Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 31 de agosto de 2014 Num: 1017

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Una carta sobre
Menahem Begin (1948)

El asalto de lo extraño
Carlos Alfieri

El pecado de la risa
Vilma Fuentes

El Marruecos de
ellas: siete poetas contemporáneas

El ojo más grande
del mundo dirigido
al Universo

Norma Ávila Jiménez

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Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
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Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
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Cinexcusas
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Ricardo Venegas
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Los pueblos marginados de México

Una de las facetas intelectuales del desaparecido Carlos Montemayor fue su dedicación al estudio y defensa de los pueblos indios del país. En Los pueblos indios de México (Debolsillo, 2010), el también poeta y novelista realiza un recorrido  desde el siglo XV hasta principios del XXI para desmitificar algunas ideas preconcebidas. Montemayor cancela innumerable cantidad de prejuicios en torno a los pueblos originarios de América, la cual, según O’Gorman, es, más acertadamente, “una invención”.  Uno de esos prejuicios es el haber sido bautizados como “indios”, cuando se sabe que los colonizadores pensaban que habían encontrado tierras asiáticas, concretamente India. Escribe Montemayor: “En verdad los indios de México nunca han sido los indios de México. Son pueblos que han tenido nombres precisos desde el siglo XV hasta nuestros días (o, debemos decir: desde muchos siglos antes del siglo XV hasta nuestros días: son los purépechas, tzotziles, chinantecos, mayas, nahuas, tojolabales, mazatecos, rarámuris, tenek, binizá, oyuk, ódames, seris, mayos, yaquis, kiliwas, mazahuas, tantos otros. El concepto ‘indio’ sigue ocultando a esos pueblos, sigue siendo una señal que recuerda la negación primera de su existencia.”

En distintos momentos de la historia el indígena ha sido visto como instrumento de trabajo, incluso como animal de carga o ciudadano de segunda; como incapacitado. El libro de Montemayor hace hincapié en los rasgos y méritos de la cultura indígena: cuando los españoles llegaron encontraron libros, instrumentos musicales, danzas, rituales, mitos y leyendas que forman parte de un acervo invaluable que no coincide con el mundo bárbaro descrito por algunos cronistas. Basta recordar las 170 lenguas que, antes de imponer el castellano como lengua imperial, debieron confrontar los españoles, cuya táctica fue la de exterminar las culturas y someter a los pueblos originarios.

Los indios de México se hicieron agraristas por necesidad durante el porfiriato al haber sido despojados de sus tierras; esto quizá ocurrirá de manera cíclica por la injusta repartición de la riqueza.

Ligados desde que hay memoria a la pobreza y a la marginación, los pueblos indios de México debieron ser consultados en torno a las reformas que afectarán de manera directa la vida de sus comunidades. Es una vergüenza que legisladores de origen indígena se hayan prestado al cínico robo a la nación, donde los únicos beneficiados serán aquellos que tienen cada vez más. El Estado mexicano es un nido de mezquindad; basta sintonizar el Canal del Congreso para advertir que los legisladores ni siquiera leen lo que aprueban. ¿A cuánto asciende el bono de un diputado?  No será extraño que en los años venideros nos alcance el estallido social, y que tantos siglos de resistencia indígena devuelvan a sus opresores el pisoteo y el abuso del que todos los mexicanos somos testigos.