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L

o de menos fue que se estacionaran en la amplia y emblemática plancha del Zócalo capitalino, sin duda una muestra de ceguera social, de inconciencia, de vanagloria, de prepotencia; ni siquiera pudieron imaginarse la reacción que ha tenido en un importante sector de la opinión pública su actitud de indeferencia y de desprecio a la ley y al pueblo que dicen y quizá crean representar. Como en La dulce vida la clase dorada que vive bajo su capelo de impunidad y despreocupación; los asistentes al segundo informe de Peña Nieto ni sabían ni les importaba dónde quedaban sus vehículos; sabían, sí, que al salir del besamanos un ciudadano común y corriente, del pueblo, acercaría el coche para que ellos, sin molestarse mucho, treparan y ordenaran adónde dirigirse.

Disfrutan, contemplan a sus iguales y a sus cercanos, se contemplan a sí mismos como triunfadores y no se percatan de la desgracia a la que encaminan al pueblo de México, ni de la angustia, la inseguridad, la falta de ingresos por falta de trabajo, la pobreza que los rodea sin que tan siquiera volteen a verla y no perciben que abajo, donde ellos no alcanzan a penetrar, hierve la sangre de los pobres y es donde se gestan los grandes movimientos sociales. Para eso creen que tendrán suficientes soldados, gendarmes y marinos.

Algunos de los asistentes provienen de la clase media o de los segmentos pobres de la sociedad mexicana y alguna vez convivieron en ambientes muy distintos a los que ahora frecuentan; como dice la canción de Chava Flores, cambiaron el morralito por una bolsa de broche y si algo recuerdan y les reclama su conciencia la traición al pueblo, la acallan al leer los saldos de sus inversiones o al entrar a sus mansiones bien protegidas, suntuosas y alejadas del ruido de la calle.

Lo importante, sin embargo, no ocurría en el Zócalo, sino dentro del Palacio Nacional; ahí tenía lugar un acto de publicidad política, encaminado a deslumbrar a los auditorios adictos a las televisoras al servicio y parte del sistema, y a los deslumbrados destinatarios de la mentira clamorosamente presentada, según la cual vamos camino a un mundo feliz, jauja, casi al paraíso. Como han dicho expertos y observadores objetivos de la política, el informe no fue tal, no se ocupó de la sombría realidad, no dijo una palabra sobre la corrupción y, como se acostumbra en el lenguaje político puesto de moda en el estado de México, todo lo bueno se pospone; hoy no se resuelve nada, tenemos que seguir aguantando para al futuro, un futuro que se aleja cada vez más. Disfrutaremos de los sacrificios de hoy, pero más adelante.

La publicidad, como he dicho en otras ocasiones, se dirige a los ojos y a los oídos de sus destinatarios, no a su inteligencia; al contrario, a la inteligencia se le trata de aturdir, ese es el objetivo de repetir y repetir lo mismo una y otra vez y en todos los tonos, para obnubilar, distraer y atarantar. De eso se trataba en lo que sucedía dentro del Palacio Nacional, de hacer publicidad para contrarrestar un poco la cada vez más numerosa opinión contraria al desempeño del Presidente.

En política, como en otras áreas de la actividad económica y social, la ley tolera la propaganda que tiene como finalidad dar a conocer un producto, un servicio, un programa e incluso a una persona; el derecho mercantil antiguo permitía el dolo bueno de los comerciantes, cuando exageraban las bondades de los productos que ofrecían; la propaganda está siempre al filo de la ética, pero se acepta y tolera ese dolo bueno porque se entiende que sus destinatarios podrán razonar y verificar si lo que se les ofrece responde a lo que se les promete. La publicidad, en cambio, tiene la franca intención de hacer caer en el error a sus destinatarios.

Los gobiernos modernos, en especial el nuestro, olvidan su deber de ser veraces e informar cabalmente a sus gobernados. Ese fue el objeto del informe pensado por el constituyente como uno de los mecanismos constitucionales de colaboración entre Legislativo y Ejecutivo; según dispone el artículo 69 de nuestra Carta Magna, el presidente, en la apertura de sesiones del primer periodo de cada año, presentará un informe por escrito, en el que manifieste el estado general que guarda la administración pública del país. El informe lleno de datos, paquetes de expedientes y cifras no fáciles de interpretar, quedó oculto, prácticamente desconocido para la mayoría de los ciudadanos y muy probablemente también para la mayoría de los legisladores que lo reciben; en cambio, la publicidad se centró en el mensaje presidencial, inconsistente en cuanto a cifras y datos duros, pero superabundante en promesas y autoelogios.

Del abuso de la propaganda, nuestros políticos pasaron a la publicidad engañosa, de ahí al abuso de ella y, si aun ésta les falla, queda la compra de votos, lo mismo de ciudadanos empobrecidos que de legisladores enriquecidos.

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