Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 19 de octubre de 2014 Num: 1024

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La Teoría de la
Gravedad Extendida y
el bestiario cósmico

Norma Ávila Jiménez

1914-2014: cien años
de intensidad

Enrique Héctor González

De rocanrol y
otras marginalidades

Porfirio Miguel Hernández Cabrera
entrevista con Carlos Arellano

Jack Kerouac, realidad
y percepción literaria

Xabier F. Coronado

Marosa di Giorgio
diez años después

Alejandro Michelena

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Alonso Arreola
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King Crimson a tres baterías...
[Todos somos Ayotzinapa.]

¿Tres baterías? Vaya. Desde el principio tuvimos dudas de que eso funcionara, sobre todo pensando que el material a ejecutarse no había sido escrito para semejante dotación. Se trataba, mayormente, de un tributo a los primeros discos del grupo en los tiempos de Greg Lake y John Wetton (In the Court of the Crimson King, Starlees and Bible Black, Islands, Larks’ Tongues in Aspic). Tales cosas pensábamos sentados en una butaca antes de que iniciara el último show de la gira 2014 de King Crimson, ocurrido el 6 de octubre en el teatro Moore de Seattle, ciudad donde nosotros mismos tocaríamos al día siguiente. [Todos somos Ayotzinapa.]

Rodeados por barbas blancas y playeras estampadas en los setenta, también pensábamos: tal vez Robert Fripp –fundador y líder del grupo con sesenta y ocho años de edad– tuviera razón una vez más y su ocurrencia nos deslumbrara como sucedió con el doble trío de 1996, cuando a su guitarra se sumó la magia de Bill Bruford, Pat Mastelotto, Trey Gunn, Tony Levin y Adrian Belew. Entonces había dos baterías funcionando contra dos guitarras y dos bajos y el resultado estremeció al mundo del rock progresivo con la efectividad de partituras que claramente exigían un par de motores rítmicos. [Todos somos Ayotzinapa.]

A diferencia de entonces, empero, ahora escucharíamos a un septeto en el que conviven, además de las baterías de Pat Mastelotto (Stickman, tu), Gavin Harrison (Porcupine Tree) y Bill Rieflin (rem, Ministry), los bajos de Tony Levin, la voz y guitarra de Jakko Jakszyk y los alientos de Mel Collins. El origen de esta “nueva” alineación (cambiante desde 1969) fue el criticado álbum A Scarcity of Miracles de 2011, firmado por Fripp, Jakszyk y Collins. Los tres (respaldados por Levin y Harrison) encarnaron uno más de los incontables ProjeKcts, esos experimentos de Fripp paralelos a King Crimson . [Todos somos Ayotzinapa.]

Vestidos elegantemente (camisas blancas; trajes, chalecos y corbatas negros), los siete músicos aparecieron bajo una luz cenital poderosa que sólo en la última canción (“21ST Century Schizoid Man”) cambiaría su tono ambarino por un rojo profundo (gran momento). Precedidos por sus propias voces en off pidiendo no ser fotografiados ni grabados en video, con las tres baterías al frente y el resto de los músicos en un segundo nivel posterior, King Crimson mostró un extraño y nuevo interés por la espectacularidad escénica. Al frente de cada intérprete, sea en un monitor, amplificador o en un tambor, se podían leer un par de letras enmarcadas en un cuadro. Dichas letras aludían al nombre del músico y a la tabla periódica de los elementos, como si cada uno hubiera sido elegido en forma científica (allí el nombre de la gira: K Cr, Elements). Detalle que muchos hubieran agradecido en el pasado cuando Fripp yacía a oscuras y negaba entrevistas, pero que ahora nos parecieron un poco sospechosos. [Todos somos Ayotzinapa.]

El volumen fue excesivo y la suma de tres baterías pocas veces consiguió convencernos de su pertinencia aplastante. Dos hubieran sido más que suficientes (dejaríamos fuera a Harrison cuyo virtuosismo individual pareció desconectarse del lenguaje colectivo). Más que su mecanismo polirrítmico fue la coreografía y vistosidad las que pusieron de pie al teatro, pleno de entusiastas que aplaudían, más que un concierto, a una trayectoria entera. Algo semejante sucedió con los alientos de Collins, sobre todo en tenor y flauta, que nos parecieron fuera de lugar, lejanos al color de un Crimson crudo y distorsionado. Pero bueno, soslayando lo churrigueresco, el contenido fue encomiable y hubo momentos memorables. Aquí las canciones: “Larks’ Tongues in Aspic (Part One)”, “Pictures of a City”, “vrooom(Coda: Marine 475)”, “A Scarcity of Miracles”, “Red”, “Hell Bells”, “The ConstruKction of Light”, “Level Five”, “The Talking Drum”, “Larks’ Tongues in Aspic (Part Two)”, “Interlude”, “The Letters, Sailor’s Tale”, “The Light of Day”, “One More Red Nightmare”, “Starless”. Encore: “Hell Hounds of Krim”, “21st Century Schizoid Man”. [Todos somos Ayotzinapa.]

Por cierto, no sabemos si Crimson regresará a México, pero lo que sí podemos compartir –sobre todo para quienes tocan la guitarra– es que Robert Fripp volverá a Cuernavaca con un curso más de preparación en torno a su Orchestra of Crafty Guitarists. Sucederá del 1 al 10 de febrero de 2015. Como se trata de un seminario con cupo limitado, los interesados deben escribir lo antes posible a: [email protected]. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos. Y no lo olvide, apreciable lectora, lector: Todos somos Ayotzinapa, porque no hay música que valga si tantos desaparecen y mueren a diario.