Opinión
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Tiempo de Blues

A propósito del 2 de octubre

Primera llamada

H

an pasado tantos años que los recuerdos frágiles parecen cuadros congelados de una película de mi primera experiencia con la represión. Tenía tan sólo 11 años de edad y obviamente desconocía su significado, pero lo que vi y viví quedó marcado en la memoria. Por diversas causas esa experiencia se iba a repetir a lo largo de toda mi vida, misma que ha transcurrido en la ciudad de México.

En esa época era costumbre ir al Centro para comprarnos ropa, ahí estaban los grandes almacenes: el Palacio de Hierro, La Francia Marítima, el Puerto de Veracruz, el Centro Mercantil y varios más. No podría haber escogido peor día mi madre para comprarme unos choclos en una zapatería que se encontraba frente a la Alameda Central, en avenida Juárez. Al llegar se respiraba un ambiente extraño y siento cuando mi madre me toma la mano con firmeza y apresura el paso. Al llegar a la avenida Juárez vimos frente a Bellas Artes y San Juan de Letrán (hoy eje Lázaro Cárdenas) granaderos y a la policía montada.

Presurosos entramos a la zapatería y el dueño, lo recuerdo bien, canoso y con tirantes le dice: Pase, pase señora. Ella dice rápido que necesitaba unos choclos para mí, y entre platicar con él y la empleada en buscar número y color en la bodega, afuera se escuchaba un rumor extraño que va creciendo en volumen. La empleada llega con el calzado y me prueba uno a ver cómo me quedaba, mientras tanto el alboroto aumentaba y con el zapato nuevo me pide caminar para ver cómo lo siento y aprovecho para ver qué pasaba.

A la izquierda, a la altura del Hemiciclo a Juárez, estaba una multitud gritando y con mantas pintadas alzaban el puño coreando frases al unísono, cuando de repente se oye una corneta que los montados a caballo obedecen, parecía una escena de película y no de algo real. Mi madre me jala del brazo y me mete en la zapatería mientras el dueño y las empleadas bajan la cortina de metal, pero que permite ver hacia afuera por los barrotes transversales. En ese momento la policía montada carga a galope y blandiendo sables atacan a los manifestantes.

Segunda llamada

La imagen se me grabó: por la derecha la carga de caballería y a mi izquierda una mujer humilde con un niño en brazos, veo aterrorizado cómo ante el golpe del sable, la señora con todo y niño cae al suelo, todo es confusión, gritos, más órdenes y los granaderos corriendo y golpeando a los manifestantes; empieza a entrar un olor desagradable e irritante y dice el señor de tirantes que son gases lacrimógenos, en ese momento el dueño nos pasa a la bodega de la zapatería y cierra la puerta, adentro estábamos las empleadas, mi madre y yo.

Yo tan sólo miraba a las mujeres llorando, temblando y rezando y al mismo tiempo estaba fascinado dentro de la bodega llena de anaqueles y cientos de cajas. No sé cuánto tiempo permanecimos en la bodega con mi madre abrazándome. Una de las empleadas moja un trapo y nos lo da para cubrirnos la cara. El dueño abre la puerta y nos dice casi gritando que saliéramos rápido. Afuera todo es confusión y gritos, las corretizas de los granaderos empujan a la multitud hacia Reforma. Corriendo para el otro lado nos fuimos a tomar el tranvía, de ésos que hace décadas desaparecieron del paisaje urbano de la ciudad, corriendo llegamos para abordarlo agotados y con los ojos irritados.

Ya sentados en el tranvía mi madre exclama: ¡Ay hijo, tu zapato! Hasta entonces me di cuenta que traía el zapato nuevo que me estaba probando y el viejo con el que llegué. Hasta aquí podría ser una crónica en cualquier ciudad de este mundo, pero no, fue aquí, en estas calles por las que hemos pisado, caminando y corriendo, cientos, miles, millones de personas en un enorme y prolongado grito inútil, pues lo que se ha logrado con esas marchas y manifestaciones ha sido poco, no hemos derrocado a ningún Presidente ni a ningún secretario de Estado, vamos, ni a un jefe de Policía o a un director o jefe de Departamento alguno, a nadie pues.

Tercera llamada

Muchos años después le pregunté a mi madre sobre ese suceso y sorprendida me contestó: ¿Te acuerdas todavía? Decidí entonces buscar lo que aconteció en esa fecha y mi sorpresa fue mayúscula. Por tanto no escribo más, tan sólo transcribo lo poco que encontré en la prensa (para la que fue casi inexistente lo que aconteció ese lunes 8 de julio de 1952.) Los hechos arri- ba narrados sucedieron en las elecciones presidenciales cuando compitieron Adolfo Ruiz Cortines, candidato del PRI; Miguel Henríquez Guzmán, por la Federación de Partidos del Pueblo (FPP); Vicente Lombardo Toledano, por el Partido Popular, y Efraín González Luna, por el PAN.

La única nota que encontré fue la de José Agustín publicada en su libro Tragicomedia mexicana, Editorial Planeta (1990), página 114:

“Como de costumbre, todo estaba preparado para que Ruiz Cortines y el PRI resultaran ganadores ‘en cualquier circunstancia’. Al final de la jornada el PRI proclamo su victoria casi absoluta. La FPP denunció que había tenido lugar un gran fraude electoral.

Al día siguiente los henriquistas llevaron a cabo un gran mitin en la Alameda Central para festejar su victoria. A éste concurrieron cívicamente la policía y el ejército que reprimieron con brutalidad a los opositores. Golpearon a todos, hubo varios muertos, decenas de heridos y se arrestó a 500 manifestantes. La prensa como era usual, no informó nada de esto.

Todo aconteció en el sexenio de Miguel Alemán, considerado como uno de los más corruptos.

Nota: El PRI ganó con el 74.31 por ciento de los votos.

Querido tocayo, donde quiera que te encuentres: ¿Una vez más aparecerán (de no sé dónde) los auto llamados anarquistas para infiltrarse en la manifestación (una más) del 2 de octubre?

In memoriam de Raúl Álvarez Garín