Opinión
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Genocidio en clave israelí
S

e me acabaron los adjetivos para calificar al Estado de Israel y su gobierno. Otros ya los dijeron todos y también sus sinónimos: fascistas, genocidas, terroristas, racistas, imperialistas, reaccionarios, canallas, poca madre, traicioneros de sus principios fundadores, crueles y sádicos (Chomsky), inhumanos, sionistas, criminales, etcétera. Me quedo con genocidas: ¿qué más grave puede haber que el genocidio en el sentido que le dio Lemkin? Lemkin, judío y jurista, previó la lógica de Hitler: aniquilar físicamente al adversario para conquistar el espacio vital que precisaba (Elorza, El País, 14/2/14). ¿Qué diría ahora de la expansión del Estado israelí a costa de los palestinos?

Nada justifica lo que ha venido haciendo Israel contra el pueblo palestino, ni siquiera la vieja historia de este territorio ni la religión ni el extremismo de grupos políticos y fundamentalistas que, desde luego, los hay ahí y en casi todos lados. Desde hace años se veía venir y muy pocos hicieron algo por evitarlo pese a la denuncia de los sectores más humanitarios y valientes de su propio mundo intelectual y de otros judíos igualmente sensibles al sentido anti-ético e inhumano de su propio Estado.

Los únicos paralelismos que encuentro con el Estado y el gobierno israelíes, en el sentido de que hacen lo que les da la gana sin cortapisas internacionales (ONU y demás), son las invasiones de Estados Unidos a naciones y territorios infinitamente más débiles, el viejo colonialismo e imperialismo, la expansión hitleriana y de sus socios de antes y durante la Segunda Guerra Mundial, las limpiezas étnicas en lo que era Yugoslavia y otros muchos ejemplos semejantes, algunos verdaderamente aterradores.

Si el enemigo fuera Hamas (o más bien su brazo armado), los servicios de inteligencia del Mossad, de los mejor preparados del mundo, ya hubieran acabado con él, como pudieron eliminar a Aziz ar-Rantisi y antes a Yasín (no sin lamentables daños colaterales). Hamas es el pretexto (según la ONU el 83 por ciento de los muertos en los últimos 20 días no eran de Hamas), como los terroristas lo son para el gobierno de Estados Unidos después del 11 de septiembre de 2001. “Disfracen la situación todo lo que quieran –escribió Robert Fisk en La Jornada del domingo pasado–, pero la verdad duele [e indigna, añado]. El mundo comienza a volverse contra Israel”, y así está ocurriendo, pero al gobierno de Netanyahu no le importa, le vale gorro. Por culpa de este sátrapa y de buena parte de su ejército está resurgiendo el antisemitismo pues, para mucha gente poco informada, judío es igual a sionista y sionista igual a genocida. No debería ser así, pero el lenguaje popular y los sentimientos del hombre común tienden a simplificar los conceptos. Igual ha ocurrido en Estados Unidos gracias a George W. Bush y sus sucesores que no han modificado la antidemocrática Ley Patriota: todo musulmán o que lo parezca (árabe en sentido genérico) es sospechoso de terrorista, aunque sea ciudadano estadunidense o viva en ese país desde que llegaron como inmigrantes sus abuelos. Los ciudadanos comunes de ese país así lo ven y cuando un egipcio o un sirio llega a su barrio lo discriminan y a veces hasta lo espían tras la persiana con la seguridad de que lo verán fabricar bombas en su sótano. Todo y a todos se espía en estos tiempos, hasta vía Facebook o teléfono celular. Así es el Estados Unidos de ahora, como antes lo fue contra los comunistas para la FBI, la CIA, la NSA (Agencia Nacional de Seguridad) y la comisión presidida por Joseph McCarthy.

Defender por humanitarismo (al margen de filias políticas e ideológicas) a los palestinos, comenzando por los niños, es para muchos ser antisemita. Esta es otra cara de la moneda igualmente reprobable; pero –repito– así son las simplificaciones de los poco enterados. El historiador israelí Shlomo Sand, profesor de la Universidad de Tel Aviv, ha señalado que los judíos han negado al pueblo palestino su existencia como nación y su derecho a crear una entidad política, y agregó –en entrevista a Público.es el 2/08/14– que Israel es la sociedad más racista del mundo occidental. El problema viene, según el historiador, de que el Estado se definió desde un principio como judío y no de ciudadanos, siendo que millón y medio de israelíes no son judíos, sino árabes, y ejemplifica con el conflicto entre Cataluña y España: el Estado español no se define como exclusivamente castellano, admite una realidad cultural catalana. Vale decir que Sand defiende la existencia de Israel como Estado y no porque le reconozca los derechos históricos que reclama, sino por el solo hecho de su existencia y porque intentar desaparecerlo –dijo–sería una verdadera tragedia.

Lo peor que podríamos hacer los que no somos judíos ni palestinos es estigmatizar a unos y a otros por sus gobiernos; sería como decir que todos los estadunidenses son imperialistas y reaccionarios, confundiéndolos con las políticas de Washington. Quiero pensar que llegará el momento en que los propios ciudadanos israelíes, judíos o no, obliguen a su gobierno a terminar con el genocidio de palestinos si no es ya demasiado tarde. Ocurrió en Estados Unidos y su absurda y sanguinaria guerra contra Vietnam. En menor grado con motivo de la invasión a Irak que hasta los soldados de los países coligados, una vez que supieron que Hussein no tenía armas de destrucción masiva, comenzaron a cuestionar la guerra hasta que la opinión pública mundial se volcó en su contra. Sí, esto mismo puede ocurrir en relación con las acciones punitivas de Israel, pero no debemos olvidar que en este caso no sólo se trata de miles de muertos (lamentables siempre) sino de la destrucción total de un pueblo que antes convivía con los judíos en el mismo territorio, destrucción que deplorablemente, según Eduardo Mosches ( La Jornada, 4/8/14), apoya 86 por ciento de la población judía en Israel.

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