jornada
letraese

Número 217
Jueves 6 de Agosto
de 2014



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



Director fundado
El amor no es vacuna

Sexo en tiempos de la inmediatez tecnológica

Christian Rea Tizcareño

Una comezón culposa recorrió la velluda entrepierna de Javier después de que terminó con Omar y no fue precisamente por la tristeza que le dio haber concluido una relación amorosa de apenas dos meses de edad, sino porque su ex le transmitió ladillas.

No eran “novios” porque esa palabra implica un “cargo social” para ejecutar lo que se puede hacer sin la necesidad de adoptar una etiqueta de “obligatoriedad”: visitarse, salir a pasear, compartir actividades lúdicas y gastronómicas, intercambiar afectos y “coger”, verbo que antes de Omar, Javier siempre vinculó al uso del condón.

Omar convenció a su pareja de no usar ese gorrito de látex. “Es mejor sentirte al 100 por ciento. ¡Es más padre! ¡Me encanta que termines adentro de mí! ¡Ándale! Lo principal en una relación es la confianza”, le decía; mientras Javier defendía un principio que al final fue derrotado: “El amor no protege. Se me hace antihigiénico y peligroso. Tú no sabes con cuántos he estado yo, ni yo con cuántos has estado tú”.

A cinco meses del cortón, admite que vivió una relación violenta, pues su expareja también llegó a amenazarlo con buscar en alguien más lo que Javier no le daba. Las agresiones venían de ambos frentes y se incrementaron. Comparaban tamaño, estatura, peso, dimensiones del pene, duración en el coito y guapura de galanes del pasado, hasta que la ira verbal se convirtió en dos puñetazos, uno en el pecho y otro el en hombro de Javier.

Contrato de exclusividad
Omar, jardinero. Se conocieron a través de una aplicación de celular para contactar hombres homosexuales.

El bachiller subió fotos de rostro y abdomen; puso que buscaba citas; “No colecciono contactos en WhatsApp, si vamos a hablar, que sea bien”, advirtió, y además transcribió una cita de su escritor favorito, el Marqués de Sade: “Aquí me tienen, en una cáscara de nuez. Mátenme de nuevo o tómenme como soy, porque no cambiaré”.

Al ver el perfil de Javier, Omar tomó la iniciativa: “qe honditaw brw qe transa como estas me yamo daniel (sic)”. El aludido se horrorizó de la ortografía y no quiso responder en un principio, “pero honestamente ese día estaba bien caliente y le contesté”.

Después de escribirse dos días en la aplicación móvil, Omar logró convencer a su ligue de intercambiar números telefónicos y salir a pasear para conocerse físicamente. Al verse, se gustaron. No hubo relaciones sexuales en la primera cita ni en la segunda ni en la tercera, “hasta como la quinta”.

Le encantó que Omar fuera “un chavo superbarrio, muy ñerito. Me latía un chavo como él, porque es muy sencillo, hablaba muy relajado, sin tanta propiedad. A simple vista se ve macho, machito, machista, chacalón; pero era supertierno, se dormía en mi hombro, me decía cosas bonitas, que me quería mucho, que no podía creer que un chavo como él haya encontrado a alguien tan inteligente y culto como yo. Sí me enamoré mucho con ese güey”.

Al principio, le planteó a Omar una relación abierta, “y sin pedos porque nos íbamos a proteger”, pero su enamorado le hizo una contrapropuesta: “Yo soy tuyo y tú eres mío”, y tras una breve disyuntiva, se inclinaron por la monogamia. Javier incluso se metió a la aplicación móvil para corroborar que su nueva conquista ya no estaba conectada para contactar a otros hombres. Al verlo fuera de línea experimentó una especie de tranquilidad para poder establecer una relación de “pareja única”.

“No me hubiera molestado que anduviera con otro si él hubiera aceptado que cada quien hiciera su vida, pero se suponía que éramos uno y uno, sólo él y yo, y además yo rechacé muchas veces a otros por él”.

El amor, ¿todo lo vence?
Javier salió del clóset a los 15 años de edad –acababa de terminar la secundaria– y a los 17 “saltó de alegría” cuando su mamá decidió asimilar la realidad y buscar información en un grupo de autoayuda. Ella y el papá son católicos, y aunque no son “persignados”, sí se molestan al escuchar una ofensa a la religión. Para demostrar aceptación de la orientación sexual de su hijo, invitaron a Omar al bautizo del sobrinito. “Fue algo que jamás pensé hacer. Se llevó bien con todos. Es la pareja con la que más serio he estado”.

Se decían palabras tiernas, como “bebé” y “nene”, pero cuando se enojaban, esos apelativos mimosos se convertían en groserías. Javier recuerda que en una discusión por WhatsApp, se lanzó contra la forma de expresarse de Omar: “¡Estás bien pendejo, güey! ¡Cabrón, no le entiendo a tu puta escritura! A mí no me hables en tus dialectos”.

Omar hizo el esfuerzo por mejorar su manera de escribir e incluso se puso a leer para agradar a su pareja. Primero uno de los libros favoritos de su “bebé” y después uno de su religión, la santería. En la calle, no le importaba el qué dirán, tomaba a su pareja de la mano, la abrazaba y la besaba, a diferencia de otros que habían reprimido sus afectos por la presencia de infantes o la mirada inquisidora de una señora homofóbica.

Con el paso de los días, Omar logró convencer a su “nene” de que si en verdad lo quería y
confiaba en su fidelidad, lo harían sin condón. Después de la primera penetración anal sin protección, la culpa y el miedo llegaron a Javier. Sintió traicionar sus aprendizajes y valores, pero su pesadumbre se acrecentó cuando tronaron. “¡Si me transmitió ladillas es porque obviamente estuvo con alguien más! Si conmigo lo hizo sin condón, con los otros por qué no”.

Como ya había sido testigo de la infestación de ladillas en los genitales de un amigo al que acompañó al servicio de salud, Javier supo que el antídoto lo podía encontrar en la farmacia y se llama permetrina. Se automedicó para acabar lo más pronto posible con el infierno de insectos que devoró su carne todo un fin de semana y después se fue a hacer la prueba de Elisa y otra de hepatitis, cuyos resultados fueron negativos.

Pero como días después de cortar con Omar, tuvo relaciones con otro contacto de la aplicación móvil para gays, buscó la manera de alertarlo de la infección y le dio el remedio para la terrible picazón, que finalmente cesó; no así el malestar mental de Javier, que citó a su ex para pedirle una explicación, mas él jamás admitió haber sostenido encuentros sexuales con otras personas mientras ellos eran pareja.

Los amigos de Javier le sugirieron que eliminara la app de contactos homosexuales. “No la borré porque al fin y al cabo quien se puso en riesgo fui yo, no la aplicación”.
Su madre se enteró de las ladillas por accidente. Los sobrinos de Javier presentaron una infestación de piojos y él por ignorancia se atribuyó la causa del problema; sin embargo, la señora le aclaró que en la escuela de los niños ya había una epidemia de estos insectos y además le aconsejó que no dejara de protegerse.

“Prometí no tener relaciones sin condón. Quiero cumplirlo. Yo espero que Omar no me vuelva a marcar (por teléfono) porque fue una pareja sexualmente muy buena y sí me gustaría repetir, pero sabiendo lo de las ladillas, no me vuelvo a poner en riesgo. Por mucho que yo tenga una pareja estable, nada me asegura su historial ni a él el mío. La única manera de evitar infecciones de transmisión sexual (ITS) es la abstinencia, pero la mejor manera de vivir tu sexualidad es la protección”.



Renovar las estrategias de prevención
Al menos un tercio de las nuevas infecciones por VIH sida en los países latinoamericanos ocurren en jóvenes de entre 15 y 24 años de edad, y 60 por ciento de quienes viven con el virus son hombres, señala el último reporte del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/sida (Onusida).

Luis Manuel Arellano, responsable de Vinculación e Integración Comunitaria del Programa de VIH/sida de la Ciudad de México, cita que según un estudio realizado en 2011 en hombres que tienen sexo con otros hombres (HSH) en el país, arrojó que en esta población hay una prevalencia de 16.9 por ciento.

En los últimos años se han repartido condones como nunca antes, por eso el problema no radica tanto en el acceso a métodos de protección, sino a una carencia de educación sexual en México, advierte el especialista.

En el caso de la población homosexual, observa una resistencia a creer que la epidemia los alcanzará. “Suponen que están vacunados, sobre todo si viven con pareja. Me parece que la pareja ha creado una falsa aureola de protección porque los gays dejan de cuidarse si están ‘enamorados’”.

Xavier Martínez, coordinador del área de Salud de la Red Mexicana de Personas que Viven con VIH/sida, considera que además de campañas de comunicación deficientes, persiste un machismo entre la comunidad homosexual que se manifiesta cuando se afirma: “A mí no me va a dar”.

Polo Gómez, coordinador de El Condomóvil, percibe que hay quienes ya no ven a la infección del VIH como una enfermedad mortal debido a la existencia de medicamentos antirretrovirales que permiten tener una calidad de vida hasta por 40 años.
También están a quienes “no les gusta usar el condón, no lo encuentran grato; los que ven atractivo tener ‘sexo a pelo’, y los que dicen ‘me ganó la calentura’ o ‘con condón no se me para’”.

Hugo Bautista, director de Cuenta Conmigo Diversidad Sexual Incluyente, piensa que además de promover el uso del condón –visto desde los discursos institucionales como una consigna o exigencia–, es necesario vincular la prevención con el placer sexual y el cuidado personal. Se ha desgastado mucho la frase “¡Usa condón!”, y eso hace necesario repensar en cómo disminuir los riesgos alrededor del placer, afirma.

 

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