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Pintura italiana: erotismo y comicidad
P

ara calibrar adecuadamente el conjunto de pinturas, principalmente de finales del siglo XVI, así como del XVII y del XVIII, de la colección de Vittorio Sgarbi, que con el título Teoría de la belleza se exhibe en el Museo Nacional de San Carlos, es conveniente saber que este teórico ferrarense ha estado a cargo de la sobreintendencia de bienes culturales del Veneto, cosa muy favorable a sus investigaciones y también a sus selecciones coleccionísticas. Es un estudioso y un experto que ha dispuesto de amplios medios para configurar su bottega; ha sido no sólo amante de la polémica en medios, sino una auténtica estrella de la televisión italiana, a veces idolatrado y otras detestado por sus públicos. No es nada tímido. En su libro (serio en términos generales) Davanti all’imagine incluyó una conclusión a modo de apéndice que se titula Breve ma inmodesto contributo alla glorificazione di me stesso. Debo hacer saber que Sgarbi no es nada mal parecido, además de que nadie negaría sus aptitudes de comunicador. Su público admirador acostumbraba a referirse su persona con la siguiente frase: L’uomo che dice la verita. Él admite que la frase es laudatoria, pero no alejada de los hechos debido a la franqueza con la que pronuncia cosas obvias, simplicísimas, usando las palabras con un tono rampante.

Manifiesto que esta nota no es una crítica negativa dirigida a Sgarbi, al contrario: es un reconocimiento abierto a su peculiar gusto, a su inteligencia como coleccionista y, sobre todo, a su gran sentido del humor iconográfico. Describiré algunos cuadros que llamaron particularmente mi atención, pero antes advierto al público dispuesto a visitar la muestra que no debe asistir con la intención de encontrar a las grandes figuras del arte italiano de esos siglos, hay uno que otro gran nombre, Tiziano y Lo spagnoletto (que se desenvolvió en Nápoles), pero la mayoría de las obras exhibidas corresponde a pintores de segunda línea que fueron muy apreciados en su tiempo, pero que posteriormente sólo han sido estudiados y admirados por especialistas como el propio Sgarbi, la producción italiana, en ese y en otros tiempos, es enorme, y ni siquiera los volúmenes de Longhi alcanzan a dar cuenta de ella, menos aún los breviarios de esta indiscutible autoridad en el tema.

La Magdalena, bien sabemos, es una figura temática de amplio impacto en la pintura, ya sea como pecadora, luego veneradora y quizás enamorada de Cristo, y luego como penitente. La que admiramos en la muestra fue pintada por Francesco Mazzucchelli, apodado Il Morazzone, en esta muy libre versión de su iconografía aparece escoltada a los cielos por una serie de angelillos (putti) que aúpan su hermoso y algo robusto cuerpo desnudo de voluptuoso vientre. La mano de la santa antes pecadora presiona levemente su seno y su pezón, pero debido a la intensa penumbra en esa zona, tal mano parece ajena a su propietaria. El gesto tocatorio, provenga de quien provenga, es indefectiblemente erótico y eso, además de las formas plenas y carnosas de la figura, debe haber complacido enormemente a Sgarbi, cuantimás que la otra grande y pesada mano, que remata el musculoso brazo, literalmente parece aplastar el cráneo del angelillo en la que se posa. El ala de este angelillo así torturado, medio que cubre de casualidad su monte de Venus y eso obedece a las especificaciones que sobre figuras religiosas al desnudo se formularon en la última sesión del Concilio de Trento (1545-1563).

Otra pintura que también tiene que ver con anatomía femenina del pecho es la de Antonio Cicognara, una madonna entronizada entre santa Inés y santa Catalina de Siena. La Virgen María e Inés obedecen quizás a retratos de una misma modelo o el pintor quiso que parecieran hermanas gemelas. La madonna tiene al niño Jesús en su regazo y es lactante. El pequeño seno que alimentará al Hijo de Dios está colocado en la zona más occidental de su torso y, según la representación, la Virgen María sólo ese seno tuvo, si fijamos la vista en el área que debió serle correspondiente y que naturalmente aparece cubierta sin que haya el más leve matiz de protuberancia bajo la ropa que cubre su anatomía. Esta pieza es de las de data más antigua que se exhiben y la ausencia de un seno queda compensada en parte con la bellísima venera de su trono todavía quattrocentesco, aunque arquitectónicamente ya con ciertos rasgos que apuntan a Bramante.