Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 21 de septiembre de 2014 Num: 1020

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Cartas de Juan
de la Cabada a
José Mancisidor

Las Crónicas
parisienses
de
Alfonso Reyes

Vilma Fuentes

Martín Chambi, un
fotógrafo fundamental

Hugo José Suárez

Homenaje póstumo

Nicanor Parra,
un siglo de humor

José Ángel Leyva

¿Quién le teme a
Sigmund Freud?

Antonio Valle

Con ustedes,
los Rolling Stones...

Juan Puga

Leer

Columnas:
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Alonso Arreola
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Cabezalcubo
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Alonso Arreola
Twitter: @LabAlonso

Cerati en el Séptimo Día

Sí, ahora recuerdo bien aquella fila. Ya investigué y mi hermano tenía razón: sucedió el 15 de noviembre de 1987, día de mi primer concierto “internacional”. Acababa de cumplir trece años. Fue en el salón Terraza Jardín del Hotel Crown Plaza de Ciudad de México. Formados con algunos amigos, escuchábamos atentamente los acordes de “El cuerpo del delito”. (Por esos tiempos comenzaba mi relación con el bajo eléctrico.) La línea de slap que tocaba Zeta Bosio nos impresionó. El sonido de la batería y los teclados –a cargo de Charly Alberti y Daniel Melero–, también. De Gustavo Cerati sólo se escuchaba la guitarra, no la voz. Seguían probando sonido mientras la gente se agolpaba en la entrada. Era el debut de Soda Stereo en México, una suerte de cena show privado al que terminamos colándonos gracias a la mamá de un conocido.

Mucho se hablaba en la radio y la televisión sobre este nuevo grupo montado en la ola del “Rock en tu Idioma”, etiqueta con la que varios sellos discográficos –principalmente bmg Ariola– consiguieron hacer negocio apoyando, insólito para entonces, a artistas hispanos de rock. Así, bandas mexicanas como Caifanes, Neón, Bon y los Enemigos del Silencio, Maldita Vecindad, Los Amantes de Lola, Kenny y los Eléctricos y Rostros Ocultos se sumaron a un movimiento liderado por grupos españoles (salían de una dictadura) como La Unión, Radio Futura, Los Toreros Muertos, Danza Invisible, Alaska y Dinarama, Hombres G, Nacha Pop y Duncan Dhu, así como por algunos argentinos (salían de otra dictadura): GIT, Miguel Mateos y Enanitos Verdes, entre otros. De todos, sin embargo, quienes más nos sorprendieron fueron tres músicos de Buenos Aires que unificaron como nadie el ánimo general de entonces. Sí, los de Soda Stereo.

Dicho esto, despreocúpese la lectora, el lector del Séptimo Día. No me perderé en biografías ni en bagatelas personales. Sirva la introducción para establecer –sí, en primera persona del singular, lo siento de verdad– lo que este conjunto en general y Cerati en particular significaron en mi vida y en la de tantos melómanos que vimos en ellos la posibilidad de una escena que reflejara nuestra narrativa cotidiana con la energía y el glamur del rock, pero también con una inteligencia y un oficio ignotos para nosotros.

Sí, Gustavo Cerati era un gran cantante e intérprete, un virtuoso de la guitarra y, además, un magnífico letrista. Sea en sus siete discos con Soda o con los cinco que hizo en solitario, las joyas de su imaginación fueron constantes. Pienso ahora en piezas como “Ella uso mi cabeza como un revólver”. Homenaje a la etapa psicodélica de Los Beatles en sus arreglos de cuerdas y en su nombre (de allí la palabra revólver), dedicada a su adicción a la cocaína a través de una alegoría engañosa que parece contar una relación amorosa y enfermiza (“no creerías las cosas que he hecho por ella”). Pienso en la sofisticación de armonías como la de “Hombre al agua”, crónica de un suicidio que representa la fidelidad hacia el destino por encima del cómodo pasado, cuando la tonalidad de Mi Menor pertenece lo mismo al relativo Re Mayor (verso) que al relativo Sol Mayor (coro). Pienso en “El séptimo día”, construida en compás de 7/8 para enfatizar las penurias del domingo a la luz de referencias bíblicas y científicas. Claro, pienso en “Té para tres”, esa mesa en la que junto a su madre recuerda a su padre y alrededor de la cual ejecutó uno de sus mejores solos guitarrísticos (Confort y música para volar).

Pienso en “Corazón delator” con la Orquesta Sinfónica de Buenos Aires en el Teatro Colón, parte de los Once episodios sinfónicos: “Ella parece sospechar, parece descubrir en mi debilidad los vestigios de una hoguera.” Pienso en la fuerza distorsionada de “En remolinos”: “Florecer mirándome a los ojos, perfección.” Pienso en los riffs de “Juegos de seducción” y “De música ligera”. Pienso en “Avenida Alcorta” y “Bocanada”. Pienso en todo esto y siento un vacío peculiar en el que ese niño de trece años, haciendo fila para su primer concierto “internacional”, se queda un tanto huérfano.

Ese niño, detenido por siempre en el cuadrito de un calendario, aún no sabe lo que pasará ni cómo lo impresionarán aquellos peinados y esa furia elegante. No sabe cómo es que se decidirá su propio rumbo en las siguientes horas. Yo, que escribo esto acercándome a los cuarenta, ya sé lo que pasará: ese niño se hará músico profesional a los dieciséis y Cerati morirá a los cincuenta y cinco, luego de irse desvaneciendo en una cama de hospital. Ese niño le estará agradecido por siempre. Ese niño está por terminar una columna dominical para tocar su bajo en alguna ciudad furiosa. Buen domingo. Buena semana. Buen camino, Gustavo.