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Argentina: ¿capitalismo sin reglas o reglas al capital?
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a súbita muerte de Néstor Kirchner jugó un rol contundente en los comicios presidenciales de octubre de 2011, cuando Cristina Fernández (CFK) fue relegida con más de 54 por ciento de los votos. Fuerza de masas que le permitió conjurar el duelo por su compañero de luchas, redoblando el compromiso de ambos en 2003: colocar el trabajo y la producción en el epicentro de la economía, inclusión y fuerte desarrollo social con intervención del Estado, mayor democratización de la sociedad, consolidación de las nociones de justicia y equidad.

El reconocimiento de millones de argentinos humildes a los K fue algo más que mero sentimiento populista. En un contexto de sostenido y ostensible crecimiento económico (7.7 por ciento promedio desde 2003), habían repuntado el consumo y el empleo. En 2010 la participación de los trabajadores en el PIB superó 51 por ciento, indicador similar al segundo gobierno de Perón (1954).

Alejándose progresiva y sostenidamente del mito neoliberal (¡la magia del mercado!), la reindustrialización bajó la desocupación a 7.3 por ciento. Y a diferencia de los países que en la subregión reprimarizaban sus economías, Argentina empezó a levantarse con recursos propios, sin recurrir al endeudamiento y el llamado mercado de capitales. En 2010 las exportaciones industriales superaron a las primarias. Sectores como el automotor, por ejemplo, que en 2003 habían vendido apenas 83 mil vehículos, multiplicaron por 10 sus ventas.

Simultáneamente, las leyes para regular la medicina prepagada y la venta de tierra a los capitales extranjeros, el nuevo régimen del trabajador rural y la restatización de Aerolíneas Argentinas acompañaron el crecimiento de la matrícula en las escuelas de enseñanza privada y el turismo nacional y extranjero. Y el Estado, que para la derecha neoliberal y la izquierda autorreferencial era el problema, empezó a ser la solución.

Solución no total, claro está, pues siempre había sido más rápido y eficiente destruir que reconstruir un país saqueado, desesperanzado, y… sin Estado. Por consiguiente, tiene lógica que 2011 haya sido el año en que el capitalismo globalizador y excluyente (junto con el terrorismo mediático de sus agentes nativos) soltara sus aves de rapiña sobre la inseguridad jurídica, la corrupción, el “despotismo de los K”.

En el discurso de posesión, CFK recordó que su gobierno había soportado cinco corridas bancarias que las corporaciones hicieron creyendo que este gobierno iba a ceder. Cristina remató: Que se den por notificados: yo no soy la presidente de las corporaciones.

Al año siguiente, la apuesta se triplicó: 1) restatización de la legendaria empresa Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF, rescatándola del buitre Repsol, grupo que venía desabasteciendo al país empleando sus ganancias para expandirse en otras partes del mundo); 2) reforma a la carta orgánica del Banco Central de la República Argentina (BCRA) para controlar la inflación, contribuir a la estabilidad financiera y el desarrollo económico; 3) regulación del mercado de cambios y el de capitales, para que el Estado no fuera burlado por algunas empresas que recibían préstamos para inversión y disponían de estos montos para comprar divisas.

Los buitres nativos y extranjeros chillaron: ¡el BCRA es independiente! Claro que sí: independiente del gobierno… y dependiente del mercado. Entonces, Cristina manifestó: Los que durante dos veces en la corta historia de la democracia rifaron las reservas del país y nos dejaron al borde de la disolución nacional se han erigido hoy en los defensores de las reservas. Pugna distributiva que las izquierdas sin pueblo calificaron de luchas interburguesas y que al gobierno garantizaba la inclusión social en un proceso de liberación nacional con democracia.

Fuera de la treintena de universidades, en 10 años de kirchnerismo se inauguraron mil 580 escuelas y hay otras 500 en construcción. En los 35 anteriores habíanse construido 427 escuelas, de las cuales siete en el gobierno de Carlos Menem y ninguna en la del patético Fernando de la Rúa. Si en 2003 Argentina destinaba 5 por ciento del PIB a la deuda externa y 3.68 a la educación, 10 años después gastaba 2.19 del PIB a la deuda y 6.5 por ciento lo invertía en educación.

Por otro lado, la prohibición de comprar divisas (medida que luego se flexibilizó) fue un modo de poner en su lugar a los que podían hacerlo, porque en el periodo 2007-2011 Argentina había sufrido la mayor fuga de capitales de su historia (80 mil millones de dólares), cifra que en 2012 se duplicó. Gran parte de ese dinero, en los llamados paraísos fiscales. Dato para los expertos en antropología, sociología y sicología profunda: en aquel año, la relación dólar por habitante fue de dos mil en Argentina, y en Brasil… seis.

Restan logros para inventariar y mucho más por emprender. Pero con lo expuesto se podrá entender, con mayor precisión, por qué Argentina devino en mal ejemplo para el capitalismo salvaje y en ejemplo de lo que se puede hacer cuando en un país hay voluntad política y firmes anhelos de transformación social.