Opinión
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Rumbo al nadir perredista
E

n 1997 se realizaron en Sonora comicios para elegir gobernador, alcaldes y diputados federales y estatales. El Partido de la Revolución Democrática (PRD) obtuvo una votación de casi 23 por ciento. Un verdadero éxito. Tres años antes había conseguido apenas 3 por ciento.

En 1997 el PRD conquistó nueve presidencias municipales: Guaymas, Empalme, Cajeme, Huatabampo, Etchojoa, Benito Juárez, Navojoa, Bácum y Ures. También obtuvo seis diputaciones locales y dos federales.

Sin embargo, tres años después su influencia comenzó a caer en picada: alcanzó solamente alrededor de 17 por ciento de los votos en las municipales y 13 por ciento en las presidenciales. La pérdida de influencia siguió constante. En 2003 logró sólo 6.3 por ciento y en 2009 3.9. Sólo con la candidatura unificada de López Obrador en 2012 la tendencia pudo remontarse.

Tanto en 1997 como en 2003, el candidato a gobernador del sol azteca fue Jesús Zambrano. La clave del triunfo perredista de 1997 estuvo en la formación de una amplia coalición de fuerzas opositoras, que tenía en el pujante y masivo movimiento campesino del sur del estado su columna vertebral. Los dirigentes nacionales del partido visitaron la entidad en tres ocasiones y no escatimaron recursos para la campaña.

Entre otras causas, la explicación del descalabro de 2003 está en el dominio de Nueva Izquierda del aparato partidario en la entidad. Cuando esta corriente ganó la dirección del partido en la entidad e hizo a un lado a los liderazgos campesinos, el sol azteca se hundió. Sus componendas con el poder y su comportamiento faccioso alejaron a multitud de militantes de sus filas. Misterios de las tribus: a pesar de los pésimos resultados en su tierra, Jesús Zambrano fue elegido dirigente nacional del PRD.

Sonora es una metáfora de lo que es el PRD bajo la conducción de Nueva Izquierda. Los chuchos han hecho de la derrota en las grandes contiendas la posibilidad de su victoria dentro del partido; de las componendas con los gobiernos estatales y el federal la garantía de su permanencia como grupo, de la docilidad a los poderes fácticos la hipoteca de su sobrevivencia. Ellos son la izquierda que la derecha quiere, la que exaltan los intelectuales mediáticos como la izquierda moderna que el país necesita.

Dependiente de su relación con el poder, que le garantiza los recursos para la continuidad del aparato partidario, Nueva Izquierda necesita de la alianza con Alternativa Democrática Nacional (ADN) para tener la hegemonía dentro del sol azteca. ADN es una eficaz maquinaria clientelar y corporativa con una fuerza de masas real en, por ejemplo, el estado de México. Da a los chuchos la base social de la que ellos carecen. Entre ellos se ha trabado un matrimonio por conveniencia muy eficaz.

El éxito de Nueva Izquierda, ratificado en las elecciones internas del pasado domingo, es posible porque hace ya muchos años que el PRD perdió su alma. Su proyecto de una revolución democrática quedó reducido a un lema carente de contenido en la práctica, por más que muchos militantes honestos y consecuentes luchen en su interior por hacerlo realidad.

El PRD se ha convertido en una formidable agencia de colocación de empleos. Un cálculo aproximado de antiguos dirigentes del partido estima que éste da trabajo, de manera directa e indirecta, a unas 80 mil personas. Burocracia partidaria y operadores electorales, funcionarios públicos en distintos gobiernos estatales y municipales, cargos de elección popular, institutos y asesores están en su nómina. Muchos de ellos no reciben un gran salario, pero en tiempos de crisis no es despreciable.

Se trata de un aparato sin ideología. Los profesionales del partido y quienes ocupan cargos públicos necesitan ver la forma de pasar de un cargo a otro, de asegurar la continuidad de su chamba. Con frecuencia, quienes están empleados deben su lealtad a sus empleadores, más allá de sus convicciones políticas. Como dicen que dijo el dirigente de una de las tribus: no necesitamos militantes que tengan ideas, sino un teléfono celular para decirles lo que hay que hacer.

Fue notable la baja participación de sus miembros en las elecciones internas: apenas un millón 867 mil personas. Se trata de casi 40 por ciento de los 4.5 millones de afiliados que tiene, según su listado actualizado. Un fracaso: apenas sufragaron unas 23 personas por cada militante que recibe un sueldo como producto de sus actividades partidarias.

Los comicios tuvieron muchas irregularidades: padrones rasurados, compra de votos, acarreos, afiliaciones irregulares, robo de listados nominales, etcétera. Hay mil 700 impugnaciones al proceso. Nada inusual en la democracia perredista.

Después de casi 25 años de vida, el partido existe realmente en tan sólo siete entidades: Distrito Federal, estado de México, Michoacán, Oaxaca, Guerrero, Tabasco y Morelos. De hecho, en unos mil 800 municipios no se llevaron a cabo elecciones internas por tener menos de 350 electores, o porque no se registraron planillas, o por contar con solo una planilla registrada o porque el número de candidatos es menor al de cargos a elegir.

La fotografía del Presidente de la República flanqueado por los perredistas Silvano Aureoles y Miguel Barbosa como titulares de las mesas directivas de la Cámara de Diputados y del Senado, y su compulsiva obsesión por presentarse como institucionales, son la imagen no del triunfo de la izquierda, sino de su sumisión. Las declaraciones de Miguel Alonso Raya, quien hizo su carrera sindical con la protección y el apoyo de Elba Esther Gordillo y hoy es coordinador del PRD en San Lázaro, reclamando un nuevo Pacto por México, son el termómetro de hasta dónde llega la docilidad del sol azteca.

Las elecciones del PRD y el triunfo de Nueva Izquierda y sus aliados muestran con claridad que el cenit de su influencia política pertenece a otras épocas. Lo sucedido en Sonora entre 1997 y 2003 es un aviso de lo que viene. El partido inició, ya sin remedio, un viaje sin escalas hacia su nadir.

Twitter: @lhan55