Opinión
Ver día anteriorMiércoles 10 de septiembre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Optimismo genético
L

os aires que revolotean por todo el ámbito oficial son radicales: poderosas corrientes de cambio elevan los ánimos de sus élites. Hacen imprescindible, si alguien desea ser decente o institucional, afilarse, de lleno, al optimismo reinante, casi genético, para no quedar fuera de la tesitura dominante. Insertarse en la prometida visión que aguarda al país obliga a ver hacia adelante, sin temores ni desviaciones que valgan. Este México, que ya cambió, no es ni será asequible a los timoratos, a los críticos que ven negruras donde, en efecto hay logros, claridades y movimiento. La voz que guía al conjunto de voluntades así lo ha proclamado repetidamente.

Todos los ciudadanos han sido convocados a sumarse a esta aventura cimentada, según reza la narrativa priísta, en realidades. La ruta hacia el progreso ha quedado establecida. Durante los casi dos años previos, el grupo gobernante ha logrado lo que parecía imposible: unificar contrarios, concitar a los distintos para embarcarse en una causa común, transformadora. Una corta pero esforzada historia de éxitos indiscutibles. Los logros están ahí y cualquiera que tenga buena disposición puede constatarlos. Las grandes reformas en marcha le han transfigurado el rostro a México. Éste ya no es más el país de la inacción, de la quietud, de las imposibilidades y las medianías. La rijosidad de clanes y grupos ha dado lugar a la colaboración partidaria. Los rivales distantes dejaron sus trincheras para defender, conjuntamente, lo que hará progresar a los mexicanos. Delante se abre un panorama de crecimiento y maduraciones aceleradas.

Para insertarse en este energético voluntarismo arriba descrito, hace falta, primero que todo, renunciar a cualquier impulso negativo. Más aún si esta actitud viene impregnada de dudas y cimentada en pasadas experiencias frustradas. No más retobos ni reclamos. Hay urgencia de conjugar datos duros con panoramas halagüeños, acompasar las promesas con hechos precisos, dar cabida a la disidencia y aceptar de ella su propuesta y verdad. Pero, sobre todo, no ningunear lo distinto con soberbia y desprecio. Para aliarse con las líneas marcadas por la incesante propaganda y los rumbosos actos desplegados desde el poder establecido, hay que hacerse una limpia de impurezas a la antigua usanza. Asistir a un proceso de renovación donde se pueda encontrar la ruta al éxito. Inscribirse en un curso de esos que, con tanta enjundia y certeras consejas imparte el señor Cornejo. Y, una vez que ya se lleva a cabalidad, levantarse cada día por la mañana con ese ánimo constructor, lleno de latidos triunfadores. Hay que acompasar, incluso rebasar, la marcha ascendente ya emprendida por la nación entera. Allá arriba, los líderes de esta tierra de bendiciones, han tañido las campanas de la resurrección.

El llamado es atractivo, desinteresado y de buena estrella. Que nada perturbe el destino que ya se vislumbra asequible, cercano. Hay que ponerse en movimiento junto con todos los demás. Desterrar viejas rutinas, liberarse de ataduras inmovilizadoras. No más enconos, no más furias y añoranzas de pasado. Ahora que ya se vive en democracia ir hacia delante es la consigna. Hay que construir, cada quien, su pedazo de presente. Para eso se hicieron las reformas, esas que se necesitaban tanto, las estructurales, las que México esperaba con ansias incontenibles.

La laboral que ya da pruebas de ir generando empleos bien pagados y en número suficiente como para ocupar a todos los solicitantes. Hacer caso omiso de esos infundados rumores, que atosigan a la población, con datos inventados de empleos perdidos (2 millones de los bien pagados, los de más de 5 salarios mínimos) en los años transcurridos desde su aprobación. La educativa que va preparando a los mexicanos para enfrentar los retos del progreso y el desarrollo con estudios de calidad y métodos probados en el occidente avanzado. No más escuelas sin pizarrones, sin agua corriente, sin luz o techos de asbesto. Ahora, se tendrán maestros de tiempo completo suficientes, bien remunerados, dispuestos a una continua revisión de sus capacidades y preparación. Gracias a la reforma en telecomunicaciones la competencia impondrá sus inapelables reglas de eficiencia y modernidad. No más cortes imprevistos de llamadas, costos impagables, tecnologías obsoletas o propuestas de ataduras indecorosas en sus programas a plazos. La inversión será condición básica de las mejoras continuas anunciadas por todos lados al disminuir la inseguridad, el plagio y la violencia. La reforma fiscal trabaja en pos de la igualdad y permitirá el acceso a bienes colectivos suficientes. En la radiodifusión cesarán los acuerdos duopólicos que se reparten usuarios y audiencias de manera cínica y despiadada. No habrá más dispendios de los haberes públicos para atolondrar votantes o para proyectar figuras públicas. La lucha contra la preponderancia que impera igualará, qué duda, a los ahora desiguales. La independencia energética del país quedará asegurada en cuanto desembarquen los esperados y salvadores capitales externos. Vendrán en tropel los que saben y auxiliarán a los mexicanos en la difícil tarea de extraer petróleo en cantidades nunca vistas. Cesarán los abusivos gasolinazos y el gas bajará de precio.

Al despertar del ensueño se recala, de sopetón, en el escepticismo que campea por toda esta rejega República de los mexicanos. El ánimo encendido, patriótico, positivo y ganador no se vislumbra ni en lontananza. No hay motivo para ello. Hay, eso sí, montones de palabras inconexas con los hechos, frases triunfales sin sustento, vacuas y anónimas. Una planta productiva que camina a tumbos y con pasmada lentitud. La intensa propaganda se esteriliza al chocar con la realidad, no penetra ni toca sensibilidades. Tampoco legitima posiciones, partidos, programas o gobiernos. Las furias populares siguen enderezadas contra el accionar del oficialismo. El abuso publicitario es apabullador y trabaja en sentido contrario a lo buscado. La figura presidencial se desgasta en proporción inversa a su cotidiana exposición en medios. Y un sordo, pero audible rumor se levanta, por lugares imprevistos, frente a la idílica versión de un México que ya cambió, que se mueve y se transforma.