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¿La Fiesta en Paz?

¡Hasta siempre, Flavio Aguilar, torero de la vida y maestro de la amistad!

H

ace algunos años en este mismo espacio escribí: Si existe un embajador plenipotenciario de la tlaxcalidad, un promotor convencido y entusiasta de las incontables riquezas de ese estado y del potencial enorme que atesora, ese es Flavio Aguilar, desde siempre artista espléndido de un arte de vivir sustentado en la sencillez, la hospitalidad y el orgullo de sus raíces, así como en un espíritu de servicio que rebasa la imaginación.

“Nacido en la legendaria hacienda de Piedras Negras –cuna de toros y toreros bravos– el 22 de mayo de 1929, donde su padre, don Gabriel Aguilar Caamaño, era el administrador de la tienda y un charro consumado, Flavio creció al lado de su madre, doña María Ignacia González, y de sus hermanos Soledad, María Luisa y Jorge, quien con el tiempo llegaría a ser el célebre Ranchero Aguilar.

“Con una niñez impregnada por la luz del campo bravo tlaxcalteca –herraderos, tientas y demás faenas–, compartida con los futuros ganaderos de La Laguna y Piedras Negras, Maco, Javier y Raúl, Flavio abrevó con éstos las tempranas y valiosas enseñanzas sobre charrería y tauromaquia que su padre y el ganadero don Wiliulfo les transmitían. Luego de estudiar en el Distrito Federal probó suerte como novillero, actuando en tres ocasiones en la Plaza México, sin que sus cualidades encontraran eco en nuestros inefables promotores.

“Muy lejos de amargarse o incluso de volverse crítico taurino, Flavio Aguilar emprendió entonces lo que podría llamarse una cruzada personal por Tlaxcala, su estado, donde desde hace más de medio siglo ha sido factor determinante en la buena organización de ferias estatales, Huamantladas, asociaciones de charros, tientas en público, charreadas, empresas taurinas y concursos de ganaderías, cuando el centralismo chilango aún no se adueñaba de los escenarios locales...

En raras ocasiones Puebla y Tlaxcala se han disputado la experiencia, profesionalismo y honestidad de un ciudadano para que desempeñe diversos cargos en la administración pública estatal. Flavio Aguilar es uno de ellos. Que salud, amor y éxito acompañen siempre a este tlaxcalteca ejemplar y a su maravillosa familia, incluidos los perniciosos Nachos, mientras yo guardo entre mis recuerdos mejores el mágico mediodía en que me descubriera la zona arqueológica de Cacaxtla...

Con serena tristeza me entero que Flavio dejó de existir el pasado domingo 12 de octubre –hay quienes se tropiezan con un continente y creen que lo descubrieron, y hay quienes del ejercicio de la amistad hacen un credo–, y digo serena, porque 85 años de esparcir bonhomía y positiva actitud a partir de una autoestima consciente, no de amabilidades indiscriminadas, es tiempo más que suficiente si se supo tomarle la distancia a la vida y templar sus embestidas.

No faltó el vicioso que afirmó: “Es que se le ocurrió quitarse todo lo que le dijeron que le hacía daño, incluso el divino neutle, y además volvió a hacer ejercicio. Ai’stán las consecuencias”. Mientras que su hija Alejandra, arquitecta e imaginativa pintora, recordó que ese domingo Flavio se levantó animoso, fue a la tintorería, compró el periódico, comió, vio por televisión una corrida de España, empezó a sentirse mal y...

Uno de sus sobrinos me dijo: era el bien amado, por su talante afable, su convicción de servir y su actitud de disfrutar. Los amores de su vida fueron su mujer, sus hijos, la bravura en los toros, el toreo ajustado y Piedras Negras. Poseía un taurinismo sin confusiones y un optimismo sin complacencias. En efecto, el pasado agosto le escuché reconvenir a su sobrino Jerónimo por la manera como remataba algunas series: oye, se llama pase de pecho, no de axila.

Hace varias décadas, en el lienzo charro del recinto ferial de Tlaxcala, alguien me invitó a que montara una briosa yegua de gran alzada mientras no estorbase en la charreada. Luego supe que aquel portaviones pertenecía a Flavio y que su cuñado, Wiliulfo Macías, charro completo donde los haya, la había montado en una carrera en el Hipódromo de las Américas con motivo de la celebración del Día del Charro.

Al velorio asistió una gran cantidad familiares y amigos, pues a lo largo de su fructífera existencia Flavio fue lo que mejor supo hacer, afectos dentro y fuera del medio taurino. Ahí estuvieron también sus hermanas María Luisa y Soledad, con 104 años de edad y madre de los perniciosos Nachos que, precavidos, quizá por eso prefieren darle vuelo a la hilacha ante la posibilidad de vivir tanto. Y con un dolor arropado por el humor, Carlos Hernández Pavón, torero, ganadero y escritor, uno de los yernos, comentó: Qué contento hubiera estado Flavio. ¿Por qué? ¡Por el entradón!.

Desde aquí, un fuerte abrazo a su familia y a cuantos disfrutaron de la calidez e inteligencia de tan ilustre mexicano, con el consuelo de que la amistad, si es verdadera, jamás concluye. Que cuando canta el pijul, señal es que anda volando...