Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 17 de agosto de 2014 Num: 1015

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Leer en la voz materna
Alfredo Fressia

González Suárez y
Higgins: la hipérbole
como derivación

Ricardo Guzmán Wolffer

Álvarez Ortega, el poeta español más europeo
Antonio Rodríguez Jiménez

La escritura como
válvula de escape

Ricardo Venegas entrevista
con Elena de Hoyos

El vuelo de la guacamaya en Playas Tijuana
Alessandra Galimberti

Sergio Galindo entre
el delirio y la belleza

Edgar Aguilar

El Bordo (fragmento)
Sergio Galindo

Medio siglo de rock
Miguel Ángel Adame Cerón

La profundidad
del cielo austral

Norma Ávila Jiménez

Desarrollo
Titos Patrikios

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
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La Otra Escena
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Cinexcusas
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La Jornada Semanal

 

González Suárez y Higgins:
la hipérbole como derivación

Ricardo Guzmán Wolffer


George V. Higgins y Mario González Suárez (autorretrato)

Cuando los grandes de la literatura negra comenzaron a vender miles de libros, los prontos detractores del género dijeron, entre otras cosas, que se escribía con demasiadas palabras soeces. Años después, la literatura policíaca donde los muertos o los crímenes son sólo una de las especificaciones del estilo negro, muestra varios autores cuya particularidad es, precisamente, hablar “como carretonero”, decían antes.

Desde las novelas sobre gángsters de Harry Grey (alguna publicada por la mexicana editorial Constancia), la intención ha sido reflejar el verdadero lenguaje de los personajes y no darles la voz de cuidadosos escrutadores de la censura, y así es hasta los recientes George V. Higgins y Mario González Suárez. Habrá quien incluya las mexicanas Sin resaca y La saga de la v voladora o al cronista tepiteño Armando Ramírez.

George V. Higgins (EU, 1939-1999) era abogado y pasó de combatir la delincuencia organizada en Boston a escribir sobre los muchos aspectos del derecho penal que apenas se ventilan en nuestro país. En La rata en llamas desglosa el tema de los arrendatarios morosos y las desventajas que implica tenerlos para los arrendadores, siempre sujetos por un SAT gringo que no perdona el pago de impuestos, aunque no se cobren las rentas. ¿Cómo sacarse de encima a los negros que destrozan el edificio y que no pagan un clavo? El arrendador se burla de la única mujer que paga puntualmente. ¿No sabrá que vive en un maldito hotel social, del que soy el mecenas; será que no habla con sus vecinos y que nadie le ha comentado que se puede robar la tubería y luego argumentar un servicio deficiente?, se pregunta el casero. Claro, en el DF vivimos por décadas el tema de las “rentas congeladas”, pero nadie documentó desde la literatura los abusos por ambas partes que llevaron a muchos abogados especializados a comprar edificios enteros por dos pesos, para luego dedicarse a sacar a los morosos por décadas y hasta por generaciones en ciertas áreas de Ciudad de México. Higgins incide en la exageración sarcástica para detonar los diálogos: para describir que la comida del bar es mala, el hampón refiere: “Te esperé bebiendo Bally hasta acabar oliendo a meada de caballo y, después de pasarme allí lo que me pareció una semana, me entró hambre otra vez. Entonces me pedí una de las bazofias vomitivas de Danny que ningún perro con un mínimo de dignidad se comería y me la comí, unos trozos grasientos de neumático viejo con pimientos verdes de lata que sabían a calcetín sucio metidos en un puto panecillo que si lo usabas para hostiarle la cabeza a alguien lo matabas y, claro, luego tuve que beber más cerveza para bajar la comida.” Para referirse a las necesidades femeninas: “Esa zorra que se follaría una linterna si no tuviese nada más a mano.” Para hablar de proveedor de tiempo: “Se encarga de todas mis reparaciones desde que Lázaro despertó de su siesta.” Y muchos más.

El tino de Higgins reside en encontrar tramas novedosas. La dificultad se advierte en la traducción: al caso española, que redunda en el regreso a las décadas en que las ediciones de “subgéneros” –ciencia ficción, fantasía, policíaco, etcétera– llegaban de España o Argentina con la correspondiente carga de lenguaje popular local.

De ahí el acierto de Mario González Suárez (DF, 1964), quien luego de muchos premios y publicaciones con traducciones, aterriza en la jerigonza mexicana, en una mezcla del centro del país con el norte y las derivaciones implicadas en el narcotráfico rural que asalta lo urbano. A wevo, padrino, es una destacada novela sobre el narcotráfico que no sólo cuenta una historia poco publicitada: la narcoleva; escrito con “ortografía fonética”, intencionalmente para que el lector capte mejor cómo debe pronunciarse o escucharse (desde el título “a wevo”, para concretar la primera sílaba de “huevo”) y la reinterpretación nominal de lugares, situaciones y personas: Mazachústez por Mazatlán; los “Gargajales”, por los Grajales; “también era familiar del señor Kóblenz”, por referir al usuario de la cocaína inhalada; “usted no diga frío hasta que vea pinwinos”, por miedo; “poner a la perrada bien birrionda, y de buen humor”, por complacer a los compañeros del negocio. Y más.

Es la historia del taxista que empieza vendiendo droga y luego, un poco por azar, se entromete en una balacera de narcos, de donde saldrá con un conocido para entrar de lleno al submundo de la venta y producción del narco. Con un final rural, digno de cualquier película, nos quedamos con la historia que narra el personaje a su padrino, que lo mismo podría ser un amigo que un fantasma.

El lenguaje como finalidad es una meta difícilmente alcanzada en los distintos idiomas. Más por los problemas de traducción y regionalización que involucra. Es probable que muchos mexicanos del sureste tengan dificultades para leer a González, pero en ello también reside la alegría de la lectura, en internalizar esos modos de hablar que no por lejanos dejan de ser menos divertidos. Las “groserías” que en ciertas regiones llevarán al enfrentamiento físico, en otras apenas darán para una sonrisa y un mohín de aburrimiento. González reúne la novedad de ese lenguaje fonético y regional, así como los modismos propios del medio. El personaje inicia su narración con una distancia respecto del narcomenudeo, pero a media novela ya magnifica su conocimiento de las palabras clave y llega a posicionarse anímica y laboralmente dentro del negocio. No falta la mujer fatal, un poco de sexo, las fugas carcelarias, los policías y políticos corruptos, pero la parte central del texto reside en la forma. Para quienes conozcan otros trabajos del autor será más evidente la intención, pues no suele usar esas construcciones gramaticales y menos tales palabrejas, para muchos novedosas, para todos divertidas, puedo aventurar.

Autores, incluso con su traducción, que renuevan literatura y lenguaje, aunque a muchos no les guste.