Opinión
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American Curios

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C

aminando por Washington Square se escucha un conjunto de jazz extraordinario y otro que, sin pena ni la decencia de callar ante maestros, produce un sonido mediocre. Un percusionista busca ritmos con cubetas, ollas y latas, mientras otro grupo practica yoga. Danzantes ensayan algo que copiaron de un video de música comercial mientras, a unos pasos, un joven con una guitarra canta dulcemente rodeado por cinco jovencitas frente a la estatua de Garibaldi. Del otro lado de la plaza, cinco mujeres en bikini simulan que el pasto es arena de playa y absorben color del sol. Ya casi en la esquina un afroestadunidense mayor, con un ejemplar viejo de Ulises, de James Joyce, invita a jugar ajedrez (cobra). Otro joven deambula, susurrando “smoke, smoke”, buscando clientes que deseen mariguana: paraíso urbano pacífico en medio de un mundo en llamas.

Durante esa tarde noticias incesantes llueven por televisión, radio y el universo digital informando del avión derribado, de sangre de niños, mujeres y hombres en Gaza, Irak y Siria, de niños huyendo de la violencia para ser recibidos en la frontera estadunidense por políticos que dicen que los regresarán a sus infiernos. A la vez, se reporta que los ricos –ese uno por ciento– se hacen aún más ricos gozando de impunidad por sus magnos fraudes y engaños, mientras las guerras y negocios mortales para el planeta siguen rindiendo ganancias espectaculares, mientras las autoridades de Detroit suspenden el servicio de agua a habitantes que no tienen suficiente dinero para pagar sus cuentas en esa ciudad devastada por el libre mercado.

Nadie aquí puede decir que no sabe, que no está enterado, que no le llegó la noticia; todos están enchufados a lo que algunos celebran como uno de los grandes saltos tecnológicos en la historia: el mundo digital. No hay pretexto, y casi nadie se puede esconder de la torrente informática.

Mayorías dicen que se oponen a más aventuras bélicas, que desaprueban el manejo del gobierno del asunto migratorio y las políticas económicas, que las guerras de los últimos 10 años no valieron la pena, etcétera. La tasa de aprobación del Congreso es la más baja de todos los tiempos, la mayoría desaprueba la gestión del presidente. La mayoría cree que sus hijos no tendrán mejores condiciones económicas que ellos (o sea, declaran el fin del sueño americano). Mientras tanto, todos han sido informados de que el nivel de desigualdad económica ha llegado al que existía antes de la gran depresión.

La semana pasada los medios informaron que cuatro niños que jugaban en la playa en Gaza perdieron la vida por fuego israelí, cifras agregadas a los cientos de muertos, entre ellos casi 40 niños, durante el actual asalto militar. También reportaron que después de todas estas noticias el presidente Barack Obama se comunicó con su homólogo israelí para reiterarle el apoyo estadunidense al derecho de Israel a la autodefensa. Los más de 3 mil millones de dólares en asistencia militar estadunidense cada año –que hacen de Israel el mayor receptor de apoyo estadunidense en el mundo– lo comprueban.

A la vez, Obama declaró que el derribo del avión en Ucrania fue un acto atroz. Nadie recordó que Luis Posada Carriles, ex agente de la CIA acusado de ser el autor intelectual de hacer estallar un vuelo de Cubana de Aviación en 1976 en el que perecieron 78 civiles, sigue viviendo abierta y cómodamente en Miami, en los hechos, albergado por el gobierno estadunidense. Tampoco nadie recordó el vuelo 655 de Irán Air, avión de pasajeros civil que volaba entre Teherán y Dubai, en espacio aéreo iraní, que fue derribado por un misil lanzado de un buque de guerra de la marina de Estados Unidos en 1988, accidente en el cual fallecieron 290 civiles, 66 niños incluidos. El gobierno estadunidense informó que sus militares cometieron un error al identificar el Airbus como un caza iraní, a pesar de que emitía señales identificándose como avión civil. Washington nunca ofreció disculpas a Irán, y no usó la palabra atroz para describir esos dos incidentes.

Por otro lado, mientras se sigue reportando que drones estadunidenses artillados continúan sus misiones antiterroristas asesinando sospechosos en varios países del mundo, pocos se fijaron que Mary Anne Grady Flores, abuela activista contra la guerra, fue sentenciada a un año de prisión por participar en protestas pacíficas en una base militar aquí, desde donde se manejan los drones a control remoto. Ella declaró ante el tribunal que eso era una perversión de la justicia y que quienes están cometiendo los delitos de matar inocentes en otras partes del mundo no son responsabilizados de esos crímenes, pero sí son criminalizados por quienes se oponen. Afirmó: Sí tengo remordimiento, remordimiento de mi país, por continuar propagando la violencia y la injusticia.

No es que no haya brotes de protestas contra las políticas bélicas, económicas, sociales, antimigrantes y agresiones contra pueblos en diversos puntos de este país. Todos los días hay denuncias, resistencia y disidencia. Pero por ahora, en esta coyuntura, después de la última semana de noticias inaguantables, en las que Estados Unidos es participante directo o indirecto, lo más notable es la ausencia de una reacción más amplia y masiva.

Dicen que estamos más conectados que nunca, más informados que nunca. Que a pesar de que la población, aquí y en todo el mundo, es más espiada y observada que nunca, aún existe la llamada libertad de expresión. Pero por el momento, caminando por Washington Square, la sensación es que estamos más desconectados, menos informados y menos expresivos que nunca. ¿O será que en las notas de jazz, en el libro de Ulises, detrás del disfraz de los bikinis, en el ritmo de las percusiones y en el tablero de ajedrez se está preparando una respuesta que transformará este país? Tal vez Garibaldi resucitará para convocar a todos a defender sus sueños y principios otra vez más.