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Marysole: (1936-2014)
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indo un postrer recuerdo a una artista mexicana que tal vez no alcanzó el reconocimiento que merecía por su calidad de entrega, tenacidad y aciertos, tanto escultóricos como pictóricos que llegó a concretar.

Marysole Worner Baz nació en el seno de una familia cuya madre fue descendiente de diseñadores, dibujante ocasional y hermana de artistas, en ese contexto tuvo un reconocimiento por parte del Museo de Arte Moderno a través de la exposición Herencia y creación, que la incluyó como figura contemporánea principal junto a sus dos reconocidos tíos Emilio y Ben Hur Baz Viaud, y a su hermano, el arquitecto Juan Worner Baz, cuyo fallecimiento en enero de este mismo año pudo haber coadyuvado al deterioro físico de Marysole, redundando en un derrame cerebral.

Fui testigo de la complicidad fraterna que siempre guardaron entre sí. Vivían en sendas construcciones tipo cottage en el área que se conoció como Las Cabañas cerca de Tepozotlán en pleno campo, conservaron su casa familiar en Polanco, que rentaban y de eso se ayudaban.

Durante mi primera visita a Las Cabañas, en compañía de mis hijas, conocí a los más de 18 perros que allí vivían, bien cuidados, a la vez que disfruté de una tarde luminosa, algo ventosa, muy en la tónica paisajística que a ratos animó a Marysole, aunque las carácterísticas turbulentas predominaron en su iconografía pictórica: entre las pinturas muy logradas, está la de un acervo, de pocos libros, en tonalidades ocres, sienas, negros, en timbre expresionista, que es la etiqueta que quizá mayormente conviene a su producción en todos los órdenes: grabado en diferentes técnicas, dibujo, instalación performática, escultura. Fue en este último medio en el que a la postre vino a destacar con mayor persistencia.

Ella misma en cierta ocasión sacrificó algunas de sus piezas un poco siguiendo la tónica de Naum Gabo, las obras eran incendiables, su tellos era extinguirse tan pronto como se exhibían.

Las que más admiradores le depararon, estaban (están porque perviven en colecciones particulares y públicas) confeccionadas a partir de clavos de durmientes de ferrocarril, ya por sí solos elocuentes, al decir de Raquel Tibol, quien ha sido una de las personas que con mayor asiduidad siguió su trayectoria, los clavos resultaron protagónicos cuando fueron convertidos en guerreros en una de sus más conocidas creaciones en volumen.

El arranque público, tipo descubrimiento de la entonces muy joven artista, algo menor en edad, pero en una época casi simultánea de José Luis Cuevas en cuanto a apariciones públicas, se debió más que a ninguna otra persona a la crítica de arte Margarita Nelken (1894-1968) socialista, figura importante políticamente durante la Segunda República y miembro inicialmente del PSOE y luego del Partido Comunista Español. Nelken llegó exiliada a México después de haber vivido en Barcelona, en París y en otras capitales europeas, incluyendo un año en Moscú. Su más acucioso comentarista es quizá Paul Preston en su libro Doves of War (Palomas de la guerra) publicado por Harper and Collins. Había perdido a su hijo en combate, se sobrepuso y ejerció la crítica de arte en México en Excélsior y en varias revistas. Su libro El expresionismo mexicano funcionó de piedra de toque a otras obras.

Conocí a Marysole, su obra y también su persona, durante su primera exposición en el Palacio de Bellas Artes. Entre sus cuadros estaba una Última cena sin apóstoles ni Cristo, puras sillas, ante una mesa desnuda que me impresionó en cuanto a concepción, era de baja estatura, pelo cortado a la garçon, no agraciada, pero dotada de voz juvenil y sonora, muy distinta en cuanto a físico de su apuesto hermano Juan y de su tío Ben Hur, cuyo tipo era anglosajón, además de que prefería hablar en inglés que en español. Emilio, ya viejo, me fue acercando más a la familia de Marysole y conocí incluso a su madre. Tenían en su haber obras de Leonora Carrington, de Remedios Varo y de Kati Horna, algunas de mis escrituras sobre surrealismo en México se vieron influidas por esa circunstancia.

Marysole tuvo una etapa de alcoholismo que no disimuló ni a su familia ni a sus conocidos. Se trató y se recuperó y de ello desarrolló una vocación secundaria, cuando la volví a ver en otra exposición, iba acompañada de una joven dama de muy buen ver; fue entonces que me narró el viaje que tiempo atrás hizo con Remedios Varo a Francia cuando ésta viajó para decirle adiós a Benjamin Péret, quien se encontraba muy enfermo. Marysole me comentó que deambulaba por la Ciudad Luz, introyectaba museos, construcciones, ambientes, talleres.

Esta memoria se reavivó cuando los medios que cultivó en cuanto a materialidad se convirtieron en motivo de tesis de maestría que asesoré en la Facultad de Filosofía y Letras: al entonces estudiante Héctor Palhares, actual curador del Museo Soumaya. Su valioso trabajo no es biográfico, pero mis intentos de consultarlo personalmente ahora fueron infructuosos.