Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 10 de agosto de 2014 Num: 1014

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Jotamario Arbeláez
y la fe nadaísta

José Ángel Leyva

Borges y el bullying: influencias literarias
Saúl Renán León Hernández

Colonia Tovar, Venezuela
Leandro Arellano

A Georg Trakl
Francisco Hernández

La plateada voz
de Georg Trakl

Marco Antonio Campos

La Farmacia del Ángel
Juan Manuel Roca

Sebastián en el sueño
Georg Trakl

El retrato del siglo
Gisèle Freund
(1908-2000)

Esther Andradi

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Columnas:
Galería
Honorio Robledo
Jornada Virtual
Naief Yehya
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Jornada de Poesía
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La Jornada Semanal

 

Colonia Tovar, Venezuela

Leandro Arellano

El mundo no se queda quieto. Hubo que manejar hacia el noreste, una hora y media más o menos, la primera vez que salíamos de Caracas, sitiada por marchas y barricadas las semanas previas. Una visita corta, de un solo día, insuficiente para el verdadero conocimiento. Partir temprano había sido una advertencia reiterada para evadir el tráfico y las trancas, como les llaman acá. Los suburbios de todas las ciudades tienen mucho en común y difícilmente permanecen en la memoria, a menos que...

La vegetación y la temperatura mudan lentamente, conforme progresa nuestro ascenso. La topografía gravosa se aliviana con el verde del paisaje. Bien andado el camino hacemos alto en un descanso de la carretera para aflojar el espíritu y dar de beber a la mascota. En los márgenes, los lugareños empiezan a tender puestos de vegetales y algunos viajeros madrugadores montan a sus hijos pequeños en caballos de alquiler. Baja un rumor desde los montes.

El contraste resulta asombroso, a pesar de que viajamos advertidos. Desde cierta distancia se observan mejor los contornos, acostumbrados como estamos a la arquitectura ecléctica y desordenada que prevalece en Latinoamérica, de la que Venezuela no es excepción. La cola de autos hace lento el arribo, pero ya son visibles los primeros rasgos locales. En la ladera de la montaña verde reposan mirando al cielo intenso varios chalets similares a los de los villorrios austríacos o bávaros. El poblado se asienta alrededor del valle montañoso y sólo el centro de la pequeña ciudad se ordena en manzanas y bloques sitiados por callejuelas.


Iglesia de San Martín de Tours

El contingente partió de Baden el 18 de diciembre de 1842 en busca de la Utopía: 391 personas, 240 hombres y 151 mujeres para mayor precisión. Desembarcaron en La Guaira el 31 de marzo de 1843 y el 8 de abril llegaron al Palmar de Tuy: ese día es considerado como la fundación de la Colonia Tovar, nombre del donador de los terrenos.

Las migraciones han sido recurrentes desde los primeros atisbos de la historia humana, bien que hay épocas en las que parecen reconcentrarse. En ese entonces gobernaba Venezuela el general José Antonio Páez, cuando sus políticas de atracción de forasteros tentaron a aquel grupo de alemanes con la promesa de “casas, ganado, bestias y siembras ya listas para trabajar”. Como en toda migración, las promesas de la utopía se quedaron cortas, menos la verdad de la tierra. Fueron a asentarse en las faldas de aquella cadena montañosa, una sierra privilegiada por el cielo que, por un momento, nos recordó la luminosidad de cierto alto valle metafísico.  

El de acá es un valle espléndido y sereno, enclavado entre las montañas que se extienden hacia los andes venezolanos. El aire fresco disipa la angustia de los días acumulados. La orografía es muy accidentada, pero siguen aquí multiplicados los descendientes de aquellos pioneros, dando características muy particulares a este poblado que se ubica en el trópico, no alejado del mar Caribe y a mil 880 metros de altitud, con un clima promedio anual de 16.8° centígrados. El clima, más fresco que templado. El viaje lo hemos realizado en plena Semana Santa, época de calor, pero es la primera vez que hemos echado mano de un pulóver en Venezuela.

La Colonia Tovar es un paraje sitiado por la neblina y de tarde, mientras volvíamos a Caracas, con el sol todavía en plenitud, la neblina nos impidió ver el camino un largo tramo. 

Estacionamos la camioneta y nos echamos a andar, único modo de conocer de cerca los lugares. La arquitectura alemana luce por todas partes. Es temprano pero empieza a llenarse de turistas y todos los comercios han abierto. Hoteles, restaurantes y comercios poseen sin excepción nombres alemanes: Hotel Freiburg, Restaurante Baden Baden, Parador Holstein. En la Charcutería Viena nos avituallamos de varios tipos de salchichas y de quesos, pero además ofrecen chamorros, jamones y encurtidos. Topamos también una tienda donde se venden abrigos y chaquetas, igual que mantas de lana.

El poblado se sostiene en buena parte del turismo, pero son exitosos agricultores. Son grandes productores de vegetales, de carne, queso y de la mejor cerveza que hemos calado hasta ahora y la primera que se produjo en Venezuela: Tovar, como el nombre del poblado, para ahuyentar toda duda. Nos surtimos de fresas, duraznos y hierbas de olor que ellos cultivan, así como de un chicharrón muy cercano al nuestro. Al mediodía el poblado se anega de paseantes, gente que sube y baja por las callejas angostas y menudas, esquivando la marea de automóviles, tan cotizados en la mentalidad venezolana.

La iglesia de San Martín de Tours, en el centro de la ciudad, es una copia de la de Endingen en Alemania, de donde partieron los fundadores. El nombre del poblado, que según el censo de 2011 acoge a 14 mil 672 habitantes, proviene de Manuel Felipe Tovar, quien donó las tierras donde se asentaron los colonos. Juntando datos aquí y allá sabemos que es la capital del municipio de Tovar, en el estado de Aragua. Los inmigrantes que la fundaron provenían del Kaiserstahl, una zona montañosa vinícola del entonces Estado independiente de Baden.

Dependientas y patrones son rubios y de ojos claros. Amables y sonrientes, ellas visten con gallardía trajes típicos centroeuropeos, pero en obediencia al arraigo portan colorete marcado en labios y mejillas. Es gente que parece vivir el presente sin acordarse de ayer o de mañana. Tienen talleres artesanales de cerámica, fábricas de embutidos, galletas, dulces, conservas... 

Ingresamos al restaurante del Hotel Frankfurt, temprano todavía, pero ya hay algunas mesas ocupadas. Las camareras aún tienden las mesas, mas nos acogen apresuradas con cerveza local y una sonrisa. El menú se compone de platillos alemanes y centroeuropeos. La especialidad es el chucrut, un chamorro al más puro estilo germano, con papas hervidas y col agria.

Habrá que volver en el invierno para tentar el frío que se adueña del poblado. Igual y la magia provoca que alguna nevada ilumine aún más el paisaje. ¿Será que la vida puede ser mejor? De aquí uno se va con esa vaga sensación.