Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 31 de agosto de 2014 Num: 1017

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Una carta sobre
Menahem Begin (1948)

El asalto de lo extraño
Carlos Alfieri

El pecado de la risa
Vilma Fuentes

El Marruecos de
ellas: siete poetas contemporáneas

El ojo más grande
del mundo dirigido
al Universo

Norma Ávila Jiménez

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Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
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Alonso Arreola
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La niña de los cabellos de lino

De pronto suena la Arabesca No. 1 en Mi Mayor, de Claude Debussy. Spotify nos la entrega vía internet con la eficacia de una máquina expendedora de chocolates que, cada cierto número de expulsiones, dinamita la serenidad chillando anuncios de horrenda especie. Por dulce que sea la pieza del artista francés, claro está, sus arpegios no son vulgares golosinas. Son trazos de neón. Por ello es que hoy, sin coyuntura alguna, sin celebrar su cumpleaños, sin anunciar ningún evento especial en torno a su nombre, nos abandonamos al masaje de sus dedos, a la sabia acupuntura que practicó en el piano. Lo hacemos por el puro gusto de recordarlo y para señalar su beneficio en una vida con más bondad y menos corrupción.

Ligas y más ligas. Inútiles links. Entre tantas opciones no podemos hallar el nombre del intérprete. Sin distingos de género, época o calidad, la pantalla vomita de igual forma cualquier pieza que se le ocurra o que le pidamos. Para los creadores y programadores de Spotify se trata sólo de paquetes digitales que pueden usufructuarse siniestramente. Si durante el siglo XIX el alma del artista francés sólo podía conocerse en vivo –o en un disco sin interrupciones en el siglo XX–, hoy la tecnología le rompe el vestido y la abandona en la acera de cualquier postor.

Aun así vale la pena regresar a ella. Escuchando los nostálgicos arpegios de La Fille Aux Cheveux de Lin (La niña de los cabellos de lino), se nos revela el Debussy-jazzista, no por improvisador sino por fabricante de colores y texturas heterodoxas, de progresiones y cadencias sorpresivas que mientras más frágiles suceden más belleza alcanzan. Es un prodigio que se pueda llegar a semejante emotividad en 40 compases. Cimentada en Sol Bemol, por momentos prefigura a Charles Mingus, a George Gershwin. Más lejos aún: ¿cómo imaginar a Keith Jarret, a Herbie Hancock, a Brad Mehldau sin Debussy? ¿A Wim Mertens, a Michael Nyman? No hay pianista moderno sin algo de él en su adn (aunque sería injusto negar el legado de su coterráneo y contemporáneo Erik Satie, otra figura toral del impresionismo ligada al cabaret y el experimento teatral).

Sea en la calma del Claro de luna o en el vértigo de danzas como la Tarantelle Styrienne, sus variadísimos nocturnos, elegías, valses, preludios, temas infantiles, estampas y suites para piano –que de eso estamos hablando este domingo, del Debussy frente al piano, no del orquestal– toda su producción trasciende gracias a cascadas multicolores, al reflejo de una luz que lo mismo traspasa nutridos borbotones de fuente que gotas aisladas sobre el teclado, mínimas sugerencias fotográficas, ya bosquejos, ya escenas, ya secuencias enteras de películas cuya trama atañe siempre al equilibrio de la naturaleza elemental, compartida, primitiva.

Muerto a los cincuenta y cinco años, Debussy ingresó al Conservatorio de París a los diez. Gustó de la música de Wagner y viajó a Rusia para conocer la obra de Chaikovsky. Estudió a los compositores italianos y folclóricos de su tierra pero, allí lo notable, también devoró la literatura “maldita” de Baudelaire, Mallarmé y Verlaine. De ella parecen provenir los contrastes agridulces de su imaginación, su sed por lograr algo nuevo sin negar las raíces del entorno. Fuerza de cambio, evolución entre siglos, la suya es de las obras que permanecen actuales, perennemente nuevas.

Ponemos por décima vez a esa niña con cabellos de lino. Nos preguntamos por qué nos conmueve tanto. Re, Si, Sol, Mi, Sol, Si, Re, Si, Sol, Mi, Sol, Si, Sol, Sol, Mi, Sol… todas accidentadas conformando un arpegio de Mi Bemol Menor en vaivén desde la séptima, casi como un tema pop. Sigue un acorde de Sol Bemol impulsado por corchea con semicorcheas que asciende al Re Bemol, anunciando una Cadencia Deceptiva hacia el magnífico Si Bemol Menor. Es por esa refinada y ecuménica simpleza que un amigo y productor –lo supimos recientemente– utiliza a esta niña de Debussy para dormir a sus propias hijas y, de paso, maravillar al pensamiento. Hay música así: que a unos los calma y a otros los hiere dulcemente.

Siempre habrá conciertos por venir, discos por reseñar, aniversarios que recordar en espacios como el de este domingo; pero a veces, lectora, lector, sólo dan ganas de volver sobre lo ya escuchado para ver cómo han cambiado nuestros oídos y, por supuesto, nuestro hálito. Hoy una niña con cabellos de lino dice que somos otros. Le creemos. A usted, ¿quién –que no sea un artista comercial ligado a la superficialidad colectiva, algunas veces sana e inevitable– se lo puede señalar? Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.