Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 5 de octubre de 2014 Num: 1022

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El alimento: la liga del
migrante con su origen

Felipe González

Tamales cotidianos
y de fiesta

Daniel Becerra, Ruth Juárez
y Aleyda Aguirre

Las alumbradas, una
tradición subvertida
por la violencia

José A. Campos

Lo único que me pueden quitar es la vida
María Bravo

Las panochas calentanas
Raquel Rodríguez Estrada

Un guisandero apreciado

Tierra Caliente:
identidad y arte culinario

Aleyda Aguirre Rodríguez

Sangre de iguana
para vivir más años

Las cifras de la guerra

La danza de los viejitos:
resistencia y dignidad

Margarita Godínez

Leer

Columnas:
Galería
Ricardo Guzmán Wolffer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 
 

Hugo Gutiérrez Vega

Notas sobre la historia de la prensa (IV Y ÚLTIMA)

A fines del siglo XIX, Alfred Harmsworth, que en 1905 fue nombrado lord Northcliffe, sacudió a la opinión pública inglesa con sus tácticas financieras y periodísticas de inspiración estadunidense. Fundó el Evening News y, más tarde, el Daily Mail y, con sus métodos audaces y burdos, propios de un Tycoon neoyorquino, organizó un estrecho cerco a las murallas del Times. Los periodistas del viejo órgano de la opinión pública tradicional resistieron el embate por varios años, pero Northcliffe, mediante maniobras financieras y aprovechándose de la debilidad del nuevo propietario, Walter III, logró que la fortaleza se rindiera y entró en el patio de ceremonias, a tambor batiente y títulos financieros desplegados, en 1905.

En el siglo XIX la competencia comercial entre los periódicos de Estados Unidos tuvo rasgos de ferocidad. En 1835, The Sun había alcanzado ya una cifra de producción que rebasaba los 20 mil ejemplares (The Times, de Londres, tiraba 17 mil) y el New York Herald costaba solamente un centavo. Su director, Bennet, no tenía mayores limitaciones morales y consideraba que su periódico debía dar prioridad a las noticias escandalosas “aunque fuese necesario inventarlas”. En contraste, Horace Greely, director del New York Tribune, estableció su trabajo periodístico sobre premisas diametralmente opuestas. Greely se inclinó por la publicación de noticias y de comentarios políticos de carácter crítico, y nunca permitió que el espacio dedicado a los anuncios fuese mayor al ocupado por las noticias y los artículos de fondo. Fue, sin duda, un buen representante del periodismo doctrinario, un defensor del liberalismo y de los derechos civiles que caracterizan a las sociedades anglosajonas. No resulta difícil de explicar el hecho de que el Herald tirara 70 mil ejemplares en 1860, mientras que el Tribune apenas llegaba a los 35 mil. Los comerciantes de Wall Street se daban cuenta de que el periódico de mayor impacto popular era el dedicado a despertar el morbo de los lectores, y el periodista de mayor importancia era el que dominaba las técnicas del sensacionalismo aplicadas sin el estorbo de un estricto criterio moral.

En 1868, la competencia entre los periódicos estadunidenses llegó a sus momentos más críticos. Charles Dana, propietario y director del Sun, adiestró sus reporteros para que reunieran noticias a granel. La idea era publicar encabezados sensacionalistas para ganar la atención del público comprador, aumentar la circulación del periódico y llegar a los altares de las grandes empresas con una cifra suficientemente impresionante como para inclinar a los anunciantes a adquirir mayor espacio. Desde ese momento, los periódicos aumentaron de volumen y los chicos repartidores pasaron grandes trabajos para transportar los diarios del tamaño de un directorio telefónico, plagados de los gigantescos anuncios comerciales que apenas dejaban algunas magras columnitas a los artículos de fondo y a los comentarios editoriales. Esta complicada etapa de la prensa produjo personajes como Pulitzer y Hearst. El primero convirtió el vetusto World de Nueva York en un periódico que era, al mismo tiempo, popular y “elitista”. La obsesión de Pulitzer consistía en evitar que su publicación se derrumbara en el sensacionalismo barato y en impedir que se convirtiera en una solemne gaceta inglesa leída tan sólo por los intelectuales o por los caballeros amantes de la seriedad periodística. Para lograr sus propósitos, diseñó una habilidosa estrategia: la primera plana del World ostentaba cabezas escalofriantes; las páginas rojas estaban llenas de noticias terribles atenuadas por un moralismo totalmente impostado; en cambio, las páginas editoriales ofrecían a los lectores serios el atractivo de las firmas de escritores, profesores y periodistas especializados en asuntos políticos y económicos. Con este sistema, Pulitzer logró que su periódico tirara más de 374 mil ejemplares diarios en 1892. Afirmaban sus competidores que esta gigantesca circulación se debía en gran parte a la ilimitada malicia con que Pulitzer componía los grandes encabezados de la primera plana. Al margen de esas críticas, el director del World fue entronizado pese a las tácticas que  usaba para conseguir sus objetivos. En los últimos años del siglo XIX, el éxito de Pulitzer estaba asegurado: la edición dominical del World tenía 46 páginas, 23 anuncios comerciales y 23 noticias, artículos, crónicas y reportajes para todos los públicos. En el país defensor de la libre empresa la prensa podía jugar con el poder político, amparándose en el poder económico. En última instancia, los conflictos circunstanciales entre las dos fuerzas se suspendían en el momento en el que la estabilidad de la clase dominante corría peligro. El sistema siempre quedaba a salvo.

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