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Al considerar que fracasó el plan de pacificación, ocupan inmuebles de narcos

Autodefensas de Michoacán se reorganizan; el gobierno es traicionero, no nos cumplió

Los templarios están cerca, así que la gente no se desarmará, aunque amenacen con encarcelarla

Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 5 de octubre de 2014, p. 13

Coahuayana, Mich.

Los grupos de autodefensas legítimas han ido incautando en esta zona costera propiedades pertenecientes a presuntos miembros de Los caballeros templarios, para convertirlos en inmuebles de carácter social en beneficio de comunidades locales.

No son Robin Hood, pero sus planes de convertir estas ostentosas mansiones en bibliotecas, centros juveniles o asilos sitúan a las autodefensas michoacanas muy cerca del arquetípico héroe forajido inglés del folclore medieval.

La estructura financiera de los templarios en esta zona sigue intacta, y apenas hace unos días la Procuraduría General de Justicia de Michoacán confiscó en Tumbiscatío tres inmuebles de Servando Gómez, La Tuta.

Las autodefensas de esta zona costera michoacana se reorganizan, porque consideran un fracaso el plan de pacificación del comisionado para la seguridad en la entidad, Alfredo Castillo, quien ha amenazado con arrestar a los civiles armados. Una advertencia que aquí no ha surtido un efecto disuasorio.

En mayo pasado, antes del límite para el desarme, los civiles en este pueblo hicieron todo lo que les indicó el gobierno: se inscribieron como policías rurales, fueron a los cursos de capacitación y esperaron durante meses la llegada de uniformes, armas y camionetas. Ninguna estructura fue creada para convertirlos en una verdadera policía. Finalmente han comprobado que la llamada Fuerza Rural es un fiasco.

“El gobierno es traicionero, no cumple. ¿Cuántos acuerdos hizo Castillo y no nos ha cumplido ninguno? Dijo que iba a liberar a todos los autodefensas presos en las cárceles, y no cumplió. Ahora está peor, con más de 300 presos. Dijo que iba a detener a La Tuta y los jefes de plaza de los municipio, y tampoco cumplió. ¿Por qué nosotros tenemos que cumplir?

A nosotros nos dijeron que iba a ser un cambio de camiseta, no un cambio de cerebro. Seguimos siendo autodefensas, dice en entrevista con La Jornada Héctor Zepeda Navarrete, jefe de los grupos armados.

Con apenas una docena de uniformes, sin vehículos y lo que es peor, sin sueldo, Castillo les envió a un director de Seguridad Pública. Lo rechazaron inmediatamente: “Nos mandaron un cabrón que se llama Ismael López Flores, un policía estatal de aquí que andaba con los malandros, era templario. Y nos lo querían imponer de jefe con cinco comandantes. Estoy seguro que ya le había hablado a Carmelo Vargas Nuñez (antiguo jefe de esta plaza). Era una cochinada, y no la permitimos. Venían otra vez a agarrar billetes. Los corrimos a la chingada”, dice con orgullo.

Cuando este pueblo productor de plátanos, con litoral en el océano Pacífico, se convirtió en el objeto del deseo de narcotraficantes y funcionarios, por la entrada y salida marítima del tráfico de drogas, armas y hierro, empezaron a aparecer entre las humildes casitas y las calles sin asfaltar, residencias y palacetes de los dueños de la plaza.

Todo mundo sabía dónde vivían los jefes que controlaban la policía local y otras autoridades; todo mundo sabía quiénes operaban las actividades ilícitas, desde el cobro de piso, los rescates por los secuestros y las ejecuciones, pero nadie hacía nada. Así aguantaron entre ocho y 10 años, hasta que el pueblo decidió levantarse en armas hace nueve meses, después del asesinato de Julio Zepeda Navarrete, un vecino ejemplar muy querido por todos, que había sido amenazado y extorsionado en su taller mecánico y refaccionaria.

Fue la gota que derramó el vaso. Aquel 13 de enero del presente año, el alzamiento armado de hombres y mujeres fue inmediato. Los primeros que salieron corriendo fueron los templarios. Escaparon con lo puesto. En el interior de sus casas, la mayoría aún amuebladas, con dudoso gusto, queda el rastro de la prisas, el caos provocado por la escapada. Los escondites donde guardaban la droga o el botín de los atracos han quedado al descubierto. Paredes falsas, subterráneos, cajas fuertes abiertas, cuevas, túneles, criptas y bóvedas en lugares inusitados.

De las nueve casas incautadas, más de la mitad pertenecen a la familia Vargas Núñez. Los tres hermanos Carmelo, Onorio y Julio pertenecen al cártel de Los caballeros templarios y luego de salir huyendo, se refugiaron en Colima, aunque siguen rondando el pueblo.

Carmelo Vargas Núñez, alias El Siete, controlaba esta región. Vivía en una suntuosa residencia. El lugar está abandonado. Hay restos de una cascada artificial y una piscina sucia con gallinas ahogadas. El jardín lleno de palmeras luce descuidado. En el interior hay paredes cubiertas de madera con una escalera de caracol. Abundan los espejos en la habitación principal. Casi toda la casa está vacía y cubierta de una gruesa capa de polvo. La cochera tiene ganchos y ropa tirada. Hace unos meses los aires acondicionados fueron donados a las escuelas.

Mansiones para el pueblo

En esta peculiar redistribución de la riqueza mal habida de los narcos, las autodefensas decidieron establecer su cuartel central en la residencia de Julio Núñez Mendoza, padre de El Siete. El inmueble, de 375 metros cuadrados, está ubicado en la avenida Rayón, sector cuatro, manzana dos. En los cuartos de la parte trasera hay colchones en el suelo. Ahora son los dormitorios de la tropa, que también usan una hamaca colgada en el porche. La cocina está en el patio y una mujer prepara el desayuno. Las gallinas cacarean y se pasean libremente por el lugar.

Estas lacras pensaban que iban a estar aquí toda su perra vida, pero se equivocaron. Aquí ya se acabó el tiempo de las pinches plazas. Este es nuestro pueblo, y lo vamos a seguir defendiendo, dice Zepeda Navarrete, hermano de Julio, asesinado en enero pasado por los templarios.

Una veintena de hombres armados con AR-15 y AK-47 lo cubren, mientras hace un recorrido por las nueve propiedades incautadas para fines sociales. Viste pantalón de mezclilla, chaleco antibalas y usa gorra. Lleva una pistola escuadra nueve milímetros a la cintura, con empuñadura de plata, y un cuerno de chivo al hombro: Les quitamos todas las propiedades. Queremos hacer un asilo, una casa de la cultura, una biblioteca, un kínder... todo lo que ocupe el pueblo; esas propiedades no son de nosotros, son del pueblo. Es lo más justo.

Tres casas están a nombre de Carmelo Vargas Núñez, una ubicada en el Fraccionamiento La Guadalupana, la otra en la calle Corregidora, sector cuatro, manzana ocho, y la tercera en la calle Aldama, sin número. Otras dos son de su hermano Onorio. La casa ubicada en la calle Alvaro Obregón pertenece a Gerardo Cobarruvias Landín, El Negro, jefe de sicarios de la zona, quien luego de huir fue detenido por la Procuraduría General de la República en Colima, en febrero pasado. Otros dos inmuebles son de sus presuntos lugartenientes, Porfirio Martínez Reyes y Hugo Barriga Acevedo, el primero en la calle Aquiles Serdán y el otro en la calle Belisario Domínguez.

La lucha sigue

Las autodefensas que han limpiado este pueblo de malandros son leales al doctor José Manuel Mireles, y han decidido reorganizarse. Solamente 47 de ellos están registrados como policías rurales: La mitad quedó fuera. ¿Qué hago con el resto? Ellos han andado en la lucha desde el principio y por eso siguen y van a seguir. Nosotros nos hemos humillado y hemos aguantado todo con tal de darle seguridad a nuestras familias, y el gobierno siempre nos ha querido pisar y pisar. No nos vamos a dejar, dice el líder.

La mayoría de ellos utiliza sus propios vehículos para patrullar el municipio. La frontera con Colima está a unos kilómetros, y el riesgo es latente, por eso no están dispuestos a desarmarse: “Los templarios están a la vueltita. Tenemos que darle protección a nuestras familias y al pueblo, aunque Castillo amenace con encarcelarnos”.

Zepeda Navarrete es un hombre de 44 años curtido por la vida. Fue testigo de la ejecución de su hermano hace nueve meses. Intentó defenderlo. Siente la culpa como una losa.Y desde entonces se comprometió a defender no sólo a su familia, sino al pueblo donde nació. Es un pacto de sangre. La foto de Julio, colocada a la entrada de la casa materna, se lo recuerda.

Se encamina rumbo a la playa para el rondín diario en lancha. Recorre el pantano en busca de cocodrilos, que acaban de atacar a un pescador, aunque le preocupan más los humanos depredadores que los reptiles. Los templarios lo siguen amenazando, le han puesto precio a su cabeza; el gobierno lo tiene en la mira: “No tengo miedo de morir. Ya estoy preparado para eso.

El día que me maten no me voy a llevar nada, pero por lo menos la gente hablará bien de mí. A mí me mataron un hermano, yo no me voy a vender por un sueldo. No tengo precio, concluye Zepeda Navarrete.