Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 5 de octubre de 2014 Num: 1022

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El alimento: la liga del
migrante con su origen

Felipe González

Tamales cotidianos
y de fiesta

Daniel Becerra, Ruth Juárez
y Aleyda Aguirre

Las alumbradas, una
tradición subvertida
por la violencia

José A. Campos

Lo único que me pueden quitar es la vida
María Bravo

Las panochas calentanas
Raquel Rodríguez Estrada

Un guisandero apreciado

Tierra Caliente:
identidad y arte culinario

Aleyda Aguirre Rodríguez

Sangre de iguana
para vivir más años

Las cifras de la guerra

La danza de los viejitos:
resistencia y dignidad

Margarita Godínez

Leer

Columnas:
Galería
Ricardo Guzmán Wolffer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Lo único que me pueden quitar es la vida

María Bravo

“Yo no tengo miedo de ir a mi pueblo” dice Pablo, de setenta y seis años. Nació y creció en el municipio de Coyuca de Catalán, Guerrero; actualmente vive en el Estado de México. Con profundo dolor y tristeza dice: “A mí qué me pueden quitar, nada, porque no tengo nada, lo único que me pueden quitar es la vida.”

Los narcos saben “qué tienes y qué no tienes, ellos saben todo”. A los familiares de Pablo que viven en Tierra Caliente los han despojado de sus bienes, “son cosas con las que uno no puede hacer nada”. A sus treinta y cinco, ya casado, vino a Ciudad de México por necesidad, rentó una casa en la colonia Prohogar, como en Guerrero “no había nada para ganarse la vida”, trató de cambiar su suerte. Nunca ha vivido “a gusto” en la ciudad, le hace falta el aire puro; el calor sofocante de Neza y del DF lo agobian. Aunque en Las Parotas la temperatura puede llegar a los 45 grados o más, para él eso no es problema porque “le doy pal monte o pal arroyo” y ahí se refresca.

Cuando era pequeño sembraba con su padre frijol y ajonjolí; su mamá le enseñó a cocinar, a hacer pan y a matar puercos. Tiene un recuerdo de sus diez años: “Tiraba los cuchis, les buscaba el corazón y les enterraba el cuchillo. Una vez se me fue el puerco con todo y cuchillo, se paró y corrió. No me asusté, estaba acostumbrado a esas labores, lo hacía cada ocho días.

Los pelaba con agua caliente y cal, los rasuraba, les sacaba las tripas. Es un trabajo muy pesado; me tardaba como una o dos horas en hacerlo. Luego hacía carnitas estilo Guerrero: se ponen en cazuela de cobre o de barro, se les echa agua, cebolla, ajo y jugo de naranja para que agarren color y listo.”

Pablo es el quinto hijo de siete, sólo le quedan tres hermanos vivos. No fue a la escuela porque “no había tiempo”, tenía que trabajar en el campo. Siempre ha extrañado su tierra, su gente: “Es difícil regresar porque aquí nacen los hijos, aunque aquí nunca he estado a gusto, no me gusta andar a la carrera, uno busca el campo y el aire libre, aquí se siente uno enojado y apretado.”

A su madre la respetaban en Las Parotas porque era “una gran guisandera”, la invitaban a cocinar cuando había casamientos. Hacía mole verde, rojo o los frijoles puercos; preparaba barbacoa estilo Tierra Caliente: hacía un hoyo en el suelo, quemaba leña, metía pencas de maguey y luego el bote con carne de chivo para que se cociera dentro de la tierra.”

La esposa de Pablo es de La Maestranza. Ha dejado de visitar su comunidad por  temor, aunque asegura que pronto regresará a su terruño. “Nomás que tenga dinero. No me dará temor ir; sé que Dios va conmigo y me cuida.”