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Frente a la desigualdad, el rescate del desarrollo
T

omar conciencia, como decimos, significa muchas cosas. Pero para traducirse en compromiso social tiene que derivar en una reconfiguración del Estado que, para ser nacional, tiene que ser también Estado social. Sólo así se puede aspirar a que además sea un Estado democrático constitucional.

3. En esta tesitura, el Estado necesario para esta etapa de nuestra evolución histórica tendrá que combinar un triángulo de adjetivos: social, democrático, de derecho. Lo que está sobre la mesa de las decisiones políticas fundamentales es el diseño de una combinación efectiva entre la acumulación de capital y la redistribución social. La primera, de entrada, supone la modulación del consumo, en un momento en el que lo que resalta es un enorme inventario de carencias cuya satisfacción se pospone sin fecha de término y ha dado lugar a una indisposición colectiva a imaginar y construir un trayecto de futuro sostenido en la inversión productiva. Este es el dilema político mayor, emanado de una desigualdad compleja y multivariada que abruma cualquier agenda de política económica y social que quiera inscribirse en un proyecto de rehabilitación estatal en clave democrática.

La desigualdad, la pobreza de masas y la concentración del privilegio se dan cita en una sociedad eminentemente plebeya, cuyo gobierno y conducción dice querer hacerse por vías plurales y representativas. En esta perspectiva, hay que admitir que la desigualdad, la pobreza y la concentración son vectores insoslayables de la composición del poder constituido democráticamente, así como de la configuración de los poderes de hecho que han emergido con el cambio económico y político de los últimos lustros.

Esta combinación de privilegio, inequidad y vulnerabilidad social, con la emergencia de poderes no constitucionales, que sin incurrir en la ilegalidad criminal sí se conducen como fuerzas que pretenden modular al conjunto de la vida pública y del Estado, se alimenta de, y alimenta la cultura de la satisfacción de que nos hablara J.K. Galbraith, que se concentra en las minorías pero se difunde por todo el cuerpo social. Esta in cultura, siempre acompañada de la mala educación, se ha enraizado en estas décadas de cambio social desbocado, cambio económico segmentado y cuasi dictadura estabilizadora. La conversación entre acumulación y distribución que debería propiciar la democracia tiene en esta cultura su mayor obstáculo.

Un Estado como el que el país requiere para sortear las tormentas globales y encauzar las pugnas distributivas tendrá que forjarse al calor de una dialéctica turbulenta entre la lucha por el poder y la lucha por la redistribución social. Todavía es posible imaginar un cauce productivo para dicha conversación, pero sólo con un discurso que dé sentido histórico global, para la economía política mexicana en su conjunto, a un proyecto de desarrollo orientado a recuperar el crecimiento rápido de la economía, para dar materialidad y credibilidad a propósitos de globalización nacional con equidad y construcción de ciudadanía. De aquí emanan algunos de los desafíos que la desigualdad le plantea al desarrollo; veamos algunos:

a) No puede haber poderío exportador sin un mercado interno robusto. Y no hay mercado interno amplio y dinámico sin cambios en la estructura distributiva y sin un crecimiento alto y sostenido del producto y el empleo. Con el crecimiento se abate la pobreza y puede aminorarse el peso de la desigualdad, pero ésta persiste y aqueja a pobres y no pobres, mientras las distancias entre los pobres y ¡entre los ricos! pueden verse aumentadas en ausencia de políticas destinadas a fortalecer y aumentar sus capacidades para defender su ingreso, ejercer su libertad y fortalecer sus destrezas y visiones para actuar en el mundo del trabajo y de la política.

b) La democracia resiente la desigualdad porque ésta pone en entredicho su discurso, que es igualitario en forma y fondo. Al volverse mal público y combinarse con la pobreza de masas, la desigualdad propicia una doble escisión y alienación: de las masas respecto de los grupos dirigentes y de éstos respecto de la nación en su conjunto. Tiende a predominar en la conducta social la salida sobre la voz, recordando a Albert Hirschman, en tanto que lealtad se deteriora hasta desembocar en la antipolítica, la celebración cínica del crimen organizado y la emergencia de múltiples y superpuestas formas de puja distributiva que bloquean cualquier salida productiva que busque no ser de suma cero.

c) La desigualdad cercena y desafía frontalmente al mercado realmente existente. De aquí la necesidad de una reforma institucional que profundice, amplíe y diversifique la estructura productiva, fortalezca la competencia y contribuya a recrear los mecanismos estatales de mediación del conflicto social y de seguridad colectiva universal. Sin embargo, el primer paso obligado es la recuperación del ritmo de creación de empleos, lo que no ocurrirá si se imponen como tasas históricas las observadas en los últimos 30 años. La inversión es primero. Luego vendrán la consolidación institucional y la llamada democratización de la productividad. No al revés.

Para avanzar en una actualización institucional congruente con el nuevo modelo de economía abierta y de mercado, mediante el cual hemos tratado de inscribirnos en la globalización, es fundamental desplegar políticas que dinamicen el mercado nacional a través de la inversión, el empleo y el salario digno. Será con el crecimiento en marcha cuando las instituciones necesarias se hagan visibles y pueda procederse pragmáticamente a su instalación. No antes.