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Culmina el Ballet Lausanne sus presentaciones en el Palacio de Bellas Artes

En escena y megapantalla, el arte de Béjart: apoteosis de lo sublime

Una multitud se congregó en la explanada del máximo recinto cultural del país

La visita de la compañía suiza reposiciona a México en el mapa internacional de la excelencia artística

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Integrantes de la compañía fundada por Maurice Béjart (1927-2007), en Lausana, Suiza, en una escena de Lo que el amor me dice. El domingo, la agrupación realizó la quinta y última función en el Palacio de Bellas ArtesFoto © Nathalie Sternalski
 
Periódico La Jornada
Martes 22 de julio de 2014, p. 4

La temporada de cinco funciones que ofreció el Béjart Ballet Lausanne en Bellas Artes y culminó el domingo, vuelve a colocar a México en el mapa internacional de la excelencia artística.

Cinco presentaciones a sala llena, con demanda tal que pudieron abrirse otras fechas de no ser por la agenda prestablecida de la compañía suiza fundada en Bruselas por Maurice Béjart (1927-2007) y después trasladada a Lausanne.

Representación del sueño

La última función, la del domingo a las 13 horas, fue felizmente transmitida en circuito cerrado para la multitud que se congregó frente a una megapantalla en la explanada del palacio de marmomerengue.

Lo visto este domingo en Bellas Artes es una nueva confirmación: Maurice Béjart es uno de los creadores más importantes en la historia moderna de la cultura de occidente.

Está inmortalizado en su legado, en sus coreografías y en su compañía que sigue en activo, dirigida ahora por su alumno Gil Roman, quien apareció al final de la función en el proscenio de manera semejante a como lo hacía en vida Béjart: la mirada magnética, la sonrisa en el rostro, zapatos tenis (el mismo modelo que usaba Béjart) y atuendo todo en negro.

El programa se inició con una de las obras más impactantes de todo el repertorio de Béjart: Ce que l’amour me dit (Lo que el amor me dice), con la conmoción que de por sí causan los tres últimos movimientos de la Tercera Sinfonía de Gustav Mahler.

En escena, la representación del sueño. El acto amoroso de cuidar el sueño de quien se ama. Las reflexiones que tomó Mahler del Alegre saber (Gaya ciencia) de Friedrich Nietzsche, de La segunda canción del baile, del discurso zaratustriano: Oh, hombre, ¿qué te dice la noche? El mundo es profundo. El placer es más profundo que el sufrimiento. El placer aspira a la eternidad.

En un momento dado, cuando el oboe y la cantante contralto toman cuerpo en los bailarines, se llega al instante de máxima, intensa emoción estética, como ocurrió en la primera visita de Béjart, con Jorge Donn, la brasileña Marcia Haydée y toda la trouppe magistral: el Ballet del Siglo XX, como entonces se llamaba esta misma compañía de danza, en 1982.

El siguiente pasaje fue El canto de los ángeles, voces de niños y mujeres en el coro, campanas y la alegría del hedonismo natural, el cuerpo de baile en retozo, para dar paso al adagio mahleriano final, en apoteosis fulgurante. La encarnación de lo sublime. El cuerpo humano como materia viva de la poesía.

Siguieron las Siete danzas griegas, con la evidencia de la inmortalidad de Jorge Donn (1947-1992), uno de los más grandes bailarines de la historia y figura determinante en las obras de Béjart, quien tomó al joven bonaerense como Pigmalión, arcilla, modelo para la concreción de un estilo y una idea que constituyen lo más elevado de la danza contemporánea, junto al arte de Pina Bausch: el arte de Maurice Béjart.

Porque Béjart clonó, reprodujo, calcó, delineó, creó el cuerpo de todos y cada uno de sus bailarines, todos como hologramas vivos de Jorge Donn, a quien en consecuencia vimos multiplicado este domingo en los cuerpos, estilo e idea, latentes en escena.

Estas danzas griegas incluyen la música que para estas obras escribió el compositor griego Mikis Theodorakis quien por cierto este 29 de julio cumplirá 89 años. En la obra que escribió para Béjart queda patente qué tan Mikis es Theodorakis: hace sonar a Grecia en el confín de los tiempos, del mismo modo que Béjart hace caminar a más de una veintena de bailarines en escena de la misma manera como camina el mar cuando llega a Tierra.

También, en la última danza griega, el exquisito sentido del humor bejartiano, quien arma un lindo juguete mozartiano con guiños a lo Satie, todo esto en los movimientos fascinantes de los bailarines, creados por el coreógrafo francés naturalizado belga y quien más que simetrías, creó acertijos geométricos que fascinan.

En escena, el arte de Maurice Béjart: la apoteosis de lo sublime.

El final: una obra que es un clásico. La pieza más celebrada de Béjart: Bolero, con música de Maurice Ravel, creada para Jorge Donn pero este domingo re-creada por la extraordinaria bailarina Elisabet Ros, quien a diferencia de la energía descomunal que emanaba en escena Jorge Donn, ella, Eli Ros, despliega una gentil, delicada sutileza de espíritu, para el asombro y deleite de todos.

Inmortal, Maurice Béjart, maestro sutil.