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Yihadistas de alta tecnología
I

nsistimos en recalcar la cuestión de los ciudadanos británicos que se convierten en yihadistas. Ese pobre viejo y cansado publirrelacionista David Cameron lo hace constantemente con su gastada corrección política. Casi es de mala educación decir ciudadanos británicos musulmanes. ¿No es hora ya de empezar a hablar ciudadanos británicos musulmanes de origen paquistaní o indio? Porque eso es lo que son, salvo las excepciones en que alguien de origen árabe es reclutado.

Sin importar que el verdugo de James Foley venga de Londres o Newcastle (que sigue siendo mi teoría, debido a su acento), también es posible que haya nacido en una comunidad musulmana cuyo origen, ya sea por su familia o por el sitio en que nacieron sus padres, se encuentre en la vasta y destruida joya que solíamos llamar el Raj británico (del hindi gobierno o dominio N de la T).

No es difícil para estos combatientes aprender árabe, pashtun o urdu. Normalmente pueden leer en árabe las escrituras y de ahí están a sólo un paso de entender el idioma. Pero el origen político de los indios musulmanes, y aquí me refiero a las fronteras de la antigua India Británica, nos da una pista para entender los orígenes del Estado Islámico que nuestro moderno Abú Bakr Bagdadi ha creado.

Sospecho que sus raíces están en los deobandis, uno de los muchos grupos sunitas fundados tras el Motín Indio; una rebelión musulmana que aplastamos con nuestra usual brutalidad.

La Casa de Enseñanza Deobandi se convertiría en la principal escuela religiosa de India, fundada diez años antes del motín por Mohamed Abed Husain en Uttar Pradesh. Parte de su objetivo era contrarrestar el efecto de las universidades pro occidentales que incluían el estudio tanto del islam como de ciencias occidentales, semejantes a los intentos de inter culturales que llevaba a cabo Francia en Egipto, más o menos en esa misma época.

Como señaló el escritor Ahmed Rashid, mientras los deobandis restringían a las mujeres, también se oponían a las jerarquías musulmanas, rechazaban a los chiítas y talibanes de quienes decían, llevaban sus creencias a un extremo que los deobandis originales jamás reconocieron. Sin embargo, adoptaron preceptos semejantes a los de los talibanes después de que se fundó Pakistán en 1947, otra creación única de Gran Bretaña. Entonces los deobandis se volvieron todavía más importantes dentro de la mayoría musulmana dentro del Raj.

Incluso antes de la partición, el gobierno afgano buscó la ayuda de los deobandis para crear escuelas controladas por el Estado (madrassas), pero medio siglo tanto los deobandi como los talibanes se unieron en el desagrado que sentían por el liderazgo tribal. Para citar de nuevo a Rashid, los Talibán destruyeron la tradición de los Deobandi de enseñanza y reforma sin excluir ningún concepto de duda, a la que se considera pecado; de la misma forma en que cualquier debate equivale a una herejía.

Para 1998 los grupos talibanes a lo largo de la frontera entre Afganistán y Pakistán castigaban a los pecadores mediante lapidaciones y amputaciones, mataban a los musulmanes chiítas y obligaban a las mujeres a vestir ropas musulmanas tradicionales. ¿Les suena familiar? ¿No habla el nuevo califato de islamizar al mundo?

Quizá lo parezca aún más después de esta pequeña historia. En 2000 visité una escuela talibán en Akora Khattak, en lo que entonces era la frontera noroeste de Pakistán. Era una línea de producción para los jóvenes paquistaníes, de afganos, tadjikistanos y, sí, también de Chechenia. Estudiaban el Corán pero usaban computadoras modernas. Había 2 mil 500 alumnos y una lista de espera de 15 mil.

Un cartel mostraba a un osos ruso atravesado por la bandera verde musulmana. En otro podía verse la ex Unión Soviética pintada de verde. Todo esto será del islam, me dijo uno de los estudiantes. De nuevo; ¿no suena esto familiar?

Uno de los maestros en Akora Khattak, un hombre genuinamente religioso, me explicó: entre más nos opriman Estados Unidos, el mundo occidental y las naciones que asesinan a musulmanes, más pronto tendremos una república islámica. Nuestra moral es alta y es posible crear la unidad islámica en toda ésta área y queremos crearla, como Estados Unidos creó la OTAN.

En el momento en que, sorprendido, pregunté sobre el paralelismo de la OTAN, se lanzó con un discurso sobre el derecho de los musulmanes a tener una bomba atómica.

Si los indios hacen una bomba (en India), no es una bomba india. Pero si son los musulmanes los que hacen una bomba se les llama terroristas fundamentalistas, se quejó.

Unas cuantas ideas más. A lo largo de la vasta área de tierras árabes que ahora comprende el califato la mayoría de la población es agrícola. Son de las tierras de campesinos destruidas durante la guerra civil en Irak, es la población rural desposeída que perdió su forma de ganarse la vida durante la reforma agraria que precedió a la guerra civil en Siria, y que causó que la pobreza invadiera las afueras de ciudades como Alepo y Raqa.

Se trata de personas que no tuvieron la educación que merecían, y si bien no se les puede comparar con las comunidades sin escuela de Afganistán, nunca se les dio la instrucción tecnológica que vi impartirse a los alumnos de Akora Khattak 14 años antes.

Quienes han llegado al reino de Bagdadi son personas que provienen de un mundo en que el Internet y las redes son la norma, es decir, llegaron del extranjero. Son los yihadistas de alta tecnología, que comprenden que recibirán un juicio justo de los medios occidentales ignorantes y que no hacen preguntas, pero que están preparados para dar vida a sus propios medios.

Fue su habilidad la que produjo ese escalofriante, y en cierta manera perversa, efectivo video de la decapitación de James Foley; y por lo tanto, lo que provocó los infantiles exabruptos del secretario de Defensa estadunidense.

Al describir las cosas de apocalípticas y hablar del fin de los días parecen estar diciendo que estos yijadistas no sólo ejecutan a occidentales, sino también saben emplear la tecnología.

Por ejemplo, los captores del periodista buscaron en la computadora portátil de Foley de una manera en que los talibanes no hubieran ni soñado hace 20 años. Fue ahí donde descubrieron que el hermano de su rehén está en la fuerza aérea.

Según rehenes que estuvieron secuestrados junto con Foley y después liberados, el reportero no era golpeado más que los demás, pero las palizas se volvieron peores después de que le abrieron la memoria a su computadora.

Esto es lo que los yihadistas extranjeros han aportado a la más reciente guerra en Medio Oriente: un profundo conocimiento de la ciencia de lo que, de alguna forma poco imaginativa y burda, creíamos que nos pertenecía a nosotros.

Aún no reflexionamos con la debida profundidad sobre Internet en este contexto. En un mundo en que se lanzan los más feroces ataques verbales, donde las cartas escritas con veneno se han vuelto locas, y tanto los políticos como los periodistas y las organizaciones no gubernamentales se vuelven vulnerables, es sorprendente que el mismo conocimiento y poder sin responsabilidad haya proporcionado a Bagdadi y sus muchachos un arma mucho más poderosa, un armamento que puede usar en nuestra contra, pero también una ciencia que compartimos con ellos.

Los talibanes solían colgar televisores de los árboles. Este ya no es el caso. Como muchos otros, admiré el reloj que llevaba Bagdadi durante el sermón que pronunció en Mosul. Por ahora, nosotros también vivimos en la Era Rolex.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca