Política
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Europa la triste
E

ntre usted a cualquier motor de búsqueda de la Internet y escriba las palabras del título de este ar­tículo. No puede uno menos de asombrarse por la cantidad de artículos de opinión, ensayos académicos y libros que llevan en su encabezado o en su título la palabra tristeza para hablar de la Europa del presente.

Uno de los más notorios es el libro escrito por Loukas Tsoukalis, profesor de integración europea (es la asignatura que imparte) en la Universidad de Atenas y profesor visitante en el King’s College de Londres y en el Colegio de Europa en Brujas, El triste estado de la unión: Europa necesita un nuevo gran pacto, cuya primera versión fue escrita en lengua inglesa. El subtítulo del libro ( Europa necesita un nuevo gran pacto) es probablemente una de las expresiones más repetidas en los medios europeos todos los días. Pero nadie avanza en tal dirección.

Mucho cabe en el mundo de la tristeza, y la tristeza es, sin darle más vueltas, una derrota del ánimo, de la decisión, de la voluntad de ser y cambiar. Diversos comentaristas que creen tener el pulso del estado de ánimo de estas o aquellas comunidades hablan de eso. Y esto, dicen ellos mismos, es enteramente subjetivo; pero que es ahí donde anida la tristeza, agregan. Difícil medir el alcance del abatimiento anímico en las sociedades de la Unión Europea (UE) de los 28. Pero un dato que está siendo altamente polémico para una porción significativa de la UE, que para muchos se convierte en tristeza, es el nuevo Parlamento Europeo.

Más partidos, más mujeres y menos diputados son, en líneas generales, tres de las características más destacables del nuevo Parlamento que, tras las elecciones del 25 de mayo, quedó constituido el pasado 2 de julio (con 55 por ciento de abstencionistas). También un corrimiento a la derecha, o más a la derecha, es signo de un futuro aún más incierto. Los diputados socialistas, socialdemócratas y populares, redujeron su número y su peso en el nuevo Parlamento. Pero también son señalados personajes especiales. Un ejemplo que ha armado una buena bulla en Gran Bretaña: el eurodiputado Etheridge, miembro del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP, por sus siglas en inglés) enseñó a los miembros jóvenes del partido a emular el estilo oratorio de Adolf Hitler, pues opina que el dictador nazi era malvado pero sabía hablar en público, informa el diario The Telegraph. Pero resultó electo eurodiputado.

El 16 de enero pasado las redes sociales se llenaron de las expresiones de depresión que los ingleses dicen que hay que vivir, según una tradición muy antigua, que ahora contagió al continente. “Ahora no hay forma de celebrar el blue monday, o sencillamente el día más triste del año. Esta inusual actividad tiene lugar en Inglaterra; y es Londres el punto que está en la mira de los curiosos que esperan que algo extraño pase ese día. El tercer lunes de enero resume la combinación del mal clima, quejas por el salario, el tiempo que ha pasado desde la Navidad y las deudas que deja el mes de diciembre. Los ingleses sienten necesario expresar toda esa disconformidad a través de la depresión.”

El politólogo Fernando Toll-Messía Gil escribe un breve ensayo titulado La triste Europa que se inicia así: “El siglo XXI es el de las protestas en las importantes plazas europeas: Síntagma en Grecia, Sol en Madrid, la de la catedral de San Pablo de Londres, Dam en Ámsterdam, la acampada cerca del Reichstag, la de la Bastilla de París y tantas otras que emularían la lista de los reyes visigodos. Los manifestantes responden mayoritariamente a un perfil singular: jóvenes graduados universitarios que no encuentran un trabajo acorde con sus habilidades o estudios y a los que se ha bautizado como la generación de ‘una década perdida’. Ven cómo las prestaciones del estado social se recortan drásticamente, mientras los paraísos fiscales incrementan sus opacos fondos. Sienten nostalgia de sus viejas monedas perdidas y comienzan a situarse más cerca del nacionalismo que del europeísmo. Claman por la quiebra del principio de solidaridad tributaria y perciben las instituciones europeas como el origen de la metástasis”.

En su The Unhappy State of the Union, Loukas Tsoukalis habla de economías que languidecen e incluso implosionan, partidos antisistema en alza, un creciente alejamiento entre la política y la sociedad, y el apoyo a la integración europea a mínimos históricos. Todo de la mano de una fragmentación cada vez mayor entre y dentro de los países. La creación del euro, dice desde el mirador del presente, fue el acto de integración más audaz y su motor fue la política más que la economía. Hoy en día está claro que los europeos querían una unión monetaria, pero no tenían medios para hacerla viable a la larga. En ese sentido, el euro fue un terrible error y ahora estamos pagando el precio.

La debilidad de la construcción de Maastricht, así como la fragilidad de los lazos entre gobiernos y dentro de los países, sigue Tsoukalis, también sacó a la luz a todo tipo de hijos problemáticos en la familia europea y desveló las limitaciones del poder político respecto a una economía sin fronteras que marca el ritmo y a menudo dicta las reglas. Encima, un sometimiento más profundo a Estados Unidos.