Tres cuentos

Florentino Solano 

Pasando por
la calle Progresa

Una tarde iba manejando por la calle Progresa y sin querer miré a un hombre a mi izquierda, descalzo y con el típico harapo de un mexicano indígena. Frené para mirarlo a los ojos y me invadió un profundo sentimiento de hermandad. Yo sé que él no me pidió nada pero yo me quité los zapatos y se los di junto con todo el dinero que traía, que no era mucho. El hombre dijo una cosa así como “tixa’vi ní kun”.

Poco despues abandoné la política porque esa mirada me perseguía todo el tiempo. Todavía paso de vez en cuendo por aquel lugar en busca de otra repentina chispa de felicidad. Pero todo es mentira.

Malentendido

Iban caminando por la calle principal dos policías disfrutando de su café cuando se oyó un grito al fondo de un callejón contiguo:

–¡Auxilio! ¡Esta mujer quiere robarme el corazón!

Se detuvieron por curiosidad y para dar el último trago al café que restaba de sus vasos. Una muchacha salió corriendo del callejón con las manos en las bolsas de su chaqueta y una risa malévola. Los policías creyeron que se trataba de tonterías de enamorados, hicieron señas de mentadas de madre y continuaron su caminata por la calle principal.

–El amor vuelve idiota a todo mundo, güey —dijo uno de ellos.

El otro asintió con la mirada mientras aplastaba el vaso desechable ya sin café.

Una hora después fue descubierto el cuerpo en aquel callejón: el joven yacía sin vida bocabajo entre unos botes de basura. Cuando lo voltearon los de la Cruz Roja, notaron que tenía el pecho abierto y le faltaba el corazón.

Dibujo a pastel

Era una mañana espléndida en la playa, quién lo iba a decir. Faltaba poco para terminar el retrato. Siempre tuvo habilidades con el dibujo a pastel. Decía que la viveza y luminosidad lograda mediante la técnica era difícilmente igualable. Para él, esta técnica era la perfecta para hacer un retrato.

Primero pintó a su esposa, una mujer llena de vida, hermosa como un hada en un cuento infantil —y a veces no tan infantil—, cualquiera que la viera en el cuadro diría que no existe tal mujer sobre la tierra, pero existía: era su esposa. Luego se dispuso a pintar a su hija de cuatro años, igual de hermosa que su mamá pero con mirada y sonrisa de ángel (se supone que nadie ha visto a un ángel pero uno se imagina cómo son, al menos se tiene una idea). Cuando terminó de retratar a las dos, les dijo que fueran a recorrer la playa mientras él terminaba el cuadro sobre aquel papel Canson 50x65 montado sobre cartón-pluma. Prefirieron quedarse sentadas con él hasta terminar. Entonces, usando un espejo de tamaño considerable, se retrató a sí mismo, claro que los dedos-pinceles eran engañosos y casi siempre trataban de cubrir las imperfecciones de su rostro. Es que él no era tan perfecto como su mujer y su hija. Después de pintar el fondo con olas rugientes sobre la playa, pintó un cielo claro con un sol joven y radiante.

Sería un cuadro perfecto para cualquiera pero él quiso agregar unas nubes en el cielo y una lluvia allá a lo lejos. En ese mismo instante comenzó a llover. Alarmado, le ordenó a su mujer llevarse la niña a la casa. Aún con la lluvia continuó haciendo algunos retoques, pero cuando la lluvia arreció el cuadro se fue distorsionando sobre sí mismo. Entonces dirigió la mirada hacia su familia y mientras ellas corrían hacia la casa se fueron deshaciendo al mismo tiempo que en el cuadro. Inmediatamente trató de cubrir su retrato más fue en vano: él también se había borrado del papel, sólo unas caídas de manchas de colores quedaron. Medio minuto después dejó de llover y la playa quedó otra vez sola con el interminable llanto de las olas que se aferraban a la arena, el chillido de las gaviotas y, allá arriba, una casa devorada por el tiempo que parecía habitada por fantasmas.

Florentino Solano (1982, Metlatónoc, Guerrero), narrador, poeta, campesino y músico tu’un’savi (mixteco de la Montaña). Ha publicado Todos los sueños el sueño (2003), Alma de poeta (2011) y, en su lengua, los poemas de La luz y otras noches (2012). Con Martina Rojas conforma el Dueto Sol, que fusiona música tradicional ísavi y géneros contemporáneos; tienen dos discos: Sonido de lluvia (2007) y Vikó (2012). Actualmente vive con su familia en San Quintín, Baja California, como jornalero agrícola. Allá publicó los cuentos de Cerrarás los ojos para no ver (Fondo Editorial de Baja California, Mexicali, 2013).


Muchacha en el río. Postal atribuida a Winfield Scott