Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 28 de septiembre de 2014 Num: 1021

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Difícil no me es...
Ricardo Yáñez

Nuno Júdice,
a pedra do poema

Juan Manuel Roca

Laguna larga
Gaspar Aguilera Díaz

La sátira política:
actualidad de
Aristófanes

Fernando Nieto Mesa

László Passuth,
el cronista insólito

Edith Muharay M.

El ALMA sonora
del Universo

Norma Ávila Jiménez

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Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
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De Paso
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Bemol Sostenido
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Las Rayas de la Cebra
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Enrique López Aguilar
Cinexcusas
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Luis Tovar
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(¿Nuevo?) realismo mexicano

Suele decirse, y para infortunio colectivo con toda la razón, que para un político no hay peor enemigo que esa cosa llamada “realidad”. Entre miles de ejemplos, van sólo dos: el actual titular del Ejecutivo recibió el changarro nacional con una tasa de desempleo de 5.12 por ciento de la población económicamente activa, y aunque firmó “ante notario” su promesa de generar empleos, en menos de dos años la cifra ya aumentó a 5.18. El otro ejemplo no se basa en cifras sino en regiones y nombres: dice la terca realidad que Michoacán significa la Tuta, que Tamaulipas –y Sonora, Sinaloa, Chihuahua, Durango…–quiere decir “tierra de nadie”, y que “inseguridad” –así como “impunidad” y “orfandad”, entre muchas desgracias más– significa “normalidad mexicana”.

Lo que no suele decirse sino más bien verse, obviamente en pantalla de gran formato, es que cierto cine mexicano pareciera compartir enemigo con la impresentable clase política: para evitarse complicaciones, de la realidad toma solamente aquello que le viene bien para que su discurso no tropiece aunque, al proceder así, cometa dos pifias insalvables: una, que por la vía del soslayo tergiversa, quiera o no, la realidad de lo real; y dos, que dicho trastocamiento de esa realidad real en la que inserta su historia de ficción vuelve a ésta un ejercicio narrativo tan desasido de cualquier referente de verdad, que a final de cuentas resulta deleznable –igualito que en política, por cierto.

La nueva realidad, tan vieja

Desde luego, no es cosa de solicitarle al olmo las peras que no ha de dar jamás –absurdo hubiera sido, verbigracia, pedirle ya no se diga realismo sino al menos verosimilitud a Eugenio Derbez, en lugar de su colección de complacencias bobas–, ni de exigir en cada filme un aire de neo cinema veritá o cosa parecida –por más que algo aproximado pueda verse, por ejemplo, en Heli y en La jaula de oro, por citar dos muy recientes– pero, como es de sobra conocido, hasta la más desaforada de las historias de ficción tiene depositada en buena medida su eficacia ya sea en el carácter de espejo inherente a las alegorías, las metáforas o las parábolas, ya sea en sus cualidades contrastantes: reverso de la realidad que ilustra, gritándolo casi, un anverso deseable por inexistente.

En el medio, filo muchas veces muy delgado, entre la fantasía absoluta y el retrato que se quiere fiel de un contexto, un tiempo y un entorno, transitan filmes como Viento aparte (México, 2013), tercer largometraje de ficción de Alejandro Gerber, que antes entregara las interesantes –aunque no tan logradas como ésta– Vaho (2009) y Peatonal, así como su ópera prima documental, la estupenda Onces (2002).

Lo que uno termina queriendo saber, cuando los personajes de la cinta concluyen su periplo dilatado, es quién puede ser el desquiciado Dédalo que construyó este laberinto que llamamos México contemporáneo, hecho de muros contrapuestos –contrahechos– como los que se citan en el primer párrafo de estas líneas: la gente empobrecida a fuerza de promesas vanas; bloqueos en carreteras en demanda de solución a problemas que nadie quiere remediar; retenes militares en los que jamás ha caído ni caerá narcotraficante alguno sino, por cierto, población civil que no sabe a quién temerle más, si a los uniformados que pueden rafaguear al que no obedezca, o a los desuniformados que cuelgan en un puente el cuerpo de alguien para siempre anónimo, como podría uno mismo acabar si no corre con la suerte de encontrarse, como los adolescentes protagonistas de este Viento aparte, con el otro rostro mexicano, Ícaro improbable que aparece de repente para prestar sus alas, aquí encarnado al menos en dos presencias azarosas: primero un habitante del desierto que los ayuda porque sí en su traslado, digamos que del mismo modo en que otros matan porque sí, roban porque sí, contaminan porque sí, porque se puede simplemente; después un chilango autoexiliado que escapaba de sí mismo y de algún modo vuelve a ver su imagen en esos dos menores de edad que llevan recorrido medio país tratando de volver a casa.

En el borde mismo de la realidad y, quizá sólo por momentos violentando las posibilidades reales de que lo contado en efecto pudiera suceder así, tal cual como se ve, a Viento aparte le favorece la vocación realista de su director, guionista y productor, todos el mismo Gerber, y se inscribe en esa línea que se apunta más arriba: la de un cine consciente de que la realidad no desaparecerá por la sencilla razón de que alguien no la filme o, peor, la niegue o tergiverse.