Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 3 de agosto de 2014 Num: 1013

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Actuar: un acto
de generosidad

Antonio Riestra entrevista
con Naian González Norvind

Nomenclaturas urbanas
Ricardo Bada

Onetti, a veinte años
Alejandro Michelena

El recuento de los
cuentos de Onetti

Alicia Migdal

Onetti y Los adioses:
lecciones para un
lector cómplice

Gustavo Ogarrio

Matemáticas,
redes y creencias

Manuel Martínez Morales

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Francisco Torres Córdova
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Un humilde desafío

Sin miramiento alguno, sin una mínima advertencia, poco a poco se espesa la vida en un torrente de rutinas y tareas que nos hunden en sus múltiples inercias. Nada detiene al parecer la roma cadencia en que transcurre embrutecida por su uso dislocado, sometida a la amenaza y la emergencia que no cesan nunca a pie de puerta; nada evita la sordera que le crece desde adentro, enquistada en los sentidos y la mente, mientras afuera se expande gallarda y sigilosa la miseria y sus dominios de consumo, en medio de discursos dilatados de corbatas relucientes, ostentosos ademanes y salivas perfumadas que prometen un futuro sin fisuras en un mundo de vitrina. El soberano sosiego de las horas desde siempre desprendidas del rigor del calendario entonces se corrompe. Se altera el peso de las cosas, su claro y duro roce con el cuerpo y la conciencia, y los días pasan despoblados, en una estridencia de metales que aturde todo con su mugre. Pero ahí de nuevo la palabra del poema se revela. Al preciso empeño del desastre opone una mirada a la vez inocente y temeraria; al silencio erizado que deja en el aire la matanza, el íntimo calor de la memoria que denuncia y atesora; a la vieja soledad humana, la cifra vacilante de una llama, y al amor y sus equívocos, el perenne asombro sin orillas y al final quizás un poco de humor o de ironía. El poeta vuelve la palabra hacia el hastío invencible y agobiante en que la vida cumple ciega sus leyes y designios. Nada puede en realidad, pero lo dice, y al decirlo revoca un instante su distancia y atina a veces un tímido consuelo. Cierne la abundancia innumerable del lenguaje en unas cuantas líneas que no llenan el ancho de la página, y sin embargo alcanzan los rumores que desprenden las sombras en el día, el borde de los dientes que chocan en un beso torpe y primerizo, el aroma nocturno de la luz a cielo abierto de un árbol que dilata sus alientos, el tibio surtidor de aire de una ballena solitaria que emerge en alta mar, o el sabor a menta y sangre de la muerte sana cuando llega. Porque todo lo ignora del mundo, a todo acerca la esperanza y la avidez de su alfabeto. Sus viajes, personajes y mitos, las paradojas que cultiva para asir apenas una brizna de sentido y entonces de justicia en la trama oscura de sus dudas, al cabo desembocan en la pregunta siempre nueva del principio y así nos deja un humilde desafío, tal vez uno de los pocos que en verdad importan: “Si oyes correr el agua en las acequias,/ su manso sueño pasar entre penumbras y musgos,/ con el apagado sonido de algo/ que tiende a demorarse en la sombra vegetal./ Si tienes suerte y preservas el instante/ con el temblor de los helechos que no cesa,/ con el atónito limo que se debate/ en el cause inmutable y siempre en viaje./ Si tienes la paciencia del guijarro,/ su voz callada, su gris acento sin aristas,/ y aguardas hasta que la luz haga su entrada,/ es bueno que sepas que allí van a llamarte/ con un nombre nunca antes pronunciado./ Toda la ardua armonía del mundo/ es probable que entonces te sea revelada,/ pero sólo por esta vez./ ¿Sabrás, acaso, descifrarla en el rumor del agua/ que se evade para siempre y sin remedio?” (“Si oyes correr el agua”, Álvaro Mutis.)