Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 31 de agosto de 2014 Num: 1017

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Una carta sobre
Menahem Begin (1948)

El asalto de lo extraño
Carlos Alfieri

El pecado de la risa
Vilma Fuentes

El Marruecos de
ellas: siete poetas contemporáneas

El ojo más grande
del mundo dirigido
al Universo

Norma Ávila Jiménez

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Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
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Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
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La Jornada Semanal

 

El pecado de la risa

Vilma Fuentes

François Rabelais, autor de los desopilantes Gargantúa y Pantagruel, modernos antihéroes cuyas proezas no escapan a la burla de su creador, decía: Mieux vaut de rire que de larmes écrire, pour ce que rire est le propre de l’homme (Más vale de reír que de lágrimas escribir, porque reír es lo propio del hombre).

A condición de poseer el genio para arrancar con su escritura la carcajada, o al menos la sonrisa, del lector. Nada más difícil que hacer reír con un texto. El payaso o el histrión se apoyan en toda una gesticulación, se ayudan con baldes de agua que se vacían en la cabeza, caídas espectaculares, tartas de crema arrojadas a sus caras. El texto sólo posee la palabra escrita para hacer reír. Acaso por esto, en parte, son raros los escritores que logran, con  magnífica ironía, hacer asomar una alegre sonrisa en los labios del lector silencioso transformado en cómplice. Secuaz testigo, movido con los hilos tejidos por el autor, de transgresiones al orden. En lugar de compadecer a la víctima del destino o del simple ridículo, en vez de apiadarse ante las aciagas desventuras del prójimo, su posición con las piernas hacia arriba al caer en el suelo, su desnudez involuntaria, su tartamudeo, sus diversos defectos, lo absurdo de la situación, desatan la risa gracias a la descripción hecha por el desalmado y cruel autor.

Debe reconocerse: hay una buena parte de crueldad en el estallido de risa. Nos reímos más a menudo del ridículo… de los otros. Sólo el humor permite, a veces, esa forma superior de la risa cuando el autor es capaz de reír… de sí mismo. Esto exige un verdadero talento, si no genio. ¡Es de tal manera más fácil burlarse de los otros! Burlarse de sí mismo es un juego más arduo y más raro. Molière, Jean-Baptiste Poquelin, el más grande autor cómico de la lengua francesa, creador de El avaro, Tartufo, El burgués gentilhombre, El misántropo y tantas otras obras maestras es un caso excepcional. Molière podía deleitarse y deleitar al público tanto con el trágico destino de Alcesto, por ejemplo, que con la simple farsa. Reír también de él mismo al personificarse en el viejo libidinoso en La escuela de mujeres. Su amigo, Nicolas Boileau, crítico intransigente de la época clásica, no habiendo comprendido gran cosa, escribió estos célebres versos: “En el costal ridículo donde Scapin se envuelve/ no reconozco al autor del Misántropo.” Tres siglos más tarde, el estupendo comediante Louis Jouvet halla la mejor respuesta posible a Boileau. Retoma los dos versos del crítico y los trastoca: “En el costal ridículo donde Scapin se envuelve, admiro sin reservas al autor del Misántropo.” Jouvet, hombre de espectáculo, nunca despreció a su público, orgulloso de poder hacer reír a toda una sala de espectadores.


Cartel de El avaro de Molière con Louis de Funès

La risa, propia del hombre, según Rabelais, es víctima de un estatuto ambiguo. Se adora reír, aunque en ocasiones uno se sienta culpable de esa risa. Porque la risa es cruel, o realista: ¿Lo real no es un crimen perfecto, como propone Jacques Bellefroid en el título de uno de sus libros? La obra maestra, cúspide de la escritura en lengua española, el Quijote, arrebata las carcajadas del lector de todos los tiempos, desde su aparición, a costa de la insensatez del protagonista, su razón perdida por la lectura de novelas de caballería. Locura y ridículo que le atraen terribles golpizas y desvelos que arrancan la risa incontrolable del lector, tan cruel cuando ríe como Miguel de Cervantes cuando escribe y propone burlarse de las desventuras de un demente.

La excepcional actriz Arletty, coprotagonista con Louis Jouvet en Hôtel du Nord, decía al final de su vida, ella, quien había quedado ciega: “La risa es mi terapia.” Y, en efecto, sin que se haya probado de manera científica, hay ejemplos de personas que, desahuciadas por la medicina, han recuperado la salud gracias a la risa provocada por la visión de películas del Gordo y el Flaco, u otros cómicos. Tenía razón Nicolas Chamfort, filósofo francés del Siglo de las Luces, al afirmar: “La jornada más perdida sería ésa en que no reí.”

Es más fácil hacer llorar. La literatura lacrimógena, comercio de textos y telenovelas “miserabilistas”, tiene su éxito entre un público políticamente correcto y conforme, el cual descarga, así, sus sentimientos de culpabilidad con lágrimas de cocodrilo, éxito que comparte con la llamada literatura seria, solemne, pontifical, atrozmente aburrida. Millares de libros que dan a sus lectores la impresión de pensar.

La risa, en cambio, es perturbadora. Pone en entredicho la política correcta, los sentimientos altruistas, la alta concepción de sí mismo, la complacencia y el regodeo. Es tal vez un ataque directo y una respuesta automática de la inteligencia. Es acaso comenzar a pensar por sí mismo, sin cánones ni principios o prejuicios.

Henri Bergson señala que la risa estalla cuando el mecanismo está desarreglado, descompuesto. Así, transgredir ideas preconcebidas, desacralizar dioses y héroes es provocar la carcajada de la inteligencia. Swift hace reír de manera sangrienta con sus proposiciones a los pobres de vender su prole a los ricos que  se deleitarán con carne tierna, o con sus consejos a los domésticos para hacer imposible la vida de sus amos. Jarry transforma el Vía crucis en una carrera ciclista. Ibargüengoitia desmitifica a los héroes de la independencia mexicana o a sus generales revolucionarios.

El genio de algunos cómicos no es sino un desarreglo constante de los sentidos y del orden. De la mímica de Chaplin a la risa muda de Buster Keaton; de las situaciones rocambolescas del Gordo y el Flaco al lenguaje cantinflesco, el enigma de la risa se propone a cada carcajada que estos cómicos arrancan sin necesidad de un fondo de risas mecánicas necesarias a los malos payasos.

No todo mundo tiene las cualidades para hacer reír, ni se es payaso cuando se quiere. Hacer reír es uno de los donde más altos que el hombre puede recibir de los dioses.

En todo caso, mi noche está asegurada: reiré a carcajadas. Con motivo del centenario de su nacimiento, pasan en la televisión muchas de las películas del extraordinario cómico Louis de Funes.