí el miedo a pensar en la historia con algunas de las herramientas de la sociología.

Mucho hemos aprendido de lo que ha escrito Arnaldo Córdova, desde su libro La formación del poder político en México (1972), pasando por La política de masas del cardenismo (1974), hasta La Revolución en crisis. La aventura del maximato (1995), que aun sin que él lo considerara la saga para entender la formación del poder, es exactamente eso: una obra integrada para la comprensión del presente.