Opinión
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De Gaza con amor
E

l protagonista y narrador de la novela El poeta de Gaza (Mondadori, México, 2013) es un agente de seguridad del Estado israelí cuya labor es buscar árabes peligrosos, interrogar y torturar a los familiares, amigos o socios de tales árabes en su acepción de terroristas, encontrarlos y liquidarlos. Un personaje así no tiene espacio para el remordimiento. Su prioridad es evitar atentados en centros comerciales de Tel Aviv y que mueran niños en excursión escolar a causa de un hombre-bomba con el Alá en la boca. Su versión de los hechos será cruda, cínica, pesimista. La nueva misión del de la voz consiste en fingirse aprendiz de escritor –tardío y no excesivamente cultivado– para infiltrar la vida de Dafna, reconocida autora israelí, activista por la paz y amiga de los palestinos, algo mal visto por el Estado.

Yishai Sarid (Tel Aviv, 1965), autor de El poeta de Gaza, es abogado con posgrado en Harvard, y articulista de los principales diarios de Israel, según sus editores. Esta, su segunda novela, se publicó en hebreo en 2009, y en castellano, traducida por Rosa Lluch i Oms, en 2013. Para los días que corren, posee una actualidad inquietante. No exento de ambigüedades éticas, muy a tono con el género noir al que aspira, nuestro agente se mete en verdaderos problemas. Convertirse en tallerista de Dafna tiene por objetivo entrar en contacto con Hani, un gran poeta palestino, amado por su pueblo, quien agoniza de cáncer en Gaza bajo las condiciones horrendas del bloqueo. Dafna, de por sí objetivo de inteligencia –participa en marchas, firma cartas en favor de la paz con los palestinos–, es amiga íntima del poeta moribundo. Hani resulta ser padre de uno de los terroristas palestinos más buscados, cerebro de atentados graves (ha matado niños, le recuerda su jefe al agente cuando lo siente flaquear), que se la pasa viajando con soltura por todo el mundo árabe; alguien que el alto mando israelí quiere muerto y punto.

En el curso de su misión, al agente lo deja su mujer, quien se marcha a Boston con el hijo pequeño de ambos. Él comienza a enamorarse de Dafna. Y a perder el control: en un interrogatorio, en el cual no debía participar (su misión presente es hacerse el escritor en ciernes), se le muere en las manos un detenido árabe inquebrantable, aunque lo trituráramos no se convertía en traidor. Lo último que el reo oirá de nuestro narrador es: Iremos a buscar a tu mujer. ¿Sabes dónde la pondremos? En la celda de los hombres, donde están los violadores y los pervertidos; la están esperando, cada semana les hacemos llegar una remesa fresca. ¿Crees que bromeo? ¿Crees que los judíos no hacemos estas cosas? Las hacemos, las hacemos; nos hemos vuelto tan cerdos como ustedes. Al narrar reconoce: Sentía vergüenza de mí mismo; las palabras que salían de mi boca me daban asco; el detenido que tenía delante era un tipo noble comparado conmigo. El accidente de que se le ahogara un interrogado lo vuelve sujeto de una por lo demás tolerante investigación de asuntos internos por aquello de los derechos humanos de los detenidos, aunque sean árabes.

En el fondo se trata de una historia de paternidades (o maternidades) fracasadas: el poeta y su buscadísimo hijo, el agente y su niño al otro lado del mundo, y Dafna, quien además de atención médica para Hani le pide al aprendiz de escritor, tan sospechosamente de ofrecido, que rescate a su hijo Yotam, un adicto a la heroína perdido en el inframundo local y amenazado de muerte por un mafioso. Como dirá Jaim, el sagaz y amargo jefe del narrador, los judíos tienen la ley básica de la dignidad humana y la libertad: nacieron libres para traficar con droga.

La operación se le complica al agente porque se hace amigo del poeta (se permite leer su poesía además de su expediente, el cual registra que años atrás fue detenido, torturado e interrogado por sus vínculos con Fatah, la histórica organización de Yasser Arafat). Entre más se acerque a Hani, mayor oportunidad tendrá de tender al hijo una celada. Hay listo un operativo de inteligencia con francotiradores y actores de cuadro para liquidarlo. ¿A quién traicionará finalmente? Allí está el nudo del relato. Algo vislumbra tener en las manos: Arriésgate, sé un hombre, detén esta pesadilla. No obstante, prosigue con la operación. También hace el amor con Dafna tras devolverle al hijo, quien resulta un chico malcriado que no quiere dejar de picarse, un desesperado lleno de buenas y malas razones para odiar a la sociedad en que vive.

El ficticio poeta de Gaza (es posible identificar a Mahmoud Darwish como modelo real) reconoce que su hijo abriga demasiado odio y quisiera tocarle el corazón antes de morir, pues teme que no dejará de ser un hombre peligroso. Su nuevo amigo podría detenerlo, sospecha. No van a hacerle daño, ¿verdad?, le pregunta cerca del clímax. La novela bien pudo llamarse Cuando los hijos se van a volar. Si le preocupan estos temas déjese inquietar, léala.