Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 13 de julio de 2014 Num: 1010

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La palabra de
Yásnaya, activista mixe

Ana Paula Pintado

Antropología, contracultura y rock
Miguel Ángel Adame Cerón

La música, el oído
y el silencio

Armando G. Tejeda entrevista
con Ramón Andrés

Rock, literatura
y experiencia

Xabier F. Coronado

Arnaldo Córdova y
La ideología de la Revolución mexicana

Carlos Martínez Assad

Cien mujeres contra
la violencia de género

Esther Andradi

Columnas:
Galería
Ricardo Guzmán Wolffer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Jorge Moch
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Twitter: @JorgeMoch

¿Qué más quiere el señorito?

Nuestro mercado en este país es muy claro:
la clase media popular. La clase exquisita,
muy respetable, puede leer libros…
 Emilio el Tigre Azcárraga Milmo

(Discurso del 10 de febrero de 1993)

¿Qué más quiere el señorito? ¿Qué capricho ordena su majestad en esta mañana que aunque de horizontes foscos será diáfana siempre para usted? ¿De qué tiene antojo el nene hoy? Acá sus tarugos le seguimos y por lo visto seguiremos consintiendo, cómplices a la vez que víctimas en colectivo y demencial síndrome de Estocolmo, todas sus minuciosas, disparatadas marranadas. Le permitimos ya hurtar el poder (y corromper la dignidad de millones) por vías que en muchos otros rincones del planeta supondrían cárcel y hasta paredón. Acá en cambio las usurpaciones obsequian respeto y músculo, pero sobre todo ser cabeza de la pirámide de la depredación, la corrupción, la fina de red de complicidades criminales con que se constituye en realidad eso que llamamos Estado. Y ello puede solamente significar al final una cosa: dinero. Despáchese usted con la cuchara grande y sin cuidado, que si algo nos caracteriza es la cortedad, a más de miras, de memoria. Recuerde con ánimo relajado que no gobierna un país ni un emporio: usted administra impunidad. La regula. La obsequia o la niega. Es suya. Diga orgulloso: “La impunidad soy yo.”

¿Cuál es la orden, perdón, la sugerencia de sus “socios” trasnacionales, sus “asesores” de los consorcios arrendatarios forzudos de soberanía, riqueza patrimonial, dignidad nacional y cualquiera de esas paparruchas que reclamamos los resabiosos?, ¿que hay que desmantelar este sindicato porque no se dobla ante las imposiciones legaloides de la patronal o la voracidad de un proyecto empresarial? Hecho. Indique usted si hay que ponerle una madriza –o mire, ya, de plano, desaparecer pero que no le expliquen detalles, qué horror, a lo que lo obligan a uno, pinches comunistas, pinches chairos, pinches nacos retobones, los tetos, los proles, las chachas, si uno no quiere mandar matar a nadie, pero los revoltosos, los inconsecuentes, los indiscretos (allí tanto periodista que se hace martirizar, oiga), ésos que solamente protestan terminan haciéndose matar solos, ¡tanto infortunio, las amenazas, las intimidaciones, los despidos, los levantones y hasta su propia muerte es culpa de ellos mismos, esos intransigentes que luego se hacen llamar víctimas!– a aquel lidercillo social o campesino porque estorba al negocio de las placas o de las nuevas credenciales obligatorias, a una minera extranjera (con destacados socios mexicanos, se entiende, de ésos que salen encopetados y perfumados en fotos de sociales), a la construcción de una autopista que va a encarecer primorosamente los terrenos que los socios de la constructora, los parientes del gobernador – o sus prestanombres– compraron a precios de miseria porque la miseria engendra la ignorancia que permite embaucar a la gente pobre: indíquelo y será puntualmente obedecido, cómo chingados no. ¿Que vamos a traicionar a aquel soliviantado que andaba levantando gente en armas para pararle las patas a nuestros socios de este o aquel privilegiado grupo criminal por cuyos moches los conoceréis?, traicionémosle, pues. Su capricho es nuestra ley, aunque mordamos con rabia el freno y la brida. No por nada sus súbditos suelen terminar cualquier frase que le dirijan con una palabra que delinea de manera inconfundible el monolítico, inquebrantable código de las jerarquías de las que usted habita la cima:  “Señor.”

¿Qué manda el señorito hoy?, ¿hay que incordiar a lo poco que quede de oposición política, bañarla de denuestos, de insultos, de una oportuna –pero anónima, claro, si no para qué paga a tanto operador en las redes– catarata mediática de mierda? Cuente con ello, señor, faltaba más, para eso son las concesiones y sus largos procesos de negociación. Para eso tanto cabildeo en las cámaras, tanta zalamería en Palacio, tanta costosa simulación parlamentaria… ¿Que mejor enviar las proclamas públicas incómodas o esas protestas de gente inconforme al rincón del olvido por omisión?, hecho, si para eso son los videos chistosos, los chismes de los famosos, la opereta de los noticieros a modo. ¿Que hay que activar los grandes dispositivos distractores de la población, no sea que vaya a hacerle caso a su enojo? Garantizado. No hay problema. Ahí siguen los rescoldos futboleros, ahí viene de visita su Santidad, o está en fila el próximo gran escándalo…

No se preocupe, capitán, su barco y el de la industria de la propaganda siempre han navegado juntos en las procelosas aguas de lo que es verdad y lo que es mentira siendo, como cantaba uno de esos muchos estribillos idiotas tan útiles, “uno mismo”.