Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 12 de octubre de 2014 Num: 1023

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

De las guerras
que somos

Omar González

Luis Nishizawa:
los dones cultivados

Augusto Isla

Requiem por
Alain Resnais

Miguel Ángel Flores

Mi voz raza
de alto horno

Héctor Kaknavatos

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yañez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


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Jorge Moch
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De indolencia y sumisión

–Pero, dígame usted –añadió Cándido–, ¿con qué designio le parece a usted que fuese creado el mundo?–Con el designio de hacernos rabiar –respondió Martín

Qué pudridero hemos hecho de este país. Cómo es posible que sigamos permitiendo, indolentes y sumisos, la degradación de las obligaciones sociales del Estado, la imposición del furor privatizador y extranjerizante de un grupúsculo de oligarcas mezquinos, la preservación absurda de un sistema de castas que se signa en el desprecio, el abuso y la intolerancia. Qué apáticos y mansos somos. Qué imbéciles, en dejar que la realidad de fosas comunes, de niñas robadas, de narcos que se adueñan de ciudades enteras, de politicastros corruptos y corruptores nos la maquillen los medios, la cinematografía estadunidense y las televisoras y radiodifusoras, muchas de ellas precisamente propiedad de esos mismos oligarcas, siempre puestas de bruces para apapachar a la cáfila de ineptos y ladrones y asesinos y simples oportunistas logreros que se dicen gobierno.

Conocemos de sobra la faceta parasitaria de la clase política, que en lugar de provenir de los más altos ideales –utópicos, parece– del servicio a la nación, recuerdan otros sacados del cuento filosófico de Voltaire al que se le tomó prestado el epígrafe: “embusteros, cautelosos, pérfidos, ingratos, salteadores, débiles, inconstantes, viles, envidiosos, tragones, borrachos, avarientos, ambiciosos, crueles, calumniadores, disipados, fanáticos, hipócritas y tontos”. Voltaire debió ser mexicano.


G. Noble 09

México es un país violento, por más que muchos quisiéramos otra sociedad más civilizada y responsable de sí misma, y es también un país de médula corrupta. En todas las etapas de nuestra historia ha estado presente el cochupo, el dinero y la canonjía que corrompen, la mordida, el chayote. Desde la Colonia hasta el siglo XXI. Y la corrupción al estatizarse y volverse estamento da pie al prurito represor, y la represión suele descansar en brazos que tienen más de bestia que de humano y entonces un imbécil, por obediencia o sagacidad presunta o pura pinche maldad apunta un arma a un civil inerme y asesina a mansalva. En la corrupción nace el crimen de Estado, y tenemos constantes, redivivos y sanguinarios recordatorios de nuestra propia ferocidad, como por ejemplo en el artículo que firmaron al alimón Imanol Ordorika y Adolfo Gilly en las páginas de este diario el lunes pasado (Ayotzinapa, crimen de Estado, en La Jornada, lunes 6 de octubre): “La desaparición y matanza de estudiantes normalistas en Iguala, Guerrero, es un crimen de Estado, cometido en un país donde la tortura, las desapariciones y las muertes violentas se han convertido en hechos cotidianos.”

Hoy aquí florearon las orquídeas pero no pudimos disfrutar del malva y el violeta porque cualquier asomo de belleza o de alegría lo devora la imagen espantosa de un muchacho –se llamaba Julio César Mondragón y era estudiante de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, donde cursaba el primer año de su carrera de maestro; era oriundo del Distrito Federal– al que policías o sicarios o ambos le arrancaron la cara, lo desollaron. Nadie puede hablar de progreso o armonía en un país en el que estudiantes que protestan injusticias son baleados, echados a una fosa y rociados de gasolina para calcinar los cuerpos. Nadie puede hablar de “mover a México”, habrá que gritárselo en la cara a Enrique Peña Nieto y sus corifeos porque, como señala con su habitual agudeza Julio Hernández López en su imperdible Astillero del mismo lunes pasado, esta nueva masacre de estudiantes –perpetrada, por cierto, casi con siniestra exactitud en la conmemoración luctuosa de la de Tlatelolco en 1968– resitúa “en su justa dimensión catastrófica los ensueños de primermundismo reformista y pactista que comparten la administración federal ya expresamente fallida, los gobiernos estatales ocupados en su inmensa mayoría por personajes pusilánimes, corruptos y acomodaticios, las presidencias municipales extendidamente dominadas por implacables bandos de criminales (también) organizados y el tinglado de intereses y complicidades de jerarquías legislativas, judiciales, empresariales, religiosas y mediáticas…”

Nadie puede hablar hoy de un México en paz o moderno porque, volvamos brevemente a Ordorika y Gilly: “En la matanza de estudiantes de Ayotzinapa la represión gubernamental contra una movilización social ha puesto también a su servicio la violencia del crimen organizado. Se trata de un crimen de Estado. La actitud omisa del Poder Ejecutivo federal y el autismo de la clase política en su conjunto le dan además la dimensión de una crisis de Estado.”

De Estado fallido. Otra vez.