jornada


letraese

Número 218
Jueves 4 de Septiembre
de 2014



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate




Michael Kirby*

El dolor de la pérdida,
la urgencia de la renovación
En memoria de Jonathan Mann

Quienes hoy nos reunimos en esta conferencia en Melbourne conocemos la pérdida y la crueldad. Sabemos del sufrimiento, la irracionalidad y el odio desde que el VIH/Sida apareció en nuestro medio hace 30 años. Podemos contar historias sobre actos horribles y conductas brutales que se han añadido a la miseria y al peligro vividos por las personas con VIH y por quienes les han amado y atendido. Sabemos de personas que han muerto y que están muriendo de sida. De otras que buscan el amor y el derecho al respeto y a la atención médica que salva vidas. Sabemos de muchos y muchas a quienes hoy se les niega la justicia y la empatía humana. Con la pérdida muy reciente de amigos y colegas que estaban en camino a esta conferencia, llega hasta nosotros de manera muy cruel el recuerdo de la muerte prematura de Jonathan Mann, el primer director del Programa Global de Sida de la organización Mundial de la Salud. Aquel humanista inspirado que tanto hizo para alertar al mundo de los peligros del sida, pereció a lado de su mujer en un avión lleno de pasajeros en St. John, Terranova, en 1998. También él iba a una conferencia sobre sida llevando consigo valiosísimas enseñanzas para compartir. Fue una pérdida irreparable.

Hace apenas unas semanas estaba yo muy lejos de pensar que la catástrofe aérea que causó aquellas muertes se multiplicaría y agrandaría, esta vez por la voluntad deliberada de unos seres humanos. Qué crueles y egoístas parecen ser estos asesinos y cuánta temeridad e impudicia para poner semejantes medios al alcance de los fanáticos. Que no quede duda: la crueldad irracional es y seguirá siendo compañera nuestra en este viaje. Cómo quisiéramos dar marcha atrás en el tiempo. Poder reír y pensar y soñar y luchar a lado de quienes ya no podrán hoy acompañarnos. Y sin embargo no podemos. Lo que sí podemos es pensar en todos ellos y en todos los que han sufrido acciones igualmente irracionales, injustas y destructoras: en Dwayne Jones, asesinado en Montego Bay, Jamaica, en Julio del 2013 por asistir a un baile en una fiesta y ser condenado por ser gay. Fue golpeado, apuñalado, ejecutado a tiros, aplastado luego por un auto, y aventado su cuerpo a un barranco. Nadie respondió por ello ante la justicia.

En David Kato, un activista gay en Uganda. Asesinado también en enero del 2011, muerto a martillazos por oponerse a una ley anti-homosexual que terminó aprobándose en su país. En Eric Lembembe, un activista gay en Camerún, asesinado en Yaúnde en julio del 2013. O en Charles Omondi Racho, asesinado y abandonado en una carretera en Kenia. La violencia no termina. Sin embargo los valerosos reformistas perseveran en su lucha por la igualdad y siguen padeciendo la brutalidad como pago. Pido aquí perdón por hablar de los muertos. Pero su sufrimiento es, en este contexto nuestro, un llamado a la acción.

Podemos pensar también en las madres y familias de África del Sur quienes, inspiradas en los esfuerzos globales, desafiaron aquel rechazo de antirretrovirales que por un solo dólar habrían impedido que sus bebés contrajeran el VIH. En los trabajadores sexuales, usuarios de drogas, transexuales e incapacitados que viven con VIH, para quienes el lema de nuestra conferencia, “Que nadie se quede atrás”, sonará a menudo como una cruel ironía. En los amargos desengaños de legislaturas que no pudieron actuar. Y de las cortes siempre tan cortas de visión, como la decisión reciente en la India que dio marcha atrás a la noble decisión de la Alta Corte de Delhi en el caso de la Fundación Naz que invalidaba leyes coloniales sobre los gays.

En las horrendas nuevas leyes a lo largo de África y a la violencia que engendran y que retrasará los esfuerzos en la lucha contra el sida. También en los pacientes solitarios que mueren sin esperanza. Y en los usuarios de drogas y otros parias, rechazados por la sociedad y sus familias, a quienes la terapia les devolvería la vida y un gran sentido de auto estima.

Los compañeros que perdieron sus vidas en su viaje para reunirse con nosotros también sabían todas estas cosas. Tenían en mente estas imágenes cuando despegaban hacia este país hospitalario. Ellos desearían vernos recobrar nuestros ánimos destrozados y verían nuestros esfuerzos como piezas pequeñas pero vitales de ese gran rompecabezas humano que intenta construir un mundo que respete los derechos humanos y anuncie el día en que termine el sufrimiento por el sida.

Pido disculpas por hablar en estos momentos de dolor y pena: disculpas porque la voz debería en realidad pertenecer a quienes conocieron y pudieran contarnos las sencillas historias de nuestros amigos desaparecidos. Y hablarnos de los aportes individuales y colectivos que hicieron a la lucha en la que aún seguimos comprometidos. Disculpas porque no soy una persona que vive con VIH o sida. Jonathan Mann siempre insistió en la importancia de escuchar las voces de las personas afectadas y comprender lo que dicen. ¿Quién olvidará jamás las electrizantes palabras del magistrado Edwin Cameron, durante la Conferencia de Durban, al censurar al gobierno de su país por el loco y erróneo rechazo (hoy revertido) a reconocer la ciencia verdadera del VIH? Disculpas también porque no soy una persona discapacitada que se enfrenta al VIH. Ahora sé que aquí se esperaba, incluso con urgencia, que en esta ocasión se diera la palabra a una de esas personas para que en verdad nadie quedara atrás. Espero que aquellas voces se eleven con claridad y fuerza durante estos días en Melbourne.

Sin embargo, puedo hablar como alguien que ha probado los amargos tragos de la discriminación y el odio debido a mi sexualidad. Por esas razones he perdido a doce de mis amigos más amados en los primeros tiempos de la epidemia. Ellos también padecieron la discriminación, la hostilidad, la indiferencia y el asco. Pero se sobrepusieron a esas desgracias. Vivieron y murieron con la convicción de que las cosas mejorarían. Y en efecto, a través de la ciencia, la educación, el conocimiento y la bondad humana, esto ha sucedido. Ha sucedido en Australia y en otras tierras. Paso a paso, ha sucedido. Esta claridad aún debe llegar a muchos otros sitios donde demasiada gente sigue quedando atrás.

Y para que nadie quede atrás señalo seis lecciones esenciales:
La importancia vital de la ciencia. Todas las leyes y estrategias para enfrentar al VIH/Sida deben estar basadas en la ciencia y no en la mitología y el prejuicio. La ciencia nos ha aportado el milagro de la triterapia y nuevas pautas de tratamiento. La ciencia ha aliviado el sufrimiento. Ha marcado una enorme diferencia. Cerca de 15 millones de personas con VIH gozan de sus beneficios.

Debemos escuchar a quienes están afectados. La gente que vive con VIH y Sida debe estar en la primera línea de todos nuestros esfuerzos. Son ellos quienes nos aportarán realismo, quienes nos exigirán acción.

Debemos ayudar a que nuestros líderes políticos entiendan la paradoja del sida. La mejor forma de lograr que la gente se haga la prueba y se reduzca el saldo de muertes y sufrimiento no es castigando y aislando a quienes tienen VIH, sino protegiéndolos e invitándolos a que soliciten ayuda. Las leyes y las políticas deben ser parte de la solución y no parte del problema del sida.

A los políticos de todos los bandos se les puede explicar la paradoja del sida y lograr que la acepten. Ninguno de esos bandos tiene el monopolio de la sabiduría o la comprensión del sida.

Muchos tienen aportaciones a la mano. Lo vimos en Australia en aquellos primeros días agitados hace treinta años, donde los contrincantes políticos unieron sus esfuerzos para asumir la paradoja del sida. Lograron proteger así a hombres homosexuales, usuarios de drogas inyectables y a otros. Es una estrategia de la que podemos enorgullecernos y presentar al mundo como un modelo básico de políticas eficaces contra el sida.

Nos hemos opuesto a muchos de los enfoques tradicionales para enfrentar las epidemias. Desde los primeros días era claro que la cuarentena, una respuesta legal tradicional, no funcionaría. Las primeras promesas de una “bala de plata” médica –una cura o una vacuna—tampoco se concretaron. Siguen eludiéndonos.

En muchos países los líderes políticos no han logrado asumir las paradojas del sida. Han recibido subvenciones para la compra de antirretrovirales, pero lamentablemente han fallado en la tarea de defender los derechos humanos y las vidas de sus ciudadanos. Es tiempo de que estos líderes adopten iniciativas que funcionen. Sin esas reformas y sin cambiar las leyes globales de la propiedad intelectual, la gente morirá innecesariamente. Así de sencillo.


*Antiguo magistrado de la Suprema Corte de Justicia de Australia. Texto editado de su discurso en la inauguración de la 20 Conferencia Internacional de Sida en Melbourne Australia, realizada en julio de este año.

 


S U B I R