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Nadie sabe para quién trabaja
D

espués de haber evidenciado su talento en el documental El milagro del Papa (2011), el cineasta de origen salvadoreño José Luis Valle dirigió Workers, su primer trabajo de ficción que, tras un afortunado recorrido por festivales nacionales e internacionales (se estrenó en la Berlinale del año pasado, por ejemplo), finalmente se exhibe comercialmente en México en una temporada algo adversa a la propuesta diferente.

En las antípodas del blockbuster hollywoodense, Workers adopta un estilo minimalista para contar dos relatos paralelos de discreto humor negro, situados en Tijuana. Por un lado, Valle muestra la solitaria vida de Rafael (Jesús Padilla), afanador de una gran fábrica trasnacional de focos. El hombre ha trabajado lo suficiente en el lugar para hacerse acreedor de la jubilación; sin embargo, según se lo informa el condescendiente jefe de personal (Giancarlo Ruiz), su condición de salvadoreño indocumentado se lo impide; la empresa sólo será tan benevolente de permitirle seguir trabajando ahí.

Al mismo tiempo, Lidia (Susana Salazar) es una sirvienta en la mansión de una pudiente anciana (Vera Talaia), básicamente dedicada a que su perra galgo Princesa viva a todo lujo. Lidia se encargará diariamente de cocinarle trocitos de filete a la perra, así como de llevarla a pasear en coche, conducido por un chofer, (no la lleves a las partes feas ni pobres) de Tijuana. Cuando la anciana muere, los empleados domésticos se enterarán que Princesa es la única heredera de su fortuna, y sólo al ocurrir su muerte natural, las posesiones pasarán a manos de ellos.

Al igual que en su siguiente largometraje, Las búsquedas (2013), Valle se interesa por el proceso de una venganza a largo plazo. Rafael comenzará a cometer una especie de sabotaje hormiga en la empresa, mientras Lidia se encargará de procurar el malestar de Princesa con pequeños detalles. A todo esto, el director adopta un pausado ritmo narrativo que se detiene en las acciones deliberadas de ambos personajes. (Curiosamente, el crítico Boyd van Hoeij dedujo, en su artículo publicado en Variety, que se trataba de una pareja divorciada, en un afán de encontrarle un sentido ulterior a la historia.)

El tiempo mismo de la narrativa es diferente para cada personaje. El afanador pasa 10 años tratando de dañar económicamente a la empresa –su historia comienza en 1999–, mientras que el plan de la sirvienta se cumple con eficacia en un lapso mucho más breve. Valle enmarca su narrativa entre dos tomas largas del muro que separa a México de su país vecino en el punto en que toca el mar. Esa separación es simbólica de la sensación de aislamiento y soledad, dominante en la película, sobre todo en el personaje de Rafael, quien vive en una casa remolque y cuya única relación afectiva, si se le puede calificar así, es con un niño que le enseña a leer y escribir.

Apoyado en el eficiente trabajo fotográfico de César Gutiérrez Miranda, Valle observa esos ambientes enrarecidos de la fábrica y la mansión con distancia irónica. El novel director se permite sutiles instancias de crítica social al plantear que, con tal de ganarse el pan, el ser humano es susceptible de enajenarse y desempeñar las labores más sumisas, esperando poco a cambio.

Workers

D y G: José Luis Valle González/ F. en C: César Gutiérrez Miranda/ Ed: Oscar Figueroa/ Con: Susana Salazar, Jesús Padilla, Vera Talaia, Bárbara Perrín Rivemar, Sergio Limón/ P: Zensky Cine, Imcine-Foprocine, CUEC, Auténtica Films. México, 2013.

Twitter: @walyder