Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 28 de septiembre de 2014 Num: 1021

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Brecht y Grass, la naturaleza de la destructividad

Coriolano II, de Bertolt Brecht, bajo la dirección de Alberto Villareal, es un trabajo de extrema vitalidad y humor. Si la traducción de Otto Minera apuesta por un lenguaje contemporáneo, la visión del director permite atravesar el texto con una enorme cantidad de guiños y juegos de lenguaje que trascienden la experiencia actoral y coreográfica.

Sin precisiones de Villareal en el programa de mano, en la sombra discursiva teje una visión intertextual de enorme riqueza en torno a la puesta en escena, sin perder el hilo anecdótico ni tropezarse en la gran cantidad de transiciones y cuadros que constituyen y estructuran la puesta.

Veintiún actores multiplican personajes y muestran el compromiso de una Compañía Nacional de Teatro volcada a constituir un repertorio exigente, de largo aliento y que da un rostro a esta especie de edición entre lo clásico y lo contemporáneo, entre lo mexicano y lo universal.

Villareal actualiza de tal modo el texto de Brecht que lo reconocible es ese mundo nauseabundo de tribus, mafias, ambiciones y corporativismos repulsivos que vemos desfilar diariamente en los noticieros. Sin embargo, la visión de Villareal no reclama la noticia de primera plana ni tiene una ambición noticiosa. Es el escándalo amarillista de todos los días, pero la visión es la de una lupa, donde distintas expresiones del psiquismo conforman el material del personaje y de lo grupal.


Foto Sergio Carreón/CNT

El trabajo de Jorge Ballina (en las tres puestas) se integra a un conjunto de expresiones de las que forman parte Matías Gorlero, con una iluminación que recorta y amplifica los encuentros que brillan con el vestuario de Jerildy Bosch y los peinados y el maquillaje de Amanda Schmelz, que elaboran unos personajes de dimensión onírica que bien podrían colocarse en cualquiera de nuestras geografías signadas por la violencia: de Oaxaca a Guerrero, pasando por Tamaulipas y Apatzingán, hasta Ciudad Juárez y Los Mochis. Sucede algo similar a lo que se ve en el teatro de Luis Valdés y sus derivados.

La dirección se concentra en el actor pero también en el conjunto. El emplazamiento escénico explora la simultaneidad, lo contiguo, la oposición. Villareal explota el enorme talento de un conjunto sobresaliente de actores, aunque hay algunos altibajos sobre todo en la memorización del texto (sin embargo podría tomarse como un lapsus prefreudiano). Enrique Arreola tiene una presencia que no decae; el memorable Menenio de Oscar Narváez, en mancuerna con Paulina Treviño (en sus cinco estupendos roles), logra con Luis Rábago, Diego Jáuregui y Juan Carlos Remolina un contrapunto de gran plasticidad emocional y escénica.

Pocos montajes hay donde el traductor tenga tanta presencia como la de Otto Minera, quien realizó, con el apoyo del Fonca, la meritoria traducción que propuso a la CNT y que no pudo tener mejor puerto que esta trilogía sostenida por la experiencia de tres directores tan solventes como distintos.Es lamentable que de las tres traducciones sólo se publique la que corresponde a la obra de Shakespeare, pues hubiera sido un gran aporte para el lector contemporáneo poder comparar las tres apuestas en lo literario y lo histórico.

Coriolano III o los plebeyos ensayan la insurrección, de Günter Grass, dirigido por Martín Acosta, también logra una autonomía en relación con el conjunto que forma la trilogía. Tal vez más brechtiana esta puesta que la de Villareal, posee una plasticidad que llega a un extremo fotográfico y pictórico. Una visión exquisita entre el colectivo y el sujeto, que no es ajena a la perspectiva estética de Martín Acosta.

Hay una visión necesariamente reconstructiva, comparativa, que somete las ideas y el texto a consideraciones que cruzan la historia de una idea que encuentra salida en la escena. Es una idea sobre la política y la ética, sobre el mundo de lo colectivo que se traga al sujeto, aunque el inmolado reconozca lo absurdo de su muerte a manos precisamente de quienes defendió y representó en su momento.

No se puede separar el texto de Günter Grass del hecho de que, en 1953, mientras Bertolt Brecht dirige un ensayo de la obra de William Shakespeare, Coriolano, en la calle se gesta un estallido social frente al que Brecht asume una posición ambigua. Esto provoca la escritura crítica de una obra en torno  al silencio, y esta reflexión tan característica del polémico Günter Grass sobre el papel del intelectual que, en su claroscuro, tanto se parece a los nuestros.

Ambos Coriolanos estarán en el Jiménez Rueda en septiembre y noviembre. Guanajuato recibe el de David Olguín.