Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 3 de agosto de 2014 Num: 1013

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Actuar: un acto
de generosidad

Antonio Riestra entrevista
con Naian González Norvind

Nomenclaturas urbanas
Ricardo Bada

Onetti, a veinte años
Alejandro Michelena

El recuento de los
cuentos de Onetti

Alicia Migdal

Onetti y Los adioses:
lecciones para un
lector cómplice

Gustavo Ogarrio

Matemáticas,
redes y creencias

Manuel Martínez Morales

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

El móvil de la película o la multiplicidad indiversa

El ritmo al que las películas son estrenadas –aunque por la naturaleza de la mayoría de ellas quizá valga más decir “recicladas”–, a razón de prácticamente una por cada día del año, vuelve imposible, para quien quisiera hacerlo con mínima seriedad, dar cuenta del total de una oferta cinematográfica de cualquier manera contradictoria: muchos estrenos cada ocho días, pero la mayor parte del tiempo pareciera haber cada semana lo mismo. A continuación, va una mirada forzosamente breve a un fragmento de esa multiplicidad en el fondo tan poco diversa.

Desánimo animado

Poca cosa en realidad, Cars (John Lasseter/Joe Ranft, Estados Unidos, 2006) claramente fue apenas un escueto cumplimiento en su convencionalismo del héroe que aprende su lección de humildad para llegar después hasta eso tan caro para el pensamiento occidental contemporáneo: el éxito. Pero como resultó buenísima en el aspecto mercadotécnico, desde luego hubo una segunda parte, sólo importante para los vendedores de cajitas felices y demás consumibles-prescindibles. Como si se tratara de una jerga de trapo, la idea –ni siquiera original, por cierto– de los vehículos ojones fue llevada “al aire” y de ahí salió Aviones (Planes, Klay Hall, EU, 2013), que se basó en el mismo principio dramático de Cars, pero bastante deslavado. Con estos antecedentes, a ignominia desabrida y a negocio barato sabe la cuarta memez de la “franquicia”, llamada Aviones 2: equipo de rescate (Planes: Fire & Rescue, Roberts Gannaway, 2014).

En franco plan de targets mercadotécnicos para el asueto de verano por cubrir, es como  lucen hechas y estrenadas otras dos animaciones que, para no variar, tampoco incluyen en sus haberes algo parecido a la originalidad: Cómo entrenar a tu dragón 2 (How to Train Your Dragon, Dean de Blois, EU, 2014) sólo demuestra que su antecesora fue concebida desde la total alevosía de venir poco después –quod erat demostrandum– con una segunda parte que tiene muchísimo de lo mismo y mínimos cambios en cuanto a trama: ayer aprendí a domar un dragón y echar carreras con él, hoy lo uso para “luchar contra el mal”. Los filmes secuenciados que recurren a este esquema son, como le consta a cualquiera, indigesta legión.

Jugar a los carritos

Algo similar, pero con mayor carga de hastío, toca decir de la parte nosecúantos de esa soberana payasada, mitad acción real mitad animación digital, que se llama Transformers, ahora con el apellido apocaliptista –hablando de nula originalidad– la era de la extinción (Transformers: age of Extinction, Michael Bay, EU, 2014). Créalo el lector: ver esta cosa fue dura penitencia, que debiera servir para ganarse alguna canonjía.

Si Cars/Aviones está hecha para apantallar niños entre cinco y nueve años, mientras los dragones amaestrados hacen eso mismo con el siguiente segmento de mercado, digamos de los diez hasta los trece, los cochecitos monstruosos ensanchan el rango: incluyen a los dos perfiles anteriores y le suman el siguiente, amplísimo y extendido al sector ingente del adulto pueril de la edad que sea. Por lo demás, esta bosta motorizada sigue siendo, como desde sus inicios, nada más que un largo y costoso anuncio comercial de la General Motors Company.

De vehículos tratan los filmes referidos y, salvo los dragones, se trata de máquinas fabricadas por el ser humano. Dicha condición las haría susceptibles de operar a nivel metafórico o alegórico en varios niveles; claro, si no estuvieran condicionadas por sus intenciones de ganapán y por la bobería por lo regular asociada a propósito tan rastacuero.

Pensando también se puede

Animación también, y sobre vehículos también, pero venturosamente Se levanta el viento (Japón, 2013), del célebre maestro del género Hayao Miyazaki, está en las antípodas, desde varios puntos de vista, de aquellos miasmas. A Miyazaki se le aplaude, mucho y con razón, por la belleza plástica, la profundidad y la fuerza narrativa de Hauru no ugoku shiro, es decir El increíble castillo vagabundo, de 2004, o la igualmente recordada Sen to Chihiro no kamikakushi (El viaje de Chihiro, 2001), entre varias más. Según su propia declaración, Se levanta el viento será su despedida cinematográfica. Vale hablar, entonces, de rúbrica, cierre de cuentas y confesión personal, todo a la vez: el ingeniero Harikoshi, diseñador de aviones obstinado y persistente, es un claro alter ego del cineasta, que no se complicó para desarrollar su filme teóricamente final: la historia que cuenta es una clásica de amor y superación de pruebas, pero tan bien desarrollada y en un contexto del cual evidentemente conoce a fondo cada particularidad, que la película vale como lo que se apuntó líneas arriba: es una alegoría eficaz de la sociedad que el ser humano llega a establecer, para bien o para mal, con las máquinas que surgen de su ingenio, así como la parcial o total transferencia, psicoanalíticamente hablando, a la que tal sociedad puede dar lugar.


Se levanta el viento