Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 31 de agosto de 2014 Num: 1017

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Una carta sobre
Menahem Begin (1948)

El asalto de lo extraño
Carlos Alfieri

El pecado de la risa
Vilma Fuentes

El Marruecos de
ellas: siete poetas contemporáneas

El ojo más grande
del mundo dirigido
al Universo

Norma Ávila Jiménez

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Cinexcusas
Luis Tovar


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Luis Tovar
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Extremos extremos

Siempre que no se padezca cierta y abundante anemia creativa –verbigracia la que afecta los tuétanos del noventa y nueve punto nueve por ciento de los guionistas, argumentistas y productores televisivos mexicanos, pero también a un porcentaje inocultable de sus colegas cineastas–, el acometimiento de un nuevo proyecto cinematográfico usualmente tiene como tercer paso –el primero es la elección del tema y el segundo la concepción de la trama– la decisión acerca del tratamiento formal que habrá de dársele a los dos primeros. Habida cuenta de que realidad económica obliga, no es infrecuente que ese tercer paso sea uno de los que sufra más modificaciones.

Cítense aquí dos casos paradigmáticos: el primero fue relatado por esa gloria cineasta nacional conocida como el Güero Castro, quien un buen día hizo gala de improvisación y capacidad para adaptarse a los recursos disponibles, y donde el guión decía algo así como “los delincuentes son perseguidos por un helicóptero y éste es derribado”, el inefable exmarido de la hoy marida del Vendedor Más Grande de México puso una camionetita Combi, más bien desvencijada, persiguiendo a los maloras y, en lugar del vistoso derribo aéreo, con mucha sensatez la hizo chocar contra el poste de la luz en una esquina. El segundo es de Luis Buñuel, que en Mi último suspiro cuenta que al estar filmando Los olvidados, para la escena del ciego acosado y golpeado por el Jaibo y compañía, quería una orquesta sinfónica completa instalada y tocando en la estructura metálica de una construcción que se ve al fondo, pero que cuando la producción le indicó que el presupuesto no estaba para esos lujos, a cambio de la orquesta puso a la gallina que cierra la secuencia.

Ortodoxia experimental y lo contrario

De anécdotas así está llena la historia del cine mexicano, tanto el bueno como el otro, y se traen a cuento aquí porque los dos filmes de los que quiere hablarse dan más en qué pensar si se atiende al cómo fueron hechas y por qué se decidió hacerlas precisamente de ese modo y no de otro, que si se atiende a los resultados finales en pantalla. A propósito de esto último, y apelando a la memoria simple –en otras palabras, prescindiendo de las notas que un juntapalabras como éste suele generar; prescindiendo también, por un instante, de la aplicación de algún método crítico-analítico de los varios a los que puede recurrirse–; memoria en la que se sustenta eso que todavía puede ser llamado vox populi, los antedichos resultados finales en pantalla de los dos filmes de marras, a saber, Guten Tag, Ramón (Jorge Ramírez Suárez, México/Alemania, 2014) y Filosofía natural del amor (Sebastián Hiriart, México, 2013) se resumen en un anticlímax fácilmente sintetizado por la palabra “olvidables”.

Aquí lo más interesante es cómo puede llegarse a idéntico resultado de inmemorabilidad por caminos tan diametralmente opuestos: mientras Guten Tag, Ramón es una película formalmente tan aséptica y ordenada y previsible como puede serlo un matraz en un laboratorio, por decirlo de algún modo, la Filosofía natural… hirartiana debería caber bajo el rubro de cine experimental, por más que dicha etiqueta sea cada vez más alcahueta, al admitirse en ella prácticamente cualquier cosa que se aleje siquiera un poco de la ortodoxia formal.

Quizá resultado del divorcio entre lo que se quiso hacer y lo que al final se pudo, Filosofía natural… se duele de un descoyuntamiento que por ahí alguien ha querido ver, con ojos demasiado benignos, como narrativa no lineal, con la consecuencia de que la memoria, arbitraria como ella sola, evoca aisladamente cosas como un escritor real, papá del cineasta, hablando antieróticamente del amor erótico, o el bofetón que un personaje le sorraja a una personaja, o una pareja remando en Chapultepec.

Por su lado, Guten Tag, Ramón luce como neutralizada en cuanto a cualquier tipo de emociones por culpa de tanta corrección: sus fases dramáticas para contar el consabido viaje del héroe y su retorno son tan precisas como puntual es el transporte urbano en Alemania, lo cual es muy agradable para el segundo pero vuelve aburridísimo al primero. No es que sea exigible el desaliño, pero a falta de sensaciones memorables lo que la mente guarda, a final de cuentas, es la gracia del protagonista cuando se pone a bailar y muy poco más que eso.

Extremos formales, elegidos por deliberación o impuestos por cuestiones de producción, buenos para confirmar aquello de que los extremos, llevados al extremo, pueden tocarse.