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Campana con historia
C

omo cada año, mañana a las 11 de la noche en el balcón principal de Palacio Nacional, el Presidente dará el grito y a tañerá la Campana de Dolores, misma que tocó el cura Miguel Hidalgo en la histórica madrugada del 16 de septiembre de 1810.

Se comenta que la ceremonia se lleva a cabo la noche del 15 porque ese día era cumpleaños de Porfirio Díaz. La realidad es que desde décadas atrás el inicio de la Independencia comenzaba a festejarse por toda la ciudad a partir del día 15, con ceremonias en las plazas públicas, la gente adornaba sus casas, se leía poesía, había teatro y verbenas populares. En la Alameda se colocaba un estrado abierto al público; esta tribuna solía ser muy socorrida y muchos aprovechaban para expresar críticas y agravios.

La arenga que llamamos el grito seguida por el tañer de la campana se dice que se dio por vez primera en 1910, durante los festejos del Centenario de la Independencia.

Por su parte, el célebre esquilón tiene su historia: anteriormente ya había en ese mismo lugar una conocida como Campana del Reloj de Palacio, que en su parte baja, entre una doble orla, tenía la fecha de 1530. Fue fundida en España y colocada en la torre de una capilla, donde, cuenta la leyenda, tuvo la osadía de tocar sola, por lo que las autoridades le formaron proceso ordenando que se diera por nulo y de ningún valor el repique de dicha campana, que se le arrancase el badajo y que fuese desterrada, sentencia que fue cumplida y que condujo a la atrevida deslenguada hacia la Nueva España, a donde arribó en 1650.

Recién concluida una de las múltiples remodelaciones que ha tenido el ahora Palacio Nacional, el virrey Gaspar de la Cerda, conde de Galve, ordenó que fuese colocada en la parte central del citado edificio. Allí se conservó, sin badajo, hasta 1867, cuando fue removida y se fundió por órdenes de Benito Juárez.

En los inicios del año 1896 se hicieron las gestiones para que la campana que había tañido el cura Hidalgo, que se conservaba en el pueblo de Dolores, fuese trasladada a la ciudad de México con todos los honores. Previamente se había identificado plenamente el esquilón San Joseph, fundido el 28 de julio de 1768.

A su llegada a la capital permaneció depositada en el Museo de la Artillería hasta el 14 de septiembre, fecha en que fue conducida sobre un carro alegórico, custodiada por una columna militar, para ser colocada sobre el balcón central de Palacio Nacional.

En solemne ceremonia la recibió el presidente Porfirio Díaz, mientras soltaban al vuelo decenas de palomas blancas y varias bandas de música tocaban alegres piezas; entre otras, una marcha titulada La Campana de la Independencia, escrita especialmente para la ocasión por el excelente compositor Ernesto Elorduy.

Al día siguiente, el presidente la hizo sonar por vez primera en el Zócalo capitalino. Permaneció en ese sitio hasta 1926, cuando se inició la edificación de un tercer piso en el Palacio Nacional, bajo la dirección del arquitecto Augusto Petriccioli. Durante el tiempo que duró la construcción, la campana fue guardada en el cercano Museo Nacional, para volver después al lugar donde se conserva hasta nuestro días.

Y ahora vamos a agazajarnos con un platillo muy de estas fiestas: pozole. Un buen lugar para saborearlo es La Casa de Toño. Surgió en 1983 cuando un joven de ese nombre inició el negocio en el zaguán de la casa familiar, en la colonia Clavería. Las herramientas de trabajo eran un anafre, un comal y algunos guisos mexicanos que preparaban su madre y su abuela. Ahora tienen varias sucursales. Mi favorita es la que se encuentra en la calle Sabino 166, en Santa María la Ribera. Ocupa una bella casona del siglo XIX con balcones, patio, techos altos y hermosa herrería. Además del pozole que puede ir con carne de puerco, ya sea maciza, surtida, cabeza, o con pollo, hay ricos antojitos: quesadillas, sopes, tostadas y sus famosos tacos de cochinita. De postre: el flan de la abuela.